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Sobre la reconstrucción cotidiana de la cotidianeidad

ENSAYO

En cada despertar, apelamos a grillas de géneros y a dispositivos mediáticos que permiten retomar prácticas textuales y formas de conversación repetidas, previsibles. Pero también vuelven costumbres de desvío que pueden comenzar con el relato del sueño reciente. En la poesía lírica abundan los despertares exultantes; en la narrativa contemporánea, los aciagos. Aquí se describen las variables de lo que todas las mañanas nos ata a las pautas de la familiaridad.

 

Tal como Proust empieza la historia de su vida con el despertar, así tiene que empezar toda exposición de la historia: con el despertar, y en verdad no ha de tratar de ninguna otra cosa.

Walter Benjamin, La obra de los pasajes

  

Siempre vuelven, esos momentos que ponen a prueba nuestros programas de contacto. Al entrar en una conversación casual, o en el comienzo de la escritura de una carta electrónica. Pero en el despertar la prueba es más seria, o más cómica. El mundo debe reconocerse a partir de percepciones inestables; sólo pesadamente vuelven, entonces, la información y la conversación, junto con las grillas que las limitan y que permiten esperar un funcionamiento probable del discurso ajeno y del propio. Sin grillas no hay estrategias, sin relatos no hay sentidos del mundo, y del trabajo con esas grillas y de la re-producción (o el rechazo) de esos relatos dependerán las posibilidades de inclusión/exclusión y articulación/desarticulación de cada insistencia de estilo. Siguen algunos intentos de aproximación a esos recomienzos.

 

1. El cotidiano despertar de los géneros y, también, el de la posibilidad de su ruptura. Cada día se buscan otra vez las continuidades de una cotidianeidad, tanto como las maneras de romper con ella. El tema puede considerarse parte del de las fronteras semióticas, sobre el que distintas formulaciones han venido abriendo la discusión. Al menos, por supuesto, desde Bajtin: la instancia del despertar puede considerarse una de aquellas en las que se re-conocen “esferas de la praxis” que habilitan la posibilidad de fundar otra vez (precisiones de Jauss) “el molde de una praxis social”, y los géneros del relato son el correlato de otro retorno, el de los pequeños acuerdos asentados en los dichos y en las metáforas fijadas. Y en los medios se despliegan, a la vez, la reiteración de esos moldes de expresión y la irrupción de la novedad y del desvío en la producción del acontecimiento. El retorno de las “memorias de la rutina” permitirá también la integración del acontecimiento desviante, sobre el entramado de una memoria que, desde una perspectiva que privilegia la percepción de los medios como sustento de la cotidianeidad, une (por ejemplo en Jerôme Bourdon) las escenas de la interacción o los rituales de la soledad a fragmentos de la textualidad mediática de época. Y según otra formulación, asentada en una perspectiva narratológica que tematiza “la espera de un estado pleno” en la cotidianeidad, un suelo de previsibilidades permite convocar el advenimiento o la memoria (L. Tatit) del momento extraordinario. Se trata, puede suponerse también, de recuperar la resiliencia, la capacidad de retomar la forma y el tamaño (aquí, las de la construcción textual) después de la interrupción o del desvío. “Un signo es tal si, en algún aspecto, se repite; lo que incluye también los sesgos y las diferencias (o su ‘desarrollo’, como indicaba Peirce), en sus trayectorias sociales, como una propiedad necesaria para que funcione como tal”.

De las oscuridades del despertar se han hecho cargo todos los tipos y géneros narrativos y dramáticos (incluidas las intercalaciones con que irrumpen en el ensayo y en los textos históricos y antropológicos), desplegando todas las formas de la recuperación cotidiana de lo público, lo privado y lo íntimo. Oscilando entre extremos: en unos casos, el momento del despertar es el del abandono a los gestos imprecisos, al saludo mal modulado, al relato todavía atónito del sueño. Y en el otro extremo es el momento de la búsqueda empeñosa de los géneros que ordenan el mundo. Por un lado, la resistencia a la grilla y al sistema; por el otro, la disciplina de la repetición con su consolidación de diferencias.

 

2. Los malos despertares de la literatura. Los despertares sin riesgo ni opacidad suelen desplegarse en textos útiles o ejemplificaciones científicas: cursos de idioma, especificaciones etnológicas. Y dentro del campo literario, en la lírica, pero sólo cuando se separa de un relato mayor y expande un absoluto presente de sensaciones y correspondencias: “… el alma de las cosas que da su sacramento / en una interminable frescura matutina” (Rubén Darío); “Esta mañana de nacer que toma / el puro nacimiento de la hierba” (Horacio Rega Molina); “el nervio otra vez listo, sin fatiga, / en la ventana que se abrió sin ruido” (Lucas Lamadrid); “Mi corazón eglógico y sencillo / se ha despertado grillo esta mañana” (Conrado Nalé Roxlo).

En los géneros narrativos, los despertares irrumpen en cambio conflictiva y aun dolorosamente; salvo cuando ocupan un final de texto, emplazados después del acontecimiento extraordinario, como ocurre en un tipo de coda fílmica: si una pareja desayuna en estado de felicidad, es después de la primera noche juntos, circunstancia extraordinaria por haberse mostrado improbable en toda la extensión anterior de la historia. Así, en El día de la marmota o Hechizo de tiempo, el film dirigido por Harold Ramis, o en Frankie y Johnny (Al Pacino y Michelle Pfeiffer); otro caso es el de El gabinete del Dr. Caligari, de Robert Wiener, donde el despertar contiene un efecto tranquilizador porque es el cierre de la pesadilla de un loco. Los despertares de arranque de relato están para la fatiga anticipada ante el retorno de los trabajos del día, para el despliegue triste o irónico de los esfuerzos del niño por sobrevivir a los cuidados de la familia, para el recorrido de los trabajos iniciales del adulto que debe enfrentar otra vez las repeticiones de un día que será hostil o encuadrarse en comportamientos adaptativos; o (en la tradición poética del cambio de régimen) para continuar en el estupor del sueño.

Otro retorno feliz a la vigilia es el que se remite a un pasado perdido. En la literatura argentina, un sol de paz ilumina el despertar del paisano de José Hernández en el Martín Fierro (del que “era una delicia el ver / cómo pasaba sus días”); pero se trata de un sol de nostalgia, en un presente de días desdichados. Tal vez haya ocurrido así en todas las construcciones narrativas de nuestra contemporaneidad. El mexicano del primer relato de Cinco familias (Lewis) se calza las alpargatas para empezar un día de pelea personal y política; el hombre casado de Antes del desayuno (O’Neill) se afeita soportando las invectivas de su cónyuge hasta pensarlo mejor y degollarse; la esposa de El desayuno (Prévert) se enfrentará al silencio y al diario desplegado de su marido hasta quebrarse en llanto; el perezoso Oblómov (Gonchárov) no terminará de levantarse de la cama; Bloom (Joyce) empezará su día con unos rituales matrimoniales de ocultamiento y silencio; los personajes de Kafka se despertarán como no humanos o como víctimas de un proceso indefinible; los protagonistas del policial negro saldrán del dormir para descubrir que su mano empuña un cuchillo clavado en el corazón de una muchacha (Hammett), o que se han derrumbado frente a un escritorio abandonando una investigación (Chandler) por un dormir de torpe o de borracho; y aun el personaje Barthes (el de Barthes por Barthes), cuando sale, una mañana de luz gloriosa, a charlar con la panadera para celebrar el nuevo día, no tardará en equivocarse fatalmente de nivel y perder el interés de la señora, hablándole de abstracciones como la del “color del aire”. Y aislándose en la conversación, como el perdedor de rostro de Goffman, que deberá intentar después volver a dibujarlo.

Y siempre habrá ejemplos que aparecerán como más importantes. En Proust, con sus buenos despertares puestos en la insalvable lejanía temporal o social de una edad dorada o una ajenidad de gente simple; o en Juan José Saer (en El limonero real), con su personaje de ojos abiertos antes del alba, que sigue viendo escenas como en el sueño, sin alcanzar la lógica de un relato que habilite la acción; o en Natalia Ginzburg, con sus despertares a un Léxico familiar que retorna cada día para cerrar la posibilidad de la conversación.

La razón de la prevalencia literaria de un despertar doliente podría pensarse como simplemente funcional a toda construcción narrativa: una cotidianeidad empezada sin carencias resistiría su organización en relato, en tanto secuencia de la solución de un nudo problemático. Pero hay otra razón posible, que podría complementar la anterior desde una singularidad temporal: los despertares se percibirían como más tensionados y rotos en nuestra contemporaneidad, a causa de lo que la historia nos dice que les ha pasado a la ciudad y la familia. Ariés, inconcesivo impulsor de las “historias de la vida privada”, lee como síntoma el invento de una nostalgia, la de una Arcadia campesina inspiradora de las “ciudades jardín”, en las que se habría intentado fingir –como después en los countries– el retorno a una vida familiar semirrural, en un momento en que no era posible ya que se constituyese en refugio ante los riesgos de la ciudad. A partir de sus registros puede pensarse, otra vez, en una subjetividad conmovida por la inestabilidad de los asentamientos de su cotidianeidad.

 

3. Salir del sueño/volver a la vigilia. En los despertares de la vida urbana contemporánea, la recuperación de las operatorias de género se despliega en múltiples universos; consideramos aquí dos de los que se suceden o compiten entre sí:

  • El de los textos mediáticos retomados después del despertar, con su insistencia en las construcciones lógicas de la contemporaneidad y en las de sus cotidianeidades correlativas.
  • El del relato del sueño reciente, que ha quebrado la comprensibilidad, la previsibilidad y la lógica de las representaciones de lo cotidiano.

Se trata de campos opuestos y complementarios en varios sentidos: en uno se trata de recuperar un mundo común, que articula lo privado y lo público; en el otro, de continuar o conjurar los efectos del soñar, con su centro singular e intransferible. Se recuperan los accesos lógicos a las diferentes articulaciones entre textos, sonidos e imágenes, o se convoca la memoria de unas imágenes en principio indecibles. El recomienzo de la cotidianeidad sucede en cada caso en una contigüidad de opuestos que distintas formas de la oralidad y la escritura disuelven o mezclan en diferentes tradiciones genéricas o estilísticas.

 

4. Cuando el hombre trata de convertirse en una extensión de los medios, y no al revés. Como se sabe, los géneros confirman cada día la existencia de un ordenamiento social de los textos. Pero no lo hacen de un solo modo. Mientras que en los del diario prima un orden sígnico, en la radio toma la escena un rastro indicial-corporal (aquí remito a E. Verón y J. L. Fernández).Y también en la televisión, con la circunstancia agregada de que en los noticieros de la primera mañana en los canales de aire, los de mesa distendida y charla de desayuno, se despliegan privilegiadamente los rasgos que permitieron la definición polémica de la TV como “radio ilustrada” (Chion). En el medio gráfico será más nítido el pasaje de los datos sobre hechos y procesos a las reglas que los estructuran, de la secundidad a la terceridad (Verón, Peirce). Si el diario miente, o si demuestra no entender nada de lo que pasa, eso no altera la confirmación diaria de que hay reglas externas a él. Esas reglas, u otras, están presentes también en los otros medios de la cotidianeidad (radio y TV), pero de manera más lacunar y borrosa: en ellos pesan la primeridad y la secundidad, a través de las imágenes y el contacto.

El retorno cotidiano a la grilla no sólo incluye entonces un componente de gregariedad sino también de doxa, convocada desde distintos lenguajes y soportes. Y la enunciación recupera así un esqueleto interior y exterior a partir de los dos accesos mediáticos a ese retorno: el pase a otras dimensiones del presente, mediante el abandono de lo cotidiano por lo institucional o lo político en diferentes grados de generalidad, y el cambio de perspectiva, que implica siempre una reducción temática y una toma de distancia en relación con los problemas del día. Sólo el distanciamiento permite la acotación del sentido, que en la organización de la información escrita puede percibirse también en la finitud de textos y secciones. Se recrean fronteras dentro de lo que debe ser comprensiblemente organizado, en la recreación, en términos de Lotman, de las fronteras internas de la semiosfera. Partiendo de otra de sus síntesis: “Lo que no tiene fin no tiene sentido. La comprensión se halla ligada a la segmentación del espacio no discreto”. Es más que informarse: se percibe una grilla que actúa sobre lo que no reconocía organización antes de ser cuadriculado por ella.

 

5. Cuando se despierta contando. Pero, y a pesar de lo anterior: todos, o casi todos, contamos sueños. En la primera vigilia, esas construcciones pueden desplegarse como la expresión de las sorpresas de una memoria inmediata. En versiones posteriores, el relato buscará la lógica de unas clausuras retóricas y temáticas que ocultarán las oscuridades del material al adecuarlo –como efecto de las reorganizaciones del proceso secundario que Freud describió en su funcionamiento aun antes del despertar– a los verosímiles de los diálogos cotidianos. En dos trabajos recientes de orientación antropológica se define esa sucesión, incluidos su momento de flexión y su particular recursividad. Sobre la puesta en relato: “[…] constituye en un principio un trabajo de memorizaciones; después contribuye a estabilizar el sueño, disponible a partir de entonces para empleos individuales y sociales” (Belmont, Angelopoulos). Y esa estabilización socializadora tendrá como uno de sus basamentos las remisiones a tipos y géneros entreabiertas en el sueño mismo, esas sobre las que se había proyectado la atención de Freud en la primera etapa de sus trabajos sobre el sueño, y que no abandonó ni aun en las etapas posteriores de privilegio de la búsqueda de los significados singulares aportados por la asociación libre.

Pero ese es sólo uno de los modos como el relato del sueño actúa en la cotidianeidad de la mañana. Puede irrumpir también el otro, opuesto y desestabilizador, por el que insiste la permanencia en la desafiante, inacabable novedad de las imágenes oníricas. Y lo que se muestra entonces no es sólo un acontecimiento novedoso dentro de una cotidianeidad conocida, sino también unas misteriosas rupturas en su superficie. Una fórmula de Lotman (la plurisignificancia del sueño) “permite adscribirle una función cultural particular y en efecto esencial: ser la reserva de la indeterminación semiótica, el espacio que queda todavía para colmarlo de sentidos”. Una indeterminación que adquirió condiciones epifánicas desde el romanticismo y fue aceptada por Freud como límite del saber sobre las imágenes oníricas. Y que desde entonces estaría volviendo (Jacques Rancière) para “alterar el orden de la representación”; el de las relaciones entre lo decible y lo visible, entre el saber y la acción; para insistir en su oposición trágica.

 

Lecturas. A. Angelopoulos, “Le rêve typique et le conte”, en Cahiers de litterature orale N0 51, París, Ed. de la Maison des Sciences de L’Homme, 2002; P. Ariès, “The Family and the City”, en Dedalus Vol. 106, N° 2, Massachusetts, American Academy of Arts and Sciences, 1979; M. Bajtin, “El problema de los géneros discursivos” (1979), en Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI, 1982; N. Belmont, “Editorial”, en Cahiers de litterature orale N° 51, París, Ed. de la Maison des Sciences de L’Homme, 2002; R. Barthes, El placer del texto, Bs. As., Siglo XXI, 1974; J. Bourdon, “Sobre cierto sentido del tiempo, o de cómo la televisión conforma la memoria”, en Figuraciones, N° 1-2, Bs. As., IUNA-Asunto Impreso, 2003; M. Chion, La audiovisión, Barcelona, Paidós, 1993; J. L. Fernández, Los lenguajes de la radio, Bs. As., Atuel-Círculo Buenos Aires para el Estudio de los Lenguajes Contemporáneos, 1994; S. Freud, “La interpretación de los sueños”, Obras completas, Bs. As., Amorrortu, 1979, pp. 252-284 (vol. 4) y 485-503 (vol. 5); E. Goffman, Ritual de la interacción, Bs. As., Tiempo Contemporáneo, 1970; R. Gómez, “Cotidiano/no cotidiano. Un caso: el chat”, en Actas del V Congreso Internacional de la Federación Latinoamericana de Semiótica, “Semióticas de la vida cotidiana”, Bs. As., 2003; H. R. Jauss, Experiencia estética y hermenéutica literaria (1977), Madrid, Taurus, 1986; I. Lotman, La semiosfera (1986), Madrid, Frónesis-Cátedra, 1996 y Cultura y explosión (1993), Barcelona, Gedisa, 1999; CH. S. Peirce, “The Principles of Phenomenology” y “The Categories: Firstness, Secondness, Thirdness” (1905), en Philosophical Writings, Nueva York, Dover, 1955; J. Rancière, El inconsciente estético, Bs. As., Del estante, 2005; L. Tatit, “La verdad extraordinaria”, en Tópicos del Seminario 7, México, 2002; O. Traversa, “Aproximaciones a la noción de dispositivo”, en Signo y Seña, N° 12, Bs. As., UBA, 2001; E. Verón, El cuerpo de las imágenes, Bs. As., Norma, 2001.

Oscar Steimberg, escritor y semiólogo, es profesor consulto de la UBA. Ha publicado, entre otros, Cuerpo sin armazón (relatos), Majestad, etc. (poemas) y Semiótica de los medios masivos (ensayo). Las dos vertientes de su escritura se unen en El pretexto del sueño. Una versión anterior de este artículo se publicó en las Actas del V Congreso Internacional de la Federación Latinoamericana de Semiótica, Bs. As., 2003.

 

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