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Delinquir. Los actos de Luciana Lamothe

PLÁSTICA

 

En 2003 el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires organizó un “Estudio Abierto” en el edificio de Harrods, en el que se invitaba a un grupo de artistas a presentar sus obras o a “intervenir” el espacio abandonado de la tienda. La exposición apostaba a que la decadencia del edificio era un elemento estético capitalizable en función de las necesidades y los formatos del arte contemporáneo. La decisión de Luciana Lamothe, si bien pulcra, demostraba su rebeldía frente a la consigna curatorial del evento: su participación consistió en pulir y lustrar una franja de parquet alrededor de treinta columnas. ¿Qué podemos decir de eso?

La segunda acción que Lamothe realizó en esta etapa temprana de su trabajo podría describirse así: a una persiana de local encontrada en la calle, cerrada con una cadena y un candado, la artista agregó un nuevo candado, como un eco. Aquí es importante recalcar que si bien es cierto que la artista cometía un atentado contra la propiedad privada, no se trataba de intrusión o robo sino de la puesta en disputa de la “soberanía” del primer candado a través de su cancelación. Y que esa cancelación se lograba mediante la repetición de la acción del primero.

Hay en el trabajo de Lamothe un franco e irritante carácter destructivo, incluso cuando la destrucción es menor, como en el ejemplo que sigue. Una de sus fotos se titula Removedor de pintura alrededor de candado y muestra con deliberada literalidad cómo el removedor que la artista aplicó prolijamente afectó una porción de pintura alrededor de un candado que cerraba una persiana en la calle. Comprobamos en la foto que el color de la pintura se mantiene, sólo cambia dramáticamente su textura, de lisa a rugosa. En esta especie de precisión o incluso de preciosismo destructivo, Lamothe recuerda a Walter Benjamin: “El carácter destructivo sólo conoce una consigna: hacer sitio; sólo una actividad: despejar. Su necesidad de aire fresco y espacio libre es más fuerte que todo odio. El carácter destructivo es joven y alegre porque destruir rejuvenece, ya que aparta del camino las huellas de nuestra edad; y alegra, puesto que para el que destruye dar de lado significa una reducción perfecta”. El removedor sobre pintura corrompe la propiedad en su materialidad, forzando a la pintura a levantarse, a desmembrarse, a abrirse camino. Sin embargo, su accionar cesa aquí;  a Lamothe no parece interesarle tanto lo que hay detrás de la reja sino la reja misma como objeto-límite.

El año pasado Lamothe dejó a un lado las fotografías que usaba para documentar sus pequeños atentados y mostró en galerías dos diferentes compilaciones de videos, que funcionaban como órganos difusores de actividades, “propaganda del acto”. Para este fin, diseñó una vincha-riñonera que le permite adosarse una cámara a la frente. A través de un pequeño agujero, la cámara hace foco en todo aquello que Lamothe mira, durante el tiempo en que ella decida mirarlo; la vincha le permite producir un montaje sincronizado con su mirada, de manera bastante cruda y documental, una especie de anarquismo verité. La potencia del género radica no sólo en la meticulosa descripción de los ataques que la artista se propone y realiza en una suerte de “instrucciones para delinquir” (el ejemplo más claro son las dos detalladísimas versiones que filmó de atentados contra inodoros en baños públicos), sino también en el suspenso que generan los relatos, ya que la artista expone el propio cuerpo en cada acción y nosotros, desde la vincha, nos transformamos en cómplices inquietos de sus trabajos. Hay algo ligeramente sádico en el modo en que Lamothe nos mantiene sujetos a su cuerpo temerario mientras comete los delitos. Por ejemplo: en uno de sus videos pareciera que va a realizar un ring raje. Sin embargo, Lamothe no solamente toca todos los timbres del portero eléctrico (mientras los vecinos van contestando, de modo histérico, hasta amenazar con llamar a la policía), sino que permanece, insiste en su acción, hasta que empezamos a temer por ella. Incluso cuando se vuelve insoportable ser testigo de tanta idiotez, cuando empieza a verse a alguien espiándola a pocos metros, desde dentro del palier, ella permanece. Después, de repente, el video termina. Una vez más, el trabajo de Lamothe se resiste a la interpretación. ¿Qué podemos decir de eso?

La jerga, los protocolos de la crítica de arte, les quedan incómodos y hasta un poco ridículos a estos trabajos. De todos modos, descubrimos poco a poco que, aunque las técnicas de uso de Lamothe pertenecen al terreno pedestre de lo delictivo, el bagaje y los móviles de estas piezas son estéticos: estética pura puesta en práctica en el terreno de lo político. Sus acciones consisten en tomar a la fuerza la propiedad en el espacio público y usarla como material de investigación, para chocar con lo privado y exponer su vulnerabilidad. (El lado político busca efectividad en la acción mientras que, en tanto estética, la obra propone un espacio de reflexión abierto al absurdo. De esta contradicción, surge el espacio de trabajo de Lamothe.)

 

Los targets predilectos de la artista son los símbolos de propiedad. No solamente cerraduras y candados que adora inutilizar con destreza. El universo en el que opera es ése conformado por miles de garitas, metros de rejas, empresas de sistemas de radar antirrobo, blindajes de puertas y vidrios y alarmas; todos los dispositivos de seguridad que subrayan esa línea que divide un nosotros vulnerable (y entonces, protegido) de un afuera amenazante. Trabaja contra los símbolos (a favor de los objetos debajo de los símbolos) pero también contra ítems particulares de la clase media, autos, butacas de cine, decoración de shoppings, contra el Junkspace (Espacio-chatarra) de Rem Koolhaas. Sin embargo, sus acciones se cargan de ambigüedad; no hay resentimiento ni sentimiento de exclusión. En todos los casos, ella es un usuario, no una intrusa, y pareciera preguntarse: ¿cuánto daño puedo provocar?, ¿cuán vulnerables son estos objetos?, ¿qué medidas se tomaron antes para evitar que yo pueda hacer algo ahora contra esos objetos? Lamothe decide cruzar la línea de la división social y contagiarse de las conductas generadas por la desigualdad. En este sentido comparte una tendencia que el crítico mexicano Cuauhtémoc Medina detecta en varios artistas de países periféricos (incluyendo al español Santiago Sierra en este grupo): “No se limitan a denunciar o criticar situaciones sociales específicas sino que parecen incapaces de tratar temas de injusticia social sin contaminarse con la misma […] Nacen de la intención de convertirse en una ofensa al confrontar al espectador con la angustiante tarea de calcular si la obra de arte es más o menos perturbadora en términos morales que su referente”. Concluye Medina: “Al renunciar a la pureza, pero sin buscar un punto vanguardista por el mal, [estos artistas] asumen que la ética no puede ser explorada si no es por medio de cierta suspensión de los estándares morales aceptados. Si se me permite plantearlo de este modo, derogan la ley para que se cuestione la posición comprometida e insostenible de la ética en el mundo contemporáneo”. El abuso que Lamothe hace de su libertad así como el abuso que hace de las posibilidades que ofrece hoy el arte (no ya los formatos sino las transgresiones que el arte contemporáneo absorbe), es a la vez lo necio por antonomasia y lo escandalosamente significante. No es cuestión, aquí, de exonerar a Lamothe de sus culpas por el hecho de ser artista ni de inventar una ética para redimirla. Pero en su convicción destructiva hay una voluntad de exploración de la marginalidad y del delito que es implacable y que nos provoca.

Walter Benjamin escribió: “El carácter destructivo es una señal”. En el contexto actual, las acciones de Lamothe son un índice más, que ataca al tiempo que avisa, que hace visible. Toma una reja para decir algo así como: “Aquí hay una reja. No me es indiferente”.

 

 Sugerencias a Lamothe sobre otros campos de investigación. En la obra del portero eléctrico o en la secuencia de fotos de la pintura derramada en el piso de un shopping (que alguien limpia un poco infructuosamente y Lamothe vuelve a fotografiar al día siguiente), nos interesa cómo se incorpora la respuesta de la gente a las acciones. Hay una “responsabilidad”, ahí, que nos entusiasma. (L.E. e I.K.)

 

Imágenes [en la edición impresa]. Luciana Lamothe y su vincha-cámara (p. 31). Tomas fijas de su serie de videos Autor material, 2005 (pp. 32-34).

Lecturas. La cita de Walter Benjamin pertenece a “El carácter destructivo”, incluido en Discursos interrumpidos I (Madrid, Taurus, 1973). La cita de Cuauhtémoc Medina pertenece a “Una ética obtenida por su suspensión”, en Situaciones artísticas latinoamericanas (San José de Costa Rica, Teorética, 2005).

Luciana Lamothe (Mercedes, provincia de Buenos Aires, 1975) estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y asistió a las clínicas de obra de Pablo Siquier y Ernesto Ballesteros. En 2005 participó en “Intercampos", Fundación Telefónica, y en la beca del Centro Cultural Ricardo Rojas. En 2005 ganó "Curriculum Cero", Galería Ruth Benzacar. Participó en varias muestras colectivas.

Leopoldo Estol (Buenos Aires, 1981) es artista plástico. Actualmente su obra se expone en Nuovo Cib Galería Formentini de Milán.

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