Inicio » Edición Impresa » MÁQUINABLANDA » Un ejemplo para todos

Un ejemplo para todos

MÁQUINABLANDA

En el ingenioso y elegante ensayo Comment parler des livres que l’on n’a pas lus? (Cómo hablar de libros que no hemos leído, París, Minuit, 2007), Pierre Bayard aborda una cuestión, la señalada en el título, que puede interesar tanto a lectores como a reseñadores. Al fin y al cabo, ¿cuántos no nos hemos pronunciado alguna vez sobre libros que apenas habíamos hojeado, o referido a obras que desconocemos ampliamente?

El proyecto de Bayard es serio: en el prólogo del libro cuenta que nació en una familia que leía poco, que él mismo no es un lector voraz y que, de todas maneras, tampoco le sobra el tiempo. Profesor de Literatura Francesa en la Universidad de París VIII y psicoanalista en ejercicio (tiene 52 años), con frecuencia se ve en la obligación de comentar libros que no ha visto, aunque en los círculos en que se mueve “no leer” sea tabú. Bayard enumera las tres presiones que todos sentimos como lectores: “La primera –dice– podría llamarse ‘la obligación de leer’. Vivimos en una sociedad en que la lectura sigue siendo objeto de una forma de sacralización”, en especial en relación con ciertos “textos canónicos”, cuya lectura prácticamente es un deber. La segunda “podría llamarse ‘la obligación de leer íntegramente un libro’. Si no leer está mal visto, la misma condena sufren la lectura rápida y la hojeada superficial”. Por ejemplo, agrega Bayard, “sería casi impensable que los profesores de literatura admitieran que sólo han leído la obra de Proust en diagonal, lo que a fin de cuentas es cierto en la mayoría de los casos”. ¿Es posible que esto sea verdad? Si lo es, produce consternación; suponemos que cuando su libro se publicó en Francia a principios de este año Bayard habrá tenido que dar algunas explicaciones a sus colegas. La tercera presión, que la mayoría daríamos por sentada, es la necesidad de haber leído un libro para poder hablar de él; pero según Bayard es perfectamente factible mantener una discusión provechosa acerca de una obra que no hemos leído, incluso con alguien que tampoco lo haya hecho. Estas presiones, según el autor, conducen a una falta de franqueza en el trato con el otro y generan sentimientos de culpa innecesarios. La mayoría de nosotros tiene lagunas respecto a determinados autores, y a muchos nos agobia pensar en los libros que no hemos alcanzado a leer o en los que hace años que querríamos leer y sabemos que no vamos a leer nunca. Pero a Bayard eso no le interesa; en cambio, clasifica las obras que menciona en cuatro categorías: “L” indica “livres inconnus” (libros que desconoce); “LP”, los “livres parcourus” (libros a los que echó un vistazo); “LE”, “livres dont j’ai entendu parler” (libros sobre los que escuchó hablar) y “LO”, “livres que j’ai oublies” (libros que leyó pero ha olvidado). El Ulises, por ejemplo, entra en la categoría “LE”: Bayard afirma no haberlo leído, pero puede situarlo en su contexto literario, sabe que es una especie de nueva versión de la Odisea, que acompaña el fluir de la conciencia y que se desarrolla en Dublín a lo largo de un único día. En sus clases, hace frecuentes referencias a Joyce sin inmutarse.

Quizás no debería sorprendernos esta confesión, ni la revelación de que, “al igual que numerosos profesores universitarios”, Bayard “ha pasado tiempo suficiente con sus colegas como para formarse una idea positiva o negativa del valor de sus libros sin necesidad de leerlos”. La frase aparece en una discusión acerca del bochorno literario, en un capítulo cuyo subtítulo arcaizante y burlón es “Donde se confirma, en relación con las novelas de David Lodge, que la primera condición para hablar de un libro que no se ha leído es no avergonzarse de ello”.

En ese capítulo, Bayard se detiene en una escena de la novela de Lodge Intercambios. Allí el académico inglés Philip Swallow inicia a estudiantes y colegas de la universidad en un “Juego de la Humillación”, en el que los jugadores deben nombrar grandes obras que no han leído. El titular del Departamento de Inglés, que no ha leído el Paraíso recobrado, es vencido por el académico norteamericano Howard Ringbaum, que en un momento de temeridad profesional confiesa no haber leído Hamlet. Pero Bayard opina que Ringbaum yerra al hacer la inequívoca confesión, ya que Hamlet forma parte de la biblioteca que el autor denomina “virtual”, la formada por las obras que nos es inevitable conocer. La imprudencia de Ringbaum era simplemente innecesaria.

Bayard también recurre a algunos no lectores distinguidos. Así, cita un homenaje de Paul Valéry a Marcel Proust publicado en la Nouvelle Revue Francaise en 1923, poco después de la muerte del novelista: “Aunque conozco vagamente sólo uno de los volúmenes de la gran obra de Marcel Proust y el arte de la novela me resulta completamente inimaginable, puedo reconocer, a partir de lo poco que he tenido ocasión de leer de En busca del tiempo perdido, la pérdida excepcional que acaba de sufrir la literatura…”. Incluso Bayard admite que la frase se las trae, en particular porque el resto del artículo deja en claro que Valéry no tiene intenciones de reparar su omisión. Como lo señala el autor, el episodio pone bajo sospecha el juicio literario de Valéry en general (y debilita bastante su propio argumento).

En otro pasaje Bayard se pregunta, con Montaigne, cómo debemos considerar esos libros que leímos pero hemos olvidado por completo. Montaigne llevó al extremo su propensión a olvidar cuando admitió que algunas personas podían citarle fragmentos de los Ensayos que él no recordaba haber escrito.

Bayard coloca a Montaigne entre los “no lectores involuntarios” (los olvidadizos) y en este contexto ve la lectura como parte de un proceso (necesario) de pérdida: a fin de cuentas, no podemos aspirar a retener todo lo que leemos y no nos lo deberíamos reprochar.

Bayard ha escrito estudios sobre Laclos y Maupassant; también es autor de Comment ameliorer les oeuvres ratées? (Cómo mejorar obras fallidas) y de Peut-on appliquer la litterature a la psychanalyse? (¿Puede aplicarse la literatura al psicoanálisis?). Contrariamente a lo que su título podría sugerir, Comment parler des livres que l’on n’a pas lus? no es un manual de autoayuda, y tienta pensar que algunos de los compradores franceses que a comienzos de este año hicieron de él un fugaz best seller se desconcertarían si lo leyeran. Por momentos parece como si Bayard buscara formas cada vez más elaboradas de decir lo obvio tejiendo esquemas teóricos intrincados, mientras su faceta de psicoanalista amenaza con desbordar completamente el proyecto: “Analizar libros es mucho más que intercambiar elementos extraños a nuestra cultura; es tratar con aspectos de nosotros mismos que sirven para asegurarnos de nuestra coherencia interna, en situaciones estresantes de amenaza narcisista”.

Pero el libro también brinda un placer considerable: el capítulo más agradable es el que está dedicado a Las ilusiones perdidas, de Balzac (“LP, LE y LO”). El héroe de la novela, Lucien de Rubempré, que ha llegado a París en busca de fama literaria y fortuna, recibe una enérgica lección acerca de las convenciones cínicas del periodismo literario parisino. Rubempré, que ha enviado un manuscrito con sus poemas titulado Las Margaritas al editor Dauriat, un filisteo, se indigna cuando varios días más tarde va a verlo y este expresa sus opiniones sobre los poemas, aun cuando el sello del manuscrito está claramente intacto. (Bayard incluye Las Margaritas en la categoría “L…”. El hecho de que el libro no exista sugiere que no todo lo que él escribe debería tomarse al pie de la letra.)

Rubempré, lleno de ideas tontas sobre la “sagrada crítica”, aprende de amigos más experimentados que la práctica de Dauriat es perfectamente normal: leer una obra para hacer la crítica se consideraría incluso humillante. Esa tarea se deja para las amantes: la tarea del crítico es expresar opiniones generales sobre el autor del caso, acatando los deseos de su editor.

Bayard podría considerar “transgresora” esta idea del periodismo literario: todas las opiniones son válidas, sin importar cuán escaso sea el fundamento, y el libro ha dejado de tener importancia, “ha dejado de existir”. Los oportunistas de Balzac son libres de construir sus propias bibliotecas virtuales.

Cuando se trata de reseñar libros no leídos surge inevitablemente el nombre de Oscar Wilde: el “santo patrón de los no lectores” sugiere que seis minutos es el tiempo adecuado para dedicar a la lectura de un libro que se va a reseñar y recomienda la redacción de reseñas como una buena manera de hablar de uno mismo. Bayard también trae a la luz con buenos resultados una escena de El tercer hombre en la que Graham Greene se divierte a expensas del personaje Buck Dexter, escritor de novelas de suspenso. Dexter, en un embarazoso caso de confusión de identidades, es convocado a disertar en Viena y frente a un público literario sobre Joyce y la novela moderna, un tema sobre el cual no está en absoluto calificado para opinar.

Sería un error tomar en serio todo lo que Bayard afirma en el libro, y quizás tampoco es lo que él pretende, pero haríamos bien en seguir su consejo terapéutico cuando sugiere que, para hablar sin vergüenza sobre libros que uno no ha leído, hay que desembarazarse de la opresiva imagen de una base cultural intachable, esa imagen que transmiten e imponen la familia y las instituciones educativas y a cuya altura uno intenta vanamente estar durante toda la vida. Bayard insiste alegremente en que va a seguir hablando de libros que no ha leído –hasta ahora parece haberse salido con la suya– y ofrece una idea optimista: que la gente es capaz de empezar a escribir sólo cuando ha superado el “miedo a la cultura”.

 

Traducción de Silvina Cucchi

1 Ene, 2008
  • 0

    Libros invisibles. La clínica y la lectura

    Aquiles Cristiani
    1 Mar

    La plaza del ghetto se reduce a los límites del ghetto. Héctor Libertella, El árbol de Saussure. Una utopía.

  • 0

    Estado de la memoria

    Martín Rodríguez
    1 Sep

     

    El film El secreto de sus ojos consagró en 2010 otro “éxito de la memoria” y obtuvo el segundo Oscar nacional, lo que volvió a confirmar...

  • 0

    Spinetta y la liberación de las almas

    Abel Gilbert
    1 Jun

     

    Luis Alberto Spinetta se fue el 8 de febrero de 2012, a los 62 años. Tenía 23 años cuando grabó Artaud, ese disco irreductible a la...

  • Send this to friend