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Flavia Da Rin. Para mirarte mejor

ARTES

 

Alguien preguntó qué le había pasado en los ojos a Flavia Da Rin pero la pregunta quedó flotando en el aire porque en ese momento Flavia Da Rin, en persona, entró en la habitación. Sus ojos parecían los de siempre, esos grandes piletones en los que, en algunos días calurosos, dan ganas de zambullirse. Por lo demás, parecían estar bien. Sólo un tiempo después, frente a una de sus fotografías, la pregunta terminaría de cobrar sentido.

Los autorretratos fotográficos de Flavia Da Rin la mostraban con las pupilas húmedas y distendidas de un gato en una laca china. Abiertos de par en par, los ojos tenían el brillo titilante de un animé, el tamaño desproporcionado de los que solía pintar Spilimbergo, la mirada desencajada de las mujeres de John Currin, la graciosa deformidad de la niña de la tapa del disco Beautiful Freak de Eels y la forma forzadamente convexa del espejo en El matrimonio Arnolfini de Van Eyck. Recordaban indefectiblemente a la pintura, el cómic, el diseño y la televisión. Un parecido llevaba a otro y a otro, como si finalmente todas las imágenes estuvieran vinculadas entre sí por algún lejano pero inexorable lazo de parentesco.

Los ojos de Flavia Da Rin ponen en evidencia la forma en que la artista mira y absorbe lo que la rodea, almacenando imágenes que, más tarde, volverá a volcar al mundo, no a modo de cita o apropiación, sino después de someterlas a algo así como una transformación molecular.

Al comienzo y al final siempre está la pintura: cuando hace fotografías, retoca la imagen hasta que esta parece hecha por veladuras de óleo (Da Rin maneja el photoshop como un pintor flamenco el pincel de marta); cuando toma imágenes de Internet, las vuelve acuarelas neblinosas y calladas; cuando recrea cuadros históricos, inventa un Caravaggio trash. A veces, las imágenes vuelven en relaciones formales o temáticas, pero, en general, lo que pareciera darles su coherencia interna es un factor afectivo. Hay un vínculo imprescindible entre la artista y cada imagen que elige. En una de sus últimas muestras, Da Rin atiborró la sala con dibujitos en hojas de cuaderno, fotografías de teatralizaciones barrocas en fosforescente, trabajos de otros amigos, letras de canciones de Gilda y conversaciones dispersas que colgaban entre imágenes japonesas. Era lo que ella definió como “una muestra sin filtro, donde dejaba entrar todo lo que me gustaba y confiaba en que algo entre las cosas comenzara a fluir”. Lo que fluyó fue –por sobre todo– un ligero malestar, como si lo tierno en Da Rin estuviera siempre al límite de lo monstruoso.

Cuando en el siglo XV Mantegna pintó La Sagrada Familia capturó, como nadie, la extrañeza de las relaciones familiares. Las nuevas fotos de Flavia Da Rin llevan esta sensación un poco más allá. Imágenes de familias diversas, algunas levantadas de Internet, otras de su propio álbum, son retocadas hasta que el calor del hogar, las vacaciones bucólicas, el cariño de la abuela, se tiñen de una pátina edulcoradamente macabra. En composiciones triangulares sobre paisajitos que se hunden hacia el fondo, las sagradas familias de Flavia Da Rin reconocen en la ternura de sus vínculos cierta corrosiva disfuncionalidad.

El trabajo de Flavia Da Rin es fuertemente biográfico, aunque esto aparezca siempre transformado a través de la ficción. No tiene la crudeza performática con la que Tracey Emin expone sus sábanas sucias y tampoco la autorreferencia banal de una agenda adolescente. Existe en él, más bien, un interés por trazar el mapa de una subjetividad. Y todo indica que Flavia da Rin no concibe la existencia de un sujeto fuerte y estable sino que, por el contrario, pareciera reconocer –y sumergirse– en su inconsistencia y vulnerabilidad.

 

Flavia Da Rin (Buenos Aires, 1978) estudió en el Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA). A partir de 2001 asistió al taller y las clínicas de obra a cargo de Diana Aisenberg, y desde septiembre de 2003 forma parte del Programa de Talleres para las Artes Visuales del Centro Cultural Ricardo Rojas. Recientemente participó en una muestra colectiva en la Fondation Cartier de París, y hasta diciembre se exhibe obra suya en la muestra ”De rosas, capullos y otras fábulas”, en la Fundación Proa.

María Gainza (Buenos Aires, 1972) es colaboradora del suplemento Radar del diario Página/12 y corresponsal de las revistas ArtForum y Tema Celeste.

 

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