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Un pájaro picotea una piedra

FICCIÓN

 

J.P. Zooey, Sol artificial, Buenos Aires, Paradiso, 2009, 95 págs.

 

J.P. Zooey es el protagonista de un libro cuyo autor es J.P. Zooey. Sol artificial, el libro, está compuesto por un conjunto de ensayos y entrevistas a cargo del mismo Zooey y lo encabeza una carta cuyo remitente es un enigma. Las entrevistas son cinco y las une el interés científico. Estos son algunos de los entrevistados: Umberto Matteo, un inmigrante del futuro a quien Bionet le debitó el gen de la cordura en el año 2070; el Doctor Diego Grenstein, que liberó en 2007 el segundo campo de concentración informático descubierto en el mundo; Nicolás Aspié, un ex programador cuyo cuerpo físico fue el primero conocido por un sistema informático vivo. A diferencia de las entrevistas, los ensayos no participan de un mismo campo, pero comparten un estilo que combina un cierto interés poético por las imágenes visuales con la reflexión en torno del devenir humano. Para que esta descripción inicial fuera exhaustiva, sería necesario encontrar una manera de hablar del humor del libro. Acaso baste con citar un momento en que Zooey mismo analiza la carta de apertura: “el autor mostraba tener algunos conocimientos de química. Los exhibía con cariño y optimismo, creyendo que sus conocimientos podían ayudar a alguien solo. ¡Y vaya si la ciencia puede ayudar a la gente sola!”.

Si creyéramos en las descripciones temáticas, el par ciencia-soledad podría funcionar como descripción temática de buena parte del libro. Es cierto que, para entenderlo de acuerdo con el universo que forman estos textos, sería necesario tener una concepción amplia de ciencia, una que incluyera el trabajo de Freud; por ejemplo:

4) Las cosas andaban bien cuando el nombre era uno consigo mismo.

4.1) Después vino Freud y lo partió en dos.

4.2) De un lado quedó la conciencia, del otro el inconciente.

4.3) Conciencia e inconciente se buscarían siempre, para fundirse, para volver a ser uno.

4.4) Jamás se encontrarían, se dijo.

4.5) Pero llegó Internet.

4.6) El inconciente se matemorfoseó en información.

4.7) La conciencia lo busca, ya está cerca, lo presiente, los separa sólo el vidrio del monitor.

4.8) La conciencia antes o después atravesará el vidrio.

4.9) El hombre volverá a ser uno consigo mismo, cuando vuelto información deje de ser hombre.

4.10) Inhalá.

4.11) Exhalá.

Este esquema de tipo lógico-poético es una buena muestra del tipo de trazado que siguen tanto las entrevistas como los ensayos del libro. Pertenece a la carta con que este empieza y es un fragmento de una “lista de cosas” que el remitente invita a Zooey a “aprender”. Nunca después, durante las entrevistas o los ensayos, se ofrece así desagregado esquema alguno, pero quien intentara realizarlo obtendría algo similar. De hecho, el tránsito directo de ida y vuelta entre conciencia humana y pantalla de tele o de computadora, o entre cerebro y CPU, es un motivo central de Sol artificial.

En El mundo de la ciencia ficción, Pablo Capanna extiende los diversos argumentos que se han utilizado para fundamentar uno u otro inicio de la ciencia ficción como género literario (¿se puede, por ejemplo, ir hasta Frankenstein como quiere Brian Aldiss?). Lo bueno del libro de Capanna es que deja en claro, intencionalmente o no, que la discusión sobre ese comienzo es entretenida y más o menos inútil. En el caso particular de la Argentina, de todos modos, la cuestión ni siquiera parece adecuada, porque su literatura ha recorrido diversos procedimientos y temas relacionados con la ciencia ficción, pero pocas de sus obras (si acaso alguna) se ciñen de manera estricta a las características del género.

Entre los desvíos más comúnmente señalados para la ciencia ficción de esta zona del mundo está el problema de la tecnología. Más allá de previsibles discusiones acerca de la precisión de un argumento que defendiera la necesidad del elemento tecnológico en el género, lo cierto es que es difícil para cualquiera no pensar en él al escuchar el sintagma “ciencia ficción”. (Por supuesto, no debe olvidarse que algunas de las obras más reconocidas apenas rozan el devenir tecnológico y se centran en otros temas, como el de la evolución de la especie humana en Más que humano, de Sturgeon, o la exploración de los sistemas sociales y su racionalidad en el dúo Un mundo feliz1984, de Huxley y Orwell.) En este marco, la cuestión argentina podría expresarse en forma de un diálogo como el siguiente.

–Lo que se vuelve indiscutible es que la tecnología y sus derivaciones son imprescindibles para la ciencia ficción (cfr. Adriana Fernández y Edgardo Pígoli).

–En general, estos autores [los argentinos] cultivan una literatura fantástica no tradicional, que linda con la ciencia ficción, la atraviesa y sale libremente de su ámbito, con escasa presencia de elementos científico-tecnológicos (cfr. Pablo Capanna).

En resumen, la narrativa argentina y el imaginario sobre el desarrollo tecnológico suelen permanecer en tensión. En los relatos estadounidenses o europeos, incluso en los japoneses (por ejemplo en el universo del manga), la tecnología sirve para el bien o para el mal, o no sirve. Pero siempre funciona. En la ¿ciencia ficción? argentina, la tecnología no funciona (o funciona poco y mal), no existe o no se la domina (es de los otros).

Por su parte, Sol artificial se permite internarse en la imaginación tecnológica y lo hace desde dos perspectivas. Por un lado, se dedica a la sátira del desarrollo del hardware, con un tono burlesco que podría considerarse habitual en estas latitudes. Uno de los entrevistados, por ejemplo, construye una máquina que lee gigantografías de huellas dactilares y las traduce a dibujos y sonidos en busca de la imagen del “Dios por venir”. Sin embargo, Zooey también muestra un interés efectivo por la manera en que los sistemas informáticos actuales modifican la sociabilidad y el desarrollo humanos. Es un interés que no carece de sentido del humor, pero que no se niega por ello la posibilidad de interpretar lo que sucede o podría suceder.“La humanidad”, dijo Vonnegut, “está tratando de convertirse en otra cosa; constantemente experimenta con nuevas ideas. Y los escritores son un medio de introducir nuevas ideas en la sociedad. […] Los artistas, todos los artistas, deben ser atesorados como sistemas de alarma”. En “El estribillo”, Zooey entrevista a un hombre que conoce en qué se transformará Internet dentro de más de medio siglo, cuando exista Bionet. Entre absurdas interpretaciones de un grupo de especialistas de Psicología de la UBA, después y antes de silbar la primera estrofa de “Yellow Submarine”, Umberto Matteo, el inmigrante del año 2077 que sabe lo que queremos saber, explica por qué se le ha debitado el gen de la cordura: “cometí el peor de los crímenes: me abstuve. Me abstuve de participar productivamente en la red. Disfrutaba de mis sueños, leía los mensajes y vidas de otros, contemplaba las combinaciones genéticas de hombres y mujeres, siempre dormía la siesta; pero jamás produje nada para la red. No produje ningún tipo de esperanza, no tuve ningún deseo, no esculpí ninguna forma ni verdad, no completé encuestas. Me abstuve de usar mi poder de participar. Ese es el peor de los crímenes”.

Borges escribió que “hay argumentos que se prestan menos a la escritura laboriosa que a los ocios de la imaginación o al indulgente diálogo”. No debería entenderse esta idea con menosprecio. Al fin y al cabo, es probable que Borges aceptara lo adecuado de incluir mucho de su propia producción en alguna de esas dos vertientes. Sol artificial también despliega esa rareza (la de permitirse abandonar el desarrollo narrativo como arquitectura fundamental de la ficción). Así, el universo que construye tiene elementos en común, por ejemplo, con el que William Gibson inauguró en Neuromante, en el que la posibilidad de que las máquinas tomen vida es reemplazada por el misterio de que eso ocurra con el software. Pero el libro de Zooey no está interesado en el pulso narrativo. Como se ha dicho, su universo sólo se nos ofrece a través de entrevistas y ensayos.

Al respecto, es preferible insistir en que el ámbito de la ciencia ficción no es el único explorado por el libro. Es sí el vínculo fundamental de las entrevistas, pero los ensayos varían sus intertextos: “Histeria y capitalismo afectivo” intenta una interpretación de lo que llama tecnologías afectivas a la vez que presenta conjeturas sobre la posición femenina contemporánea; “Fenomenología del domingo” toma prestados ciertos rictus de los discursos filosóficos y antropológicos para examinar el último día del fin de semana; “Réquiem para el hombre de barro” empieza citando el Antiguo Testamento, pasa por afirmaciones como la de que “el PacMan educó a la humanidad mucho más que la escuela, las ciencias o el psicoanálisis” y termina entre hipótesis más bien cercanas a las de los análisis de la cultura (como si se tratara de un Paul Virilio menos desesperado y apocalíptico): “una vez deshecho totalmente el individuo en el océano informático ya no sufrirá los efectos explosivos de la noche”.

Allí está, también, el humor como cómplice del pensamiento, como elemento fundamental en la reflexión. Acaso la mayor carencia de esta reseña está en la dificultad para hablar de ello. Y es que no se trata en general del humor que podría provenir de situaciones y personajes, sino del que permiten la elaboración de ideas y las maneras de expresarlas. Es oportuno dejar escrito que Zooey no se ríe de alguien o de algo: se concede disfrutar del hecho de verse sumergido en el mar intelectual del que alguna vez habló Vonnegut. “Busca en Internet qué cosa es el click. Clickea aquí y allá: click, click, click, click. Picotea el Mouse. Click, click, click. Como un pájaro picotea una piedra.”

 

Imágenes [en la edición impresa]. Eduardo Navarro, S/T (2008), dibujo en lápiz sobre hoja A4.

Lecturas. Kurt Vonnegut, Guampeteros, fomas y granfalunes (Barcelona, Grijalbo, 1977); Pablo Capanna, El mundo de la ciencia ficción. Sentido e historia (Buenos Aires, Letra Buena, 1992); Adriana Fernández y Edgardo Pígoli, Historias futuras. Antología de la ciencia ficción argentina (Buenos Aires, Emecé, 2000); Jorge Luis Borges, Prólogos con un prólogo de prólogos [1975], en Obras completas IV (Barcelona, Emecé, 1996).

Darío Steimberg, licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires, escribe para diversas publicaciones literarias. Es investigador del Conicet y trabaja en un proyecto sobre narrativa argentina contemporánea.

 

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