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Los cuatro músicos son relevantes, y la elección del formato de cantor con guitarras vocea al viento su linaje tanguero. Sin embargo, la figura de Alfredo Tape Rubín se impone tácitamente. Así ha sido en todos sus discos, aun en los más gregarios. Sucedió con Cuarteto Almagro —otra instrumentación— y, más netamente, con Las Guitarras de Puente Alsina. De este último —que en rigor estaba integrado por tres de los guitarristas que heredó el flamante Cambiando cordaje— es imposible olvidar los discos Reina noche y Lujo total. Ahora la noticia no es la de un volantazo hacia otro horizonte, ni la del abandono de aquel sonido concentrado en garganta y cordaje. Se trata más bien de un leve desplazamiento de percepción geográfica. Un giro hacia el campo próximo, esos extramuros de la ciudad. Acaso en sintonía con el neocriollismo del siglo XXI que tiende a recuperar hilachas perdidas de cantos del ayer, Rubín agudiza aquí su oído para captar los latidos tenues que nos llegan de los tiempos de Corsini y aquella estirpe de gente aún no del todo urbanizada. Eso sí, las de Cambiando cordaje son todas composiciones originales de Rubín y sus compañeros, más algunas colaboraciones de Yurin Venturin y Fabrizio Pieroni. Temas nuevos que, mientras exploran según arreglos interesantes la tímbrica de las guitarras en tropel, mantienen un diálogo un tanto funambulesco con la tradición.
De entrada, el tema que presta título al álbum parece citar en su introducción a Atahualpa Yupanqui, o al menos lo sugiere como plano de referencia: una nota deslizada sobre la bordona, como en aquellas vidalas y milongas de Don Ata, para una oda en sextinas (¿no lo eran Martín Fierro y “El payador perseguido”?) al instrumento que, en un principio, unió el primer tango al último folclore y que reina soberano a lo largo de todo el disco. Con las voces invitadas de Hernán Genovese, Eva Fiori, Chino Laborde y Noelia Moncada, le escribe y canta Rubín a su guitarra: “Te estoy cambiando el cordaje / por tu mástil desierto / calla esta noche sin tiempo / calla la voz que se ha ido / y aquella que no ha nacido / calla en el mismo silencio”.
En esa invocación a un silencio que está entre lo que se fue y lo que todavía no llegó, se juega la poética en escorzo de Rubín. Diríase, por más trillada que sea la calificación, que se trata de un cantautor clásico y moderno al mismo tiempo. Elige lenguajes y formas estilísticamente normalizadas — hay vals en el bellísimo “Tierra bruja”, huella en “Corazones de ausencia” y tango hecho y derecho en el instrumental de Lacruz “Pulenta”—, pero a menudo los perturba introduciéndoles elementos que hacen pensar, por momentos, en un Indio Solari en modo compadrito. Sucede más fuertemente cuando escribe “Ya pasó el futuro / por los barrios rotos” (“Sueño abandonado”, de lo mejor del disco), o cuando en “Púrpuras de piedra y puterío” disuelve los referentes: “La verba entró a vivir / ardida de yirar / y el fuego que se aterra en soledad / con su profunda piel sabrá que no hay que saber”.
Las mejores en su especie, las canciones de Tape Rubín son caso testigo de la vitalidad de la autoría tanguera más allá de los diagnósticos desalentadores que tanto el mercado del tango danza como los cancerberos de tesoros nacionales prefieren sostener, mientras dejan escapar un falso lamento por la falta de novedades. Pero tampoco es cierto que el ritmo de composición y autoría de tangos y especies aledañas sea el propio de un Renacimiento. Cualquiera sea la visión que se tenga de la canción argentina, el mundo poético y musical creado por Rubín no parece necesitar del respaldo de un género como sostén institucional. Su mezcla rigurosa de certeza y extrañeza participa libremente de las tradiciones más indóciles —y acaso inadvertidas— de la canción argentina.
Rubín, Lacruz, Heler, Nikitoff, Cambiando cordaje, Club del Disco, 2018.
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