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Julio Mendívil comienza esta colección de ensayos planteando una pregunta provocativa (¿tiene sentido hablar de música?), para rastrear su respuesta en la caja de herramientas de lo que, enseguida, se define como etnomusicología. A partir de allí, la aproximación al hecho musical se propone no como juicio de valor, sino como búsqueda liberadora decidida a trascender los límites impuestos por las tradiciones históricas y filosóficas. Como estudio de la diversidad cultural humana, la etnomusicología considera los criterios de belleza y excelencia musicales al nivel de un producto ideológico, esto es, una convención social. A la autonomía y autosuficiencia de la idea de “cultura musical” proveniente del europeísmo del siglo XIX (la voz imperativa del idealismo alemán hegeliano), contra la que Debussy y Mahler, por ejemplo, se estrellaron más de una vez, Mendívil opone el análisis estructural del sonido y los comportamientos y rituales colectivos asociados a ellos. Si la música transporta valores culturales —se sugiere—, estigmatizar ciertas músicas es un proceder necesariamente vinculado a la discriminación de los grupos que las escuchan. En este rechazo de la alteridad se disputan significaciones, escalas y valores sociales, y la toma de conciencia política frente a esas situaciones de crisis requiere de elecciones estéticas basadas principalmente en la diferencia y el disentimiento. Cuando Mendívil cita al escritor nigeriano Chinua Achebe para advertir que la particularidad de una cultura se define por su imposibilidad de reproducir a la perfección los patrones dominantes impuestos por las tendencias eurocéntricas, se puede o no estar de acuerdo con su afirmación, pero lo que resulta innegable es que la utilización social de la tolerancia como factor inclusivo resulta de vital importancia para la construcción de una “idea sonora de nación” que no puede ni debe agotarse en las formas locales o folclóricas de pertenencia, pero que tampoco puede prescindir de ellas. El gusto musical definido por dinámicas de grupo tiene que ver tanto con la materia de construcción de una identidad como con el lenguaje histórico que lo cimenta o lo cuestiona, y es allí donde la música abre, prolonga o clausura espacios sociales de apreciación en los que se construyen significados y motivaciones tanto individuales como grupales. Con citas que van de Pierre Bourdieu a Charles Seeger, con las necesarias —y problemáticas— escalas en T.W. Adorno, pero echando mano, también, de la lírica desbordada y multiforme de Led Zeppelin, Mendívil está más preocupado por las derivaciones de la libertad de la escucha que de las segmentaciones históricas del gusto o las tendencias, algo que siempre se agradece en esta época de cultos líquidos y fetichistas en la que el (supuesto) acceso irrestricto a las músicas del mundo no está exento de las tendencias sectarias o la prepotencia cultural 2.0.
Julio Mendívil, En contra de la música. Herramientas para pensar, comprender y vivir las músicas, Gourmet Musical, 2016, 224 págs.
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