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El noruego Sondre Lerche y yo crecimos juntos. Sé que es una mención pretenciosa. Pero lo es desde que en 2001 o 2002 lo escuché en un programa de radio y atrapó mi oído con el primer tema de su álbum debut, Faces Down.
La venia venía dada por los arreglos camarísticos de Sean O’Hagan, de The High Llamas y colaborador de Stereolab. Un tardío pero no por eso menos válido ejemplo de la “internacional del pop” de fines de los noventa. Y, sobre todo, un precoz y ecléctico dominio de las formas del songwriting a cargo de un joven pero maduro talento que estrenaba veinte años. Y en el CD-R quemado con los mp3 de Soulseek que aún tengo no estaba sólo el álbum: los tracks provenientes de los EP eran igualmente buenos.
La continuación corregida y aumentada, Two Way Monologue (2004), confirmó y expandió. Nuevamente con el expertise de O´Hagan como plus, desde Buenos Aires uno ya empezaba a vampirizar su influencia a través movimientos de acordes, a la vez que se maravillaba por un par de compases levantados de Sunflower de los Beach Boys.
En el difícil tercer disco, Dupper Sessions (2006), se despachó con un quinteto de jazz, siempre acompañado por nombres de su país (donde es invitado de A-ha, un grupo todavía multitudinario allí), y ratificaba por si hacía falta las robustas bases de un compositor con un fuerte sentido de la tradición, en esa línea que va de Cole Porter a Elvis Costello y desemboca en Paddy McAloon. Inteligencia en las palabras y acordes de más de tres notas como un gesto cuasipolítico. Ese mismo año, un soundtrack para una comedia romántica protagonizada por Steve Carrell y Juliette Binoche ―Dan in Real Life― certificó, en su mix de material nuevo y viejo, que lo suyo siempre iba a ser el culto.
Phantom Punch (2007) parece ser un disco urgente donde Lerche aceptó haber sido un teenager durante los noventa, de ahí los coqueteos con el noise. Dos años después, Heartbeat Radio encuentra la síntesis entre lo reciente y lo primero, dándole un espacio a la música de su infancia: “I Cannot Let You Go” suena a producción de Thomas Dolby. Pleasure (2017) ya arranca como Frankie Goes To Hollywood y con toques de EDM: hay que ir al Solo Pleasure para constatar que ha cambiado menos de lo que parece. En todo caso, en el “oficial” Pleasure sigue pagando sus deudas con McAloon y Burt Bacharach, por no mencionar un aire a “Águas de março” pero con bombo en negras.
Omitiendo el montonazo de singles, EP y soundtracks (algunos cantados en su idioma nativo), llegamos a 2020 y a Patience, que coincide con una mudanza de Brooklyn a Los Angeles, pero fue grabado en su mayoría en Bergen principalmente con compatriotas. Ya desde la intro del piano ―el aura, la progresión― de Alexander Moheren (cocompositor de esta canción, junto con el resto de la banda estable de Sondre), estamos trazando más de ciento treinta años de herencia del Tin Pan Alley, en sagrada y natural convivencia con las baterías secas, la guitarra de nylon (cuando aparece) de ascendencia brasileña/bacharachiana.
El habitual sentido melódico de Lerche coincide con un beat de batería y las falsas cuerdas que remedan los arreglos de Tony Visconti para T-Rex en “You’re Not Who I Thought I Was”, con una melodía que jamás se le hubiese ocurrido a Bolan. Pero si los tresillos de cello de esa canción permitían intuir algo, Lerche le entrega “Put The Camera Down” al inmenso Van Dyke Parks, para que este ponga su magia en la partitura. Los aprendices de brujo buscan utilizar la consola como llave al irrepetible Song Cycle.
Tradición, modernidad, y una cantera interminable de canciones para hablar de relaciones humanas. Con un año más que él, no me tiembla el pulso al tipear para sostener que Sondre Lerche es el mejor songwriter de mi generación. Y como si fuera poco: está al salir un Patience Deluxe, con algunos temas extras.
Sondre Lerche, Patience, PLZ, 2020.
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