Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
El índice de Nuestras madres de Gemma Ruiz Palà parte de una “Conversación de WhatsApp” y nos lleva a una “Cena sin Tupperware”. En el medio, diez nombres, diez mujeres que tendrán cada una su lugar protagónico, a la vez que estelares apariciones en las historias hermanas.
Lali es la primera. Madre, esposa, abuela que experimentó sus primeros orgasmos en su longeva segunda juventud. Lali, “historia viva de su tiempo”. Lali, esposa de un ávido lector de Interviú, revista que nació en Barcelona seis meses después de la muerte de Franco y que con su eslógan “nos atrevemos a todo” se instaló como ícono popular de la lucha por la libertad en el período de la Transición. Al fin, la libertad. Al fin la libertad de expresión que se atrevía a plantar en su portada un desnudo de la actriz Pepa Flores-Marisol sin su previo consentimiento. Al fin, el titular que anuncia la libertad sexual: Marisol. Joven y desnuda. “El mundo, con dictador o sin él, siempre es de los mismos”, concluye la narradora.
Y es que Nuestras madres es una novela universalmente feminista e intrínsecamente catalana. Porque claro que Lali escuchó el revuelo por las ahora libres tetas de Marisol, pero nunca se enteró de las Jornadas Catalanas de la Mujer que acontecieron sobre la misma fecha; claro que Anita —compañera de Lali del secretariado primero y del “clan de las cicatrices” después, quien “estaba convencida de que en el futuro lo que le pasaba tendría un nombre”— pudo sacar su licencia de conducir, pero sólo porque antes hizo el Servicio Social Femenino, “la mili de las mujeres”. La libertad llegó: Cataluña es ahora una comunidad autónoma. Comunidad autónoma de la nación española. El catalán se liberó y siguió siendo una lengua menor; la mujer, un objeto.
Y sin embargo, el deseo; sin embargo, la pulsión de vida propia del saberse no objetos sino sujetos deseantes. Sin embargo, Brownie Wise, “directora comercial que cambió la historia de la Tupperware Plastics Company retirando todos los productos de los comercios para venderlos exclusivamente en reuniones de amigas”. Sin embargo, las cenas con Tupperware, esas que les significaron a Ana y Lali y tantas más la independencia económica. Sin embargo, también, las cenas sin Tupperware, porque las reuniones con amigas, con el clan de cicatrices —básicamente, las reuniones entre pares—, significan a su vez independencia subjetiva: son “ese resquicio del espacio-tiempo donde una puede sentirse alguien siendo una misma”.
Es así como, en su versión en catalán, Ruiz Palà intercala su lengua materna con el castellano no para meramente dar cuenta del bilingüismo propio de Cataluña sino para evidenciar el catalán como lengua privada. El castellano aparece o bien en diálogos de registro institucional o bien en los pensamientos de las extranjeras. Así como las feminidades de este libro encuentran una lengua común en sus respectivos clanes, así como ellas alzan una voz propia en esos resquicios del espacio-tiempo, el catalán resiste en la intimidad de lo privado. Claro, privado no en tanto individual y libertario sino en tanto identitario y comunal. El uso de esta lengua arma su propia hermandad, su propio clan de las cicatrices sociolingüístico que excede los confines de la ficción.
A su vez, la experiencia universal del ser-mujer también traspasa este umbral. La narradora nos adentra en las hermandades intra e inter capítulos pero a la vez arma clan con Marisol; con Brownie; con la artista alemana Paula Modersohn-Becker, cuyo autorretrato le abrió un mundo de posibilidades al personaje de Isabel y la llevó a conocer a Eulàlia Grau, Josefina Miralles, Eugenia Balcells y Mari Chordà, artistas catalanas de su edad; con Montserrat Roig, que tiene un capítulo homenaje junto a su amiga, la fotógrafa Pilar Aymerich. Este libro es un agradecimiento a las madres (reales, ficcionales, simbólicas) que atravesaron, por ellas y por nosotras, un período donde todo lo que nos pasa no tenía ni nombre. Y por eso esta novela traspasa la ficción tanto en el título como en la última “Cena sin Tupperware”, donde la narradora asume la primera persona del plural y nos invita a la mesa del clan. Porque, en definitiva, Nuestras madres es ficción basada exclusivamente en hechos reales.
Gemma Ruiz Palà, Nuestras madres, Consonni, 2024, 320 págs.
El primero de los diez relatos de este libro, “Mal de ojo”, podría funcionar como un perro lazarillo a través de sus historias enhebradas. En él, la...
“Poner en palabras”, nos recuerda Bernard Noël en su Diario de la mirada, “consiste en proyectar el mundo en la intimidad”. Siguiendo esta línea de sentido, este...
En una carta enviada desde Santiago el 28 de mayo de 1962, José Donoso le escribe a Carlos Fuentes la siguiente viñeta grotesca: “No es angustia; no...
Send this to friend