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En la duermevela pienso en Kirchner

POLÍTICA

Diferentes sólo según sean de izquierda o derecha, gran parte de los análisis del gobierno de Kirchner son desabridas listas paralelas de aciertos y defectos. La asfixiante visión de la política que refleja esta actitud podría ser reflejo del seco pragmatismo de Kirchner. Pero también podría ser un síntoma de embarazo paralizante del observador, de incapacidad de abrirse alternativas.

 

Soy un observador político mediocre. De poco me valieron décadas enteras de diarios, trato con gente y atención a los acontecimientos, militancia, neurosis ideológica y crítica de la ideología. Voté como la mona varias veces, algunas después de titubeos denigrantes. Nunca atino a articular un sistema de juicio ni una mecánica de la visión, de la posición. Supongo que la causa del fracaso es el amor a la literatura, esa fuente de luz sesgada y cruda bajo la cual todas las acciones convencionales, incluso las más graves e imprescindibles, se vuelven sospechosas, ilusorias, y a uno le entra desasosiego, risa, a veces una nostalgia de vida en común prodigiosa. Por desgracia, lo que prevalece últimamente es una perplejidad muy rasa. Me despierto y, en un salto súbito a la vigilia, pierdo hasta las migas de lo que soñé. A veces, almidonado de ciudadanía, no termino de salir del sueño y ya estoy pensando en Kirchner. Crecen el desconcierto, la expectación, el fastidio. Frente a Kirchner la realidad material de la vigilia se aleja violentamente de los sueños, pierde delicadeza y a la vez grosor, sufre todas las abrasiones de la política juntas; se tapan las grietas, desaparecen los espejismos, las curvaturas del espacio y los paréntesis; los únicos secretos que persisten son los sofocantes secretos de la pugna de despacho o la transacción de restaurante, que sería un disparate revelar a la opinión pública. No es que con la idea de Kirchner despunte en nosotros una claridad práctica. Más bien hay un simple escamoteo de las brumas; uno cae en dilemas bastos, en una oscilación entre listas de almacenero. En un hemisferio cerebral los aciertos K.: la devolución de la confianza en las fuerzas de la sociedad – una atención a la presencia de los postergados, contra los abusos del clan racista, militar, clerical y financiero – el enfrentamiento con el FMI – la reforma de la justicia – la caída del desempleo… (sigue). En el otro: el despotismo de la cúpula del gobierno – el silencio sobre la marcha de proyectos de leyes fundamentales como las laborales – los dividendos escandalosos que obtienen algunos del renacimiento de los negocios – el freno a la reforma impositiva (sigue). ¿Qué me importa lo malo si lo bueno es mucho?, balbucea la conciencia apremiada.

Hubo un tiempo, cuando Kirchner entró en escena, en que el entusiasmo que despertaba en un electorado abúlico se resolvió en la expresión hombre providencial. Varios la empleamos, anexa a nociones de rescate y merecimiento, no sé si con propiedad o por debilidad. En todo caso, ahora no podemos llamarlo príncipe atrofiado, borrador de estadista, ni echarle en cara una falta de relieve que afecta a casi todos los gobernantes de la democracia concentracionaria. Tampoco me cabe decirle Atrévase, Kirchner, embárrese bien, muestre que sólo puede ser un poco menos impuro que los opresores; o bien sitúese muy arriba, envístase de un segundo cuerpo sagrado, como los reyes de antes; DELIRE, Kirchner, de grosería, de ética práctica o de fervor pueril, de confesión de las maniobras truculentas que ahora le permiten ejercer el poder como cree que debe. Cualquier cosa menos ese redencionismo de melodrama, esas casi-lágrimas que son el revés de la arbitrariedad administrativa, el cabildeo de trastienda, esa suficiencia irascible de hermano mayor de prole huérfana.

Me callo la boca. En la Plaza de Mayo él le dice al pueblo: “Hace treinta años yo estuve allá abajo”. Bueno, no es tan especial. Hemos visto a muchos hacer el camino de la rebeldía desprendida a la cautela mercantil y del frenesí de barricada a la incredulidad del estrado, del vuelo hacia la alegría al chanchullo de Parlamento. Pero si Kirchner abrió en el país el comienzo de un surco imprevisto, ¿no se le ocurre nada más asombroso que liquidar toda la deuda con el FMI de un saque? Eso fue bastante asombroso, en realidad, considerando que hace tres años no teníamos un centavo. ¿Tengo derecho a lamentar que este presidente fogoso, expeditivo y providencial sea tan chato, como si la defensa del dinero común tuviera que ser orográficamente atractiva?

Yo nunca había razonado así. ¿Qué pasa? Yo siempre había pensado que la política, si pretende ser algo más que “un negocio de hechos y expedientes”, está obligada a invocar una idea del hombre. A gente como la que lee o hace esta revista, la adaptación entre esa idea, cambiante, inacabada, y la política real siempre se le atraganta. Nos cuesta individualizar nuestras creencias. ¿Queremos observancia de la ley para vivir juntos o la caída de toda convención, toda norma, en provecho de los lazos de amor y las afinidades? ¿Queremos anarquía, la libertad de los fuertes, o un Estado igualitarista y mediador? ¿Preferimos una discreción protectora, apolínea, o la exposición total, audaz, y la voluntad de poder? ¿Cómo suprimir la desigualdad sin perjudicar la libertad? ¿Son irremediables la estupidez, el vasallaje, la brutalidad en que las ficciones del espectáculo sumen a la mayoría de las “masas”, o todavía hay en el “pueblo” una conciencia electrizada que puede estallar en independencia? Y si no la hay, ¿cómo, sin una mínima independencia, contrarrestar la supremacía aplastante del capitalismo? ¿Cómo dejar de ser síntomas de una enfermedad abarcadora? No sé. Creo que Kirchner tampoco lo sabe, pero en el caso de él es porque no se lo pregunta. Tampoco se hace las preguntas del estadista republicano o conservador. Preguntas como: “¿Puede hablarse de una ‘cultura de la justicia’ cuando toda cultura, como toda la naturaleza, es tan rica en elementos de injusticia?”.

Por mi parte, sé que hoy, 2006, buena parte del país respira mejor que hace tres años, que la atmósfera es menos lúgubre, el escepticismo menos angustioso, la desocupación mucho menor, la venalidad menos corriente y que hay una ristra de indicadores reconfortantes; sé que se ha mitigado la muerte por hambre, intemperie, desasosiego o locura. Pero no sé qué promueve Kirchner para después del hipotético momento en que pare la sangría y se afiance el crecimiento. ¿Una constante marcha hacia el horizonte del bienestar europeo, con desertización, guerras energéticas y raciales y duelos demenciales entre tecnología y empleo, entre edenes de seguridad y criaderos de resentidos?

Sin embargo tiene un saber. Claro que sí. Kirchner sabe, desde la masacre de Ezeiza, que haber arriesgado la vida por su caudillo no exime a un fiel de que el caudillo mande matarlo en pro de un bien mayor. También sabe cómo convertir grupos no muy disidentes en grandes facciones. Sabe cómo se obtienen beneficios (personales o públicos) con negocios inmobiliarios y remates judiciales, acciones petrolíferas y fondos de inversión; sabe que hay iniciativas económicas que ponen la vida en peligro; sabe cómo se revientan contubernios blindados, cómo se rompen alianzas espurias y se reemplazan unos componentes por otros; sabe instrumentar la salida de tono y el silencio cáustico; sabe qué significa humillar o halagar al industrial, el sindicalista minero, el dirigente barrial, y conoce la humillación, la ortivada y las consecuencias de un gesto. Cosas que un político debe saber en nuestro mundo. En base a estos y otros conocimientos Kirchner está montando una coalición de lo que llama “fuerzas libres de la sociedad” para enfrentarse a la camándula de terratenientes, industriales y especuladores que, bajo la égida del cardenal Bergoglio, se niegan a ceder ni unos centavos de su renta o un pelo de su cultura racista. Kirchner entiende que el conflicto ya es un hecho y se mueve antes que el enemigo. Diseña su frente plural abocándose, ha dicho, a un “desarrollismo progresista”. A muchos les intriga cómo va a manejar las líneas de falla, los deslizamientos y los roces entre los diversos pasados de los que integran la mezcla. Otros dudan de que quiera enfrentarse de veras con los dueños del país. Otros pensamos que sin palabras que revienten las abstracciones Kirchner nunca atisbará la magnitud de lo que se está jugando.

Palabras adecuadas. Uf, siempre con lo mismo. ¿Es preciso que un escritor se preocupe por la política? ¿Tiene su preocupación alguna influencia en la sociedad o las letras? ¿Otra vez tambaleándonos entre el No sólo de pan vive el hombre y el Sin embargo hay que comer? A mí, más bien, me cuesta concebir que un pensamiento insistente sobre el lenguaje no toque a menudo la política. Pero tampoco entiendo esta Kirchner-morbosidad que me inunda. ¿Qué son tantas explicaciones? ¿Escrúpulos bobos o un esfuerzo de civismo? Me revientan tanto las ínfulas de pureza de los neoleninistas indignados y la acracia docta como las de la derecha tembleque, peor cuanto más “culta”. ¡Populismo!, gritan: ¡ocupa el poder fulleramente y después busca respaldo en el pueblo! ¡Mucho mito patriotero, mucha interpretación económica, poco cuidado institucional! Sí, puede ser… Pero populismo también es un fundamento de conciencia para los desposeídos y el descaro de desarrollar el conflicto de clases.

Y en cuanto a las diatribas de la turba contra los políticos: Pfff. ¿Los políticos? Gente codiciosa de poder, pienso, con tantos elementos canallas o incompetentes como los cirujanos o los plomeros, pero de éxito muy infrecuente. Poquísimos llegan alto. Los sueldos son mucho menores que los de los ejecutivos, y más de la mitad no busca prebendas. Hace falta una vocación, tolerancia al veneno y el fracaso. Los banqueros y los monopolistas, los verdaderos ricos, son mucho más egoístas y arteros. Kirchner tiene una sensibilidad al desamparo –una caridad– incomparable con la de cualquier presidente de la UIA o de la nación del último medio siglo. Poco me importa que lo mueva un superyó paleocristiano, o una ambición maquiavélica de hacer historia, si aplaca de hecho la infelicidad general y fortalece las reservas físicas, anímicas y materiales del país mientras la espantosa derecha argentina, que ni siquiera tiene una idea del bien nacional, fantasea con el exterminio de estómagos excedentes.

 

Fui progre en mis tiempos; me quedan cantidad de rémoras. Miro a los hijos de los padres de los 70 y pienso que están menos reprimidos y tienen un sentimiento de la responsabilidad, la honradez y la alegría menos cretino que el que se respiraba en nuestra infancia de los 50, cuando Perón y los conservadores compartían un solo sexismo caverno-cuartelario. Pero esto sólo es parte del progresismo. Otros componentes son: confianza en el avance de la humanidad y el uso humanista e igualitario de los frutos de la técnica; buena voluntad obtusa; culpa; fe y sacrificio por las transformaciones revolucionarias; pasión cinética de las acciones de masas. El progresismo de las metas era tan distinto de los sueños caóticos que el mayo francés quería realizar en el presente que, cuando el leninismo voluntarista se mostró monstruoso e ineficaz, no nos costó cambiarlo por un pesimismo de la razón. Nos hicimos tardo-meta-hippies. Luego pasamos a la crítica de las ideas y por fin a las luchas específicas que apuntan a mejorar aspectos concretos de la vida o aumentar los derechos de los postergados. Reivindicamos la alegría sin sentido. Pero, justificándose en la continuidad de la injusticia social, el viejo progresismo no cesa. El progresismo hipoteca la mirada de las circunstancias a una consideración empañada del mañana. Es moralista, exhibicionista, sentimental, envidioso y vindicativo, como termina siendo todo sistema de ideas basado en el cumplimiento de metas. Operístico, autoindulgente, llorón, afecto al eslogan y celoso de una distinción cultural sin otro contenido que citas de antología y un lirismo acusatorio: el progresismo de hoy, suma de moralina y avivada, es la ideología dominante de la pequeñoburguesía mundial; encastra a la perfección con el continuo del espectáculo. No tiene nada que ver con la Revolución. El progresismo ha depuesto la alegría revolucionaria y el ansia de libertad desahogada; se complace en mostrarse adusto a medida que la derecha beata es cada vez más hedonista. Usa las visiones del arte como adornos de un alma filistea. Contribuye a la confusión de lo público y lo privado en la era de la política de la imagen. El progre populista Kirchner no ha considerado nunca que su mística del avance viene del mismo tronco, la Ilustración, que dio la burocracia socialista y el militarismo tecnócrata del capital globalizado.

Ahí está, en la Plaza de Mayo, Néstoooor Carloooos Kiiiiirchner frente al pueblo, flanqueado por cantantes que recuentan padecimientos y repiten el mantra del mañana; se abraza el cuerpo como abrazando a todos, igual que los actores, y ruega, vibrante, lastimeramente que lo apoyen, ruega que lo sigan, mientras sigue practicando el concordato clandestino y el despotismo privado imprescindible, se supone, para gobernar un país. Así la política nunca va a ser otra cosa. Las Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos; variedades de la canción popular y la lírica de los agravios, ululante y quejumbrosa; desclasados, sindicatos, familias. En los noticieros, paneos, picados y travellings de trombas de banderas, una estética de spot de empresa aseguradora. Igualdad. Justicia. Kirchner quisiera derribar la proverbial reja de recriminaciones entre el marxismo y el peronismo. Esta es la plaza del amor – Levantemos la diversidad – Vamos por las alamedas de la liberación.

¿No se le ocurre, con la fuerza que ha acumulado, algo más precioso que proponer? Lo felicito por estar purgando la insalubre Corte Suprema, pero ¿y si además invitara a pensar qué razones podrían impedir a un juez cualquiera sacar a remate las decisiones que debe tomar? Quien custodia al que custodia es un buen asunto de debate democrático. Son ejemplos. Es que no estamos ante la mera rapiña de las multinacionales. Se trata de todo un sistema, de gente formada en el sistema. Hay que pensar qué vamos a hacer con eso. Las colectividades no piensan.

Pero también se trata, ahora, ya mismo, de una desigualdad descomunal, y de dolores cotidianos de la carne y del alma; de no poder dormir de hambre, frío, de la indignidad de años de desempleo, de hundir las manos en la basura, de la falta del menor vislumbre de llegar a tener, no sólo ya una vida módicamente apacible, sino un techo que no se lleve el viento. Esto Kirchner lo sabe. Y sabe que nos las vemos con gente que considera que la desigualdad es natural.

Sin embargo: en el hipotético caso de que en cincuenta años la serie de movimientos tácticos de Kirchner elimine las causas de pobreza, ¿no ve que del imaginario que representaba la historia humana como una conquista constante de más libertad, más certeza, más seguridad, más ocio creativo, apenas queda un pellejo hecho de más trabajo, más compras, más diversión, más corriente alterna de esperanza y terror a la tecnología? Un poco de originalidad. ¿Cuándo reemplazaremos el patetismo épico del crecimiento colectivo por un modo de civilización que no sea monto de divisas, acopio, que no tema a las contingencias ni a la necesidad, por un hombre que se ría de su incurable impotencia última?

No con las palabras al uso. De José Martí, Kirchner sólo conoce los retratos que se ven en fotos de La Habana. No este verso: Tengo sed, mas de un vino que en la tierra no se sabe beber. Antes de echar a Bielsa, a Kirchner lo enfurecía que su canciller se presentase a las reuniones de la Casa Rosada con un libro bajo el brazo; sobre todo, le reventaba que escribiese columnas de prensa sobre poetas. Lo acusaba de pavo real, de echarle en cara su ignorancia. Qué resentimiento impropio de un pre-si-den-te. Parece que nadie ha logrado explicarle a Kirchner que las aparentes extravagancias de la poesía son manifestaciones de afinidad con estados precisos del tiempo y el mundo; que alumbran las manipulaciones de la emoción y el valor implícitas en el lenguaje; que la complejidad, que la priva de ser popular en un mundo ávido de simplicidades, es el valor político de la poesía; que el poema cuestiona las presunciones y favorece la reflexión sobre el sentido de palabras básicas como “justicia”, “libertad”, “mal”, etcétera. La poesía no cambia gobiernos ni frena guerras pero es uno de los prerrequisitos para el pensamiento político.

El filo-socialdemócrata Kirchner ni se imagina que estas cuestiones puedan tener un interés. Y, si bien es cierto que otros presidentes tampoco se lo imaginaban, la pulsión a la docencia de Estado obligaba a Alfonsín a mantener por la literatura al menos una reverencia; y la retórica del bestia de Menem arrastraba una tradición: la del leguleyo tahúr pícaro y ladino. Kirchner ignora tanto los efectos perniciosos e irreversibles del clisé y está tan cómodo en la repetición de la estadística como se solazan sus seguidores en el eslogan sentimental. Quizá sea este su mérito de mayor alcance. Es un representante acabado de las masas argentinas de hoy.

Walter Benjamin: “Característico de la posición de izquierda burguesa es el irremediable acoplamiento de moralidad idealista con práctica política”. El progre-populismo de Kirchner realiza el acoplamiento en el plano del espectáculo y se reserva el pragmatismo maquiavélico para los interiores. Adaptada así la doble moral peronista, ningún burgués de izquierda lo va a acusar de diabólico; sólo lo harán los extremistas recalcitrantes, que numéricamente no son nada. Pero Kirchner nunca podrá devolver a la política alguna embriaguez, un encanto, un escalofrío, ni entenderse con el espíritu de la liberación. La revuelta liberadora está tan imbuida de aspiraciones humanísticas como de odio, vileza, un impulso destructivo que es fuerte porque se sabe espontáneo y no se reprime; si hoy el progresismo condena la faz intolerante de la revuelta, su energía intoxicada, es menos por convicción democrática que por diletantismo moral, por obediencia a los compromisos impotentes del “sentimiento”. Pero hemos visto cómo el impulso destructivo e inaugural de la revuelta llevaba a dictaduras plomizas y burocracias criminales. ¿Cómo no secundar a Kirchner en el rechazo a ese riesgo? Sólo que Kirchner tampoco es un estadista republicano; no sabemos qué es para él una sociedad justa. Y aunque no agnóstico radical, se diría, tampoco es hombre de religión. Nunca reconocerá que un presidente se las ve, no sólo con conflictos materiales, con decisiones y negociaciones que atañen a la supervivencia de la población, sino también con un excedente misterioso de símbolos, de emociones, con una presencia incalculable, hecha de la experiencia colectiva del país, que se manifiesta una y otra vez en cada acontecimiento. He tomado estas ideas de Jacques Derrida, que a Kirchner le resbala. No es grave. Sólo que no sabemos qué filósofo no le resbala. Y sin embargo qué alivio reconfortado, como de migraña tratada con analgésico, cuando veo al Kirchner de temple, mesurado, entrador, integrado en foros internacionales, elogiado por grandes mandatarios, curando la herida del narcisismo nacional, inflexible frente a los gañidos de la jauría monopolista. No negociaremos con el hambre de los argentinos – Ustedes hablan de seguridad jurídica, cuando en los 90 invirtieron sabiendo que el modelo se mantenía en forma ficticia. Amargo alivio. De clasemediero pusilánime. Pero a ver: ¿y el extremismo asqueado no es una inversión de lo mismo? ¿Quién es cada uno de nosotros, aparte de un “sujeto”? Tal vez el único fundamento de uno sea precisamente esta pregunta; al fin y al cabo se le hace a alguien, y el gesto lo compromete a seguir mostrándose. Si uno pregunta algo es porque aceptó de entrada que hay otro enfrente, o al lado; aceptó que hay otra cosa que uno. De modo que somos eso que aceptó coparticipar. Y tenemos una responsabilidad, porque el otro también pregunta. Fuera de consideraciones de este tipo, toda charla sobre el pluralismo y la tolerancia es una patraña.

 

Kirchner se cree espontáneo y accesible. Nada menos cierto. Pero tampoco es exacto que en estos años se haya ocultado mucho la realidad. Para todas las miradas, en directo o por la tele, la cocina de autor y las tiendas de Ona Sáez están tan en primer plano como el pañuelo del piquetero, el juez Zaffaroni o el chico cadaverizado por el paco. Como Kirchner en recepciones con el saco bien abierto. Todo está a la vista; en la sombra sólo queda la escena de las decisiones. Para los espíritus disidentes, esta combinación es un pantano. Cada vez que uno tiende a apoyar a Kirchner contra el fascismo, choca con una cerca hecha de impudicia y secreto. Ácidos estudios sobre el poder nos enseñaron a sospechar de nuestras manipulaciones y una repugnancia a ser manipulados; nos inculcaron que la libertad se juega en numerosos terrenos minúsculos. Pero Kirchner no puede demorarse en pamplinas. El hombre de poder Kirchner se presenta como un espíritu enérgico y sencillo. Cuando un hombre de poder dice que no sabe, puede hacerlo por discreción, por desprecio del saber o porque le conviene pasar por ignorante. Kirchner usa las generalidades para esconder que sabe ciertas cosas. Sabe, por ejemplo, cómo manejar a la Iglesia. Cómo descabezar una cúpula militar levantisca. Sabe hacer rendir el dinero.

Impudicia y secreto. Superstición del recuento (necesidad diaria de conocer las reservas del Banco Central). Multiplicación del dinero; en otro tiempo, para forjarse una base de bienes personales como condición para hacer política en serio; ahora, para que el país sea independiente. Kirchner no soporta tener deudas.

Carácter anal. De joven, sonámbulo. Eses sibilantes, producto de un paladar fisurado. Estrabismo. Saliva seca en las comisuras. La euforia del que ha superado hándicaps tremendos. Sensualidad púber, camorrera. Parece que a Lavagna no le gustó que le tocara el culo, en chiste, como hacen los muchachos en el patio del cole. Civismo místico. Progresismo de la abnegación. Nunca dice que admira a alguien, un músico, un pensador, Churchill, un viejo que contaba cuentos de la Patagonia, nunca. Pero qué irreverencia saludable con las hipócritas formas europeas de la honorabilidad política; qué nuestro. Si no fuera porque en el globo de la política de hoy la llaneza telúrica tiene un papel estelar. Se sale por la puerta del protocolo y se entra por la del espectáculo. No sabemos qué películas le gustan a Kirchner, qué libros le dejaron huella. Qué le quita el sueño. Los políticos nunca van al psicoanalista.

No es que acumular dinero en las arcas, embarcar al país todo en un rechazo personal a tener deudas, sea cosa de locos. No: es muy útil si aumenta la autonomía de un gobierno igualitarista frente a los manejos de los monopolios y el imperio. Pero cuánto mejor sería si además nos diese soltura, holgura; si contribuyese a aumentar la autonomía de todos respecto a las coerciones del cálculo. Si Kirchner inventara un capricho bajo que pudiéramos darnos todos juntos con parte de esa plata. O si hiciera un gesto de desprendimiento de esos que conmueven el cosmos. Celebro, dijo Nabokov, al bombero que entra a un décimo piso en llamas y sale con una niña en brazos; pero lo admiraré sin límites si se detiene un instante a agarrar también una muñeca de la nena. He aquí resumido el porqué de mis trifulcas de amanecer. Con otros presidentes no valía la pena discutir; no iban a salvar a nadie de las llamas.

El hecho de que en general a Kirchner le importe un bledo lo que piensa un escritor, y de que esta temporada no sea muy favorable a empresas como esta revista, impulsaría a repudiar la política Kirchner como una broma siniestra. Sin embargo voto a Kirchner. No le voy a pedir a un cirujano de tumores corporativos que ayude, que ayude… a romper los compartimientos estancos que no sólo hay entre los hombres sino de cada alma, como entre la vigilia y el sueño.

Reformas precisas que anulen fuentes de privación y desdicha. No tanto un juicio de qué necesita “el pueblo”, como atención a las demandas. Políticas que impliquen cambios irreversibles en términos de distribución y calidad republicana, contra una derecha hipócrita que se adjudica el conocimiento apropiado de qué es la buena democracia. Nunca permitiré que alguien diga que un voto me compromete la existencia. Sólo examinaría mis decisiones puntuales en el clima de una política de la conciencia expandida. Algunos sostienen que básicamente hay dos modos de la vida, el del político y el del poeta. O que hay un orden vital de la supervivencia (comunitario) y otro de la intensidad (íntimo). Ya no creo en estas divisorias. Mi individualidad, lo que me hace responsable, es apenas una serie de personificaciones “que ocupan alternativamente el proscenio y desde allí, contemplan a las demás fuerzas… un mundo exterior que la influye y determina” (Nietzsche). Ahora voto a K.; ahora no. Apoyo esta medida, pero no esta.

El problema medular, el del ansia y la posesión, no se va a resolver con acciones sobre agentes externos.

Ahí está Kirchner en la madrugada. La silueta no suelta prenda sobre qué piensa de la vida, de la historia argentina, de la sustancia aristotélica ni el espíritu hegeliano; ni de la Comunidad Organizada dice nada, ni de la poesía de Urondo. ¿Es necesario que hable de estos temas? ¿Nos degrada preguntarnos otra vez si hace falta que un presidente diga qué lee, escucha o mira, quiénes son sus maestros? ¿De qué sueños se alimenta la autoridad de Kirchner para dirigirnos? Ahí está Kirchner a medialuz, opaco como el pragmatismo, vibrátil como la asimilada religión de la utopía. No suscita, no inflama. Nadie se va a poner en peligro para evitar que caiga, ni viajar para ver en qué obras estatales invierte y cuántos puestos de trabajo crea con parte de lo que ahorró gravando las exportaciones de nuestra oligarquía carroñera. Kirchner pulveriza los supuestos. De sólo verlo, crece una horrorosa sed de imposible.

Pero qué vitamina para la vida en común esta molestia sísmica, revulsiva.

Leamos a George Oppen: Realidad, ojo ciego / que nos ha enseñado a mirar fijo.

 

Imágenes [en la edición impresa]. Daniel Buren, La Cabane aux céramiques – 4, p. 17, y La Cabane aux céramiques et aux miroirs – 2, p. 21, trabajos in situ en “Les Cabanyes de Ceramicà i Espill”, Espai d’Art contemporani de Castello, Castellón de la Plana, España, abril de 2006. © D.B. – ADAGP (gentileza Estudio Buren); The Eye of the Storm, trabajo in situ en el Museo Solomon R. Guggenheim, Nueva York, marzo-junio de 2005, p. 18 (foto: Jake Dobkin).

Lecturas. Sobre sueño y revolución, Walter Benjamin, “El surrealismo. Última instantánea de la intelectualidad europea”, en Angelus Novus, Barcelona, La gaya ciencia, 1971, y Louis Aragon, Una ola de sueños, Buenos Aires, Biblos, 2004. También se han consultado Peter Slöterdijk, Eurotaoísmo, Barcelona, Seix Barral, 2002; Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable, Buenos Aires, FCE, 2001; George Oppen, Collected Poems, Nueva York, New Directions, 2002; Walter Curia, El último peronista, Buenos Aires, Planeta, 2006. Sobre escritores y creencias, Cyril Connolly, La tumba sin sosiego, Barcelona, Grijalbo, 1998.

1 Sep, 2006
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