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Para repensar el espectáculo

ARTES

Sobre Concierto de pájaro (2005), de Henrik Håkansson.

 

Desde mediados de los años noventa, el artista sueco Henrik Håkansson (1968) ha trabajado intensamente con animales, plantas y el aparato de la cultura popular en una obra que, en la primera impresión, a menudo corre el riesgo de pasar por mera ocurrencia chistosa. En The Monster of Rock Tour, por ejemplo, una pieza temprana de 1995, encerró miles de grillos en una galería y amplificó el sonido que producían mediante un sistema AP de micrófonos profesionales. En otras obras empleó tecnología de producción musical para grabar al suzumushi, una especie de grillo japonés (Child in Time (Melomorphio Japonica) Studio Sessions, 2002) o para filmar al pita de Gurney, un ave exótica (A Tale from a Forest without a Name (Pitta Gurneyi), 2002-2003). Vinculados a proyectos como estos pueden surgir diversos productos: un disco de vinilo, el póster de una película, la proyección de una secuencia de imágenes de la “estrella” en escena o fuera de ella, o una performance / instalación a modo de sesión de grabación en una galería. Como observó el curador Francesco Manacorda, “El valor productivo de esta desgarradora y deliberadamente exagerada colección de objetos […] equipara los intereses de la maquinaria del espectáculo con el registro científico de datos”. Se trata de una polinización cruzada entre el laboratorio y el aparato de la celebridad, destinada a que podamos examinar más de cerca las convenciones de ambos dominios. En cada caso, Håkansson parece establecer zonas de colaboración precaria entre la naturaleza y la cultura humana, mediante el uso de equipamiento tecnológico de alta calidad para poner en escena y articular esa dinámica.

El año pasado, Håkansson fue invitado a realizar una nueva obra para el programa londinense de Proyectos Frieze, la sección de actividades con subvención pública de la Feria de Arte Frieze, que desde sus inicios en 2003 desarrolla un programa paralelo a la feria comercial. Con curaduría de Polly Staple, los Proyectos Frieze entablan una relación de fricción creciente con el mercado, e incluyen un ciclo de charlas y una serie de obras por encargo que abrevan en las tradiciones de la performance y la crítica institucional. En ese contexto, Håkansson decidió trabajar fuera del predio ferial y organizó un espectáculo en la cercana Royal Academy of Music: una performance protagonizada por un jilguero euroasiático, titulada Birdconcert Oct. 23, 2005 (Carduelis carduelis) Part 1. La obra se ejecutó el último día de la feria de arte, a las siete de la tarde, y al público se le pidió que llegara quince minutos antes para asegurarse asiento. El pedido resultó ser un dispositivo para crear expectativa, ya que la performance sólo comenzó un rato después. En el ínterin el público pudo prestar buena atención al contexto. El auditorio de la academia, con sus pomposos retratos victorianos y sus arañas ornamentadas con trompetas doradas, era adecuadamente ampuloso. En el escenario había cuatro micrófonos dispuestos en torno a una rama deshojada, iluminada con reflectores a la espera del ave estelar. Un equipo de filmación compuesto por más de treinta profesionales circulaba por el recinto, atento al complejo montaje de cámaras, micrófonos, consolas de mezcla y de iluminación. Había incluso un Dolly (un pequeño carrito para la cámara) instalado en rieles desplegados entre el público.

La atmósfera era de eficacia profesional; incluso para quienes no estamos familiarizados con el mundo de la producción cinematográfica, no había dudas de que se trataba de un equipamiento extremadamente oneroso. Esto contribuía a crear un clima de absoluta fascinación, alimentado por el hecho de que, al ser el artista un animalito, todo el protocolo habitual de un concierto entraba en crisis: ¿debíamos aplaudir cuando apareciera? Es más, ¿cómo iba a aparecer? Por fin, las luces se atenuaron y una joven en recamado vestido de noche entró en escena y delicadamente posó al pájaro sobre una rama. Todos contuvimos el aliento; sólo se oía el runrún de las cámaras de 16 milímetros y los pasos del equipo de filmación, listo para hacer rodar la cámara por el riel del carro y enfocar la estrella alada. Pasaron largos minutos. Esperamos que el pájaro cantara. Seguimos esperando. Se pasaron unas grabaciones de cantos de pájaros para alentarlo, pero la criatura se negaba a actuar. Seguimos esperando. La experiencia era tan pronto electrizante como banalmente cageana. En un momento dado el pájaro hizo caca. El cameraman cambió el carretel de película. El ave se aventuró a caminar por la rama y se cayó. Un hombre saltó al escenario para devolver a la criatura a la rama. El tiempo se hizo eterno. Se cambiaron otros dos carretes de película. Por fin, la chica recogió el pájaro y aplaudimos.

Tras el largo rato de inmovilidad y silencio, sobrevino un debate frenético. Para mí, el concierto era una alegoría demoledoramente filosa del entretenimiento y el espectáculo. A nuestra intensa atención y ferviente expectativa se contraponía la negativa del pájaro a cantar. Como el órgano y los timbales en silencio al fondo del escenario, el pájaro fue en todo momento un instrumento mudo. Que el animal ni siquiera representara a una especie amenazada era un detalle particularmente incisivo: apenas un jilguero común y corriente del parque, sin el valor agregado de algún interés científico. Era “un pájaro cualquiera”, y el pathos de esa criatura bajo presión era al mismo tiempo divertido y atroz. Que el minúsculo animal ocasionara la movilización de un aparato de producción tan excesivo en relación con su capacidad de ejecución era una extravagancia descarada. Pero indirectamente también convocaba la pregunta: ¿quién, o qué, merece realmente esa maquinaria de estrellato? ¿Para quién existe ese aparato? Para todos y para nadie, podría ser la respuesta. El pájaro y su normalidad decepcionante conformaban el centro frágil de una consumada performance en la que cada uno estaba implicado y tenía un papel asignado: la audiencia embelesada y luego inquieta, el ajetreado equipo de filmación profesional, el artista-director nervioso detrás de escena. Todos éramos parte de la producción y testigos de la inserción de una naturaleza básica, impredecible y defecante en el refinamiento de un ritual de alta cultura. Este pequeño detalle –el pájaro– se las arreglaba para hacer que el propio formato de concierto se volviera profundamente extraño y, al mismo tiempo, para debilitar la idea misma de entretenimiento comercial como un paquete confiable, probado y entregado. El elevado costo del equipo servía como un recordatorio visual de las presiones económicas que se ejercen sobre un entretenimiento mediado como ese y creaba un extraño paralelo con la propia feria de arte como otro tipo de performance, más clandestina pero no menos determinada en sus maniobras económicas.

Buena parte del trabajo de Håkansson deriva de la obsesión: por el comportamiento animal y la acción humana, por el control y lo que escapa de él, por el mal uso o la transferencia de tecnología y la vigilancia para desestabilizar nuestra autopercepción en tanto entidades racionales y eficientes. Por más que pudiéramos identificarnos con el nervioso jilguero que cagaba en el escenario, el concierto no nos enfrentaba a una antropomorfización humanista de la naturaleza, ni a una lección moralista en la cual los humanos descarriados podían “aprender” del reino animal. Al mismo tiempo, la obra producía un pegote perturbador entre el dominio de la cultura y el de la naturaleza, una conjunción entre la banalidad de la vida de pájaro y el aura de la tecnología sofisticada, a la vez desopilante, repulsiva y melancólica. Después de todo, en su pura visibilidad dispendiosa, fue el aparato lo que nos hizo callar sobrecogidos de emoción, no el vulgar pajarito artista. Hoy en día hay en la crítica de arte una tendencia a distinguir entre obras “críticas” y “cómplices”, pero la oposición sirve de poco para explicar el complicado gesto de Håkansson. El impacto emotivo de la exigua vida del pájaro junto a la maquinaria del entretenimiento mediado tenía un efecto poderosamente revelador de nuestra tendencia a caer víctimas de la seducción sin perder conciencia de que nos esta pasando (e incluso disfrutarlo). El larguísimo, terrible retraso de la gratificación hizo posible que emergiera esa complejidad. Eso, y el hecho de que nosotros, los oyentes, el equipo de filmación y la tecnología, fuéramos todos performers: en la misma medida, si no más, que el pequeño y desdichado jilguero.

 

Traducción: Maximiliano Papandrea y Silvina Cucchi

 

Imágenes [en la edición impresa]. Henrik Håkansson, Birdconcert Oct. 23 2005 (Carduelis carduelis) Part 1, documentación de la performance en la Royal Academy of Music, Londres, encargada y producida por Frieze Projects 2005. Foto de Polly Braden, gentileza de Frieze Art Fair.

Lecturas. La cita de Francesco Manacorda corresponde a “Short History of Natural Destruction”, en Henrik Håkansson: Through the Woods To Find The Forest, Palais de Tokyo / Paris Musées, 2006.

Claire Bishop es historiadora, crítica de arte y profesora en la Universidad de Warwick. Ha publicado Installation Art: A Critical History (Londres, Tate, 2005) y colabora regularmente en Artforum.

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