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Asalto a la imaginación subalterna

ENSAYO

 

Partha Chatterjee, La nación en tiempo heterogéneo y otros estudios subalternos, traducción de Rosa Vera y Raúl Hernández Asensio, Buenos Aires, Siglo XXI Editores-Clacso, 2008, 296 págs.

 

Si hay un término que puede calificar La nación en tiempo heterogéneo…, ese término es osado. El libro de Partha Chatterjee es osado en su intento de explicar por qué el nacionalismo, en otros tiempos un “regalo” exitosamente legado por los europeos a la periferia tercermundista, inicia un camino de retorno a Europa como “una fuerza oscura, elemental e impredecible”. Producto ahora del Tercer Mundo, cobra el mismo estatus que las drogas, el terrorismo y la inmigración ilegal.

Es osado porque se propone discutir teóricamente las implicaciones de conceptos “fijos”, “fijados” y universalizados por la teoría política eurocéntrica para Occidente y muchas sociedades no occidentales, e invita así a repensar las categorías obsoletas que gobiernan desde hace siglos a los países relegados a una posición subalterna. Osado en su afirmación de que la democracia debería ser vista antes bien como la “política de los gobernados”. Osado porque apunta al hecho de que las sociedades occidentales contemporáneas se ven desafiadas por la presencia del “Otro” inmigrante, que amenaza la perpetuidad de la idea de nación homogénea con el tiempo heterogéneo de la nación. Y osado, finalmente, porque sostiene que ciertos discursos acerca de lo que queda por fuera del Occidente moderno son residuos inextricables de temporalidades “otras” arcaicas, síntomas de identidades petrificadas en el tiempo homogéneo vacío y utópico de la modernidad capitalista. Estos “otros tiempos”, dice Chatterjee, no son meras supervivencias del pasado premoderno: son los nuevos productos del encuentro con la propia modernidad.

Partha Chatterjee es uno de los fundadores del Grupo de Estudios Subalternos formado en la India. Pese a la importancia de su obra, prácticamente no estaba disponible en castellano antes de que se publicara esta oportuna traducción. El caso es que el gesto rupturista de Chatterjee se remonta a fines de los años setenta, concretamente al proyecto político que, bajo la dirección del historiador Ranajit Guha, emprendió un puñado de intelectuales de la diáspora india afincados en la academia de Inglaterra. El grupo se conformó entonces en torno al proyecto de “devolver a la historia” las voces silenciadas por los modelos descriptivos y causales que la historiografía marxista y nacionalista dominantes utilizaban para representar la historia colonial sudasiática. Pero no sólo eso. Para la óptica del grupo, también el imperialismo era un modo de establecer una normatividad universal de la producción narrativa; un régimen que excluía a las voces bajas de la historia omitiéndolas, sofocándolas o distorsionándolas bajo los signos de la violencia epistémica.

En el relato de Chatterjee, la representación de la India y los indios que construyó el Imperio Británico señala un antes y un después. La identificación del país como un Estado de anarquía, ilegalidad y despotismo arbitrario, y la calificación de las costumbres sociales del pueblo indio –sancionadas, según creían los ingleses, por la tradición religiosa– como “degeneradas y bárbaras” fueron para Chatterjee elementos centrales para la justificación ideológica del gobierno colonial británico. Las primeras páginas de La nación en tiempo heterogéneo… retrotraen a 1498, fecha de la llegada de la expedición portuguesa de Vasco da Gama a la costa malabar –“en busca de cristianos y especies”–, bajo la convicción europea de que la religión constituía el universal cultural y era la condición sine qua non de la inclusión en el mundo civilizado. Luego sigue el relato de la crisis del poderío portugués en la India, la consolidación del imperio mongol y el fin de la hegemonía portuguesa, que será sustituida por las compañías comerciales holandesas e inglesas.

Influido por la lectura de Gramsci, el proyecto intelectual del Grupo de Estudios Subalternos ahonda en una preocupación por el par “dominación y subalternidad” (o, en términos de Guha, “dominación sin hegemonía”), antes que por el de “hegemonía y subalternidad”. El dominio británico, concluye Chatterjee, fue de un carácter tal que “los una vez colonizados continuamos hasta hoy sintiendo una necesidad aparentemente insaciable de amar a Europa”. Un amor que, siendo un “concepto de Occidente” soldado desde hace quinientos años, no han logrado fisurar en el sur de Asia ni siquiera las grandes atrocidades del siglo XX.

Chatterjee remite no sólo a los escritos de los viajeros portugueses, sino también a los de los viajeros indios a la Inglaterra imperial; cinco siglos “de amor y odio” se reflejan allí de un modo que permite entender la “incomprensión cultural” entre Europa y la India. El argumento, tomado de Maquiavelo, es que el dominio británico en la India introduce una novedad que lo diferencia de los gobiernos indios ex ante: a saber, la necesidad de los monarcas británicos, manifiesta desde finales del siglo XVIII, “de ser amados por sus súbditos extranjeros”.

Pero asimismo, advierte Chatterjee, es imposible concebir los doscientos años de opresión sin considerar el papel que la alianza entre las elites extranjeras y las nativas –que admiraban la gran Inglaterra de la ficción literaria creada por el nacionalismo y las nuevas clases medias letradas indias– tuvo en la formación de los movimientos nacionalistas modernos. Ni tampoco desechando la tesis de Benedict Anderson, tan influyente en los últimos tiempos, según la cual las naciones son “comunidades imaginadas”; porque de ese modo Occidente pudo promover el asalto a la imaginación subalterna, o conseguir, en palabras de Chatterjee, “que nuestras imaginaciones deban permanecer colonizadas para siempre”.

El interés por interpretar la construcción de la nación y el nacionalismo aparece ya en los escritos anteriores de Chatterjee. En The Nation and its Fragments: Colonial and Postcolonial Histories (1993), entre otros, analizó la separación que, en el ámbito de la cultura, hacía el nacionalismo entre la esfera material y la espiritual. Los escritores nacionalistas afirmaban que la esfera material era exterior a ellos, los condicionaba y los forzaba a ajustarse. Chatterjee sostiene que, a fin de cuentas, esto no tiene importancia: “Lo espiritual, que está dentro, es nuestro verdadero ser; es lo genuinamente esencial”.

Según el nacionalismo, mientras la India lograra conservar la singularidad espiritual de su cultura, podía hacer las concesiones necesarias para adaptarse a los requerimientos del moderno mundo material sin perder su identidad verdadera. Por eso –como demuestra Chatterjee en los campos de la lengua nativa y las artes– la idea de preservación del campo espiritual como territorio soberano, aunque alterable, es fundamental para comprender el nacionalismo anticolonial por fuera de la “normalización cultural” del capitalismo impreso.

Acaso la mayor osadía de este libro sea el cuestionamiento del concepto de “sociedad civil”, o del nuevo dogma liberal de la “participación”, que, en tanto ficto, se vuelve una nueva estrategia de gobernabilidad. Polemizando con Charles Taylor, Chatterjee dice que los ciudadanos habitan en el dominio de las teorías liberales y las poblaciones en el de las políticas públicas, bajo lo que Nicholas Dirks denominó “Estado etnográfico”. Mientras que la sociedad civil, restringida a un pequeño sector de ciudadanos ilustrados, representaría el “punto culminante de la modernidad” y de los ideales ficticios de libertad e igualdad, la “sociedad política”, tal como la entiende Chatterjee, es un descenso al corazón de las tinieblas, donde “el nuevo rival de la modernidad son las formas de la democracia”. En esas “zonas oscuras”, en las que rigen el principio de la desigualdad, la diferencia y la lógica de la cuenta, se desenvuelven la “cultura lumpen” y la movilización de los desclasados, los refugiados, los campesinos sin tierra, los sin techo, los trabajadores eventuales, que transgreden la legalidad para sobrevivir y cuyos reclamos ya no pueden ser ignorados por el Estado.

Esos subalternos imaginan la nación de otro modo. Y ese modo otro, tiempo otro que se sustrae al discurso occidental universalizante, entraña, en definitiva, la disputa por el tiempo; la posibilidad de que los subalternos decidan por sí mismos. Chatterjee recupera este fenómeno, al que Foucault dio el nombre de “heterotopía”, para nuestra contemporaneidad. Y dice que los actos de resistencia de la mayoría del mundo moderno ya no podrán ocurrir más antes de tiempo.

 

Lecturas. Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo (México, Fondo de Cultura Económica, 1993); Partha Chatterjee, “La Nación y sus mujeres”, en Saurabh Dube (coord.), Pasados poscoloniales (México, El Colegio de México, 1999) y The Nation and its Fragments: Colonial and Postcolonial Histories (Princeton, Princeton University Press, 1993); Ranajit Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos (Barcelona, Crítica, 2002).

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