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¿Especular o describir?

TEORIA

 

¿En dónde centrarse para dar base empírica a una hipótesis sobre el papel de la traducción en una cultura? ¿En el proceso mental de los traductores, en los resultados mismos o en la función que cumplen entre los receptores? Este tipo de cuestiones nunca se había suscitado hasta que en la década del 70 surgieron los llamados “estudios de traducción”, cuyo procedimiento descriptivo se opone a la tradición especulativa –basada en ejemplos singulares– y cuestiona el predominio teórico de la lingüística.

 

“Toda disciplina tiene su momento utópico.” Con tales palabras, James S. Holmes lanzó en un texto de 1972, y por primera vez a la palestra académica, el nombre de estudios de traducción. Utilizando una denominación que revela la presencia de la Escuela de Birmingham en su horizonte, Holmes sentó las bases para que la disciplina que los franceses llamaban traductologie y los alemanes Übersetzungswissenschaft tuviera un lugar fuerte y separado de la lingüística. Si bien ya había habido intentos previos de proponer un campo de estudio con una problemática propia aunque todavía netamente ancilar respecto de la lingüística en la década de 1960 –los de Georges Mounin y J. C. Catford, por ejemplo–, el texto de Holmes fue fundacional porque, además del nombre, estableció los alcances e incumbencias de la disciplina: armó su mapa. “The Name and Nature of Translation Studies”, el texto en cuestión, permaneció inédito hasta 1988, pero ha sido reeditado varias veces desde entonces; los translation scholars ven en él un documento fundador.

En esa fundación quiero leer el punto de partida de un debate que no está cerrado y en el que interviene el temperamento del investigador o del teórico: ¿ejemplaridad o exhaustividad?, ¿especulación o descripción? La alternativa plantea una tensión que no existía antes de Holmes: antes de “The Name and Nature…”, casi toda la reflexión sobre la traducción era especulativa. No se basaba en un estudio de traducciones, sino más bien en la defensa de las propias opciones al traducir (como en el caso de Cicerón, Lutero, San Jerónimo, Nicolas Perrot d’Ablancourt y tantos otros traductores a lo largo de la historia), o en concepciones postuladas o personales sobre la lengua, la literatura, las relaciones entre distintas lenguas y distintas literaturas. Holmes quiere una disciplina diferenciada de la lingüística, sí, pero no está dispuesto a renunciar a su rigor científico: no imagina los estudios de traducción sin una rama descriptiva. Para él, las hipótesis teóricas son inescindibles de la observación y el registro de lo que él llama “los fenómenos del traducir y de la traducción”. Es un empirista. Como tal, no tiene una idea a priori de la traducción; la piensa como objeto que debe ser construido inductivamente. Para ello es preciso, ante todo, contar con una metodología que describa una serie de hechos observados –los fenómenos vinculados con el traducir–, hechos que permitirán elaborar hipótesis que, a su vez, harán posible la predicción de nuevos hechos observables. El “momento utópico” de los estudios de traducción, el de su lanzamiento mismo como nueva disciplina, estuvo marcado por un cambio de foco hacia la descripción.

En la década del 80 se produjo otro hito descriptivista: el “manifiesto” de Theo Hermans en The Manipulation of Literature, en 1985, donde el giro descriptivo es identificado como la irrupción de un nuevo paradigma. Holmes, Hermans y otros teóricos de esta corriente (José Lambert, André Lefevere, Gideon Toury) son intelectuales de países con lenguas minoritarias –la parte flamenca de Bélgica, los Países Bajos, Israel–, en los cuales la traducción tiene y ha tenido un rol central: traducir ha sido el modo más rápido de procurarse una literatura “nacional” en lengua vernácula. Esa centralidad les ha permitido a estos teóricos pensar la traducción por fuera del cono de sombra en que se encuentra en culturas menos traductoras, con literaturas más fuertes y autosuficientes; para ellos, una buena parte de la teoría y la historia literarias coincide con la teoría y la historia de la traducción.

También en la recopilación de los datos empíricos que servirán para elaborar las hipótesis teóricas los temperamentos mandan, pues todo depende de dónde se detenga la mirada: ¿en el proceso de traducción?, ¿en el producto?, ¿en la función de ese producto? Detenerse en el proceso equivale a pretender desentrañar lo que sucede en la “caja negra”: ¿qué ocurre en la mente del traductor a medida que escribe un nuevo texto en otra lengua? En los últimos años se han difundido los llamados “protocolos de pensamiento en voz alta”, que aspiran a llenar la brecha de la caja negra aportando los datos empíricos para una “psicología de la traducción”. En esos protocolos se le pide al traductor que, en lugar de comentar su traducción o redactar un informe, verbalice lo que piensa mientras va haciendo la traducción. Además de grabarlo se lo filma, para ver y relacionar los movimientos oculares, los patrones de modulación de la voz, los gestos faciales, etcétera; existen incluso softwares que detectan los lugares de detención del tipeo mientras se traduce. En esta rama de los estudios descriptivos, que constituyen en mi opinión una suerte de rama fantástica, fabulosa, los estudios de la traducción no sólo son empíricos, también son experimentales, pues diseñan experiencias “de laboratorio” para reproducir una situación de traducción.

Detenerse en el producto de la traducción significa aplicarse a describir traducciones aisladas; una segunda fase es la de la descripción comparativa de varias traducciones del mismo texto, en una sola lengua o en varias lenguas. En otro texto fundacional para esta perspectiva, In Search of a Theory of Translation, de 1980, Gideon Toury propone el diseño de complejos protocolos descriptivos para guiar el análisis de (hipotéticamente) todos los planos de “ítems translacionales” que funcionaran como corpus: un texto único, la total variedad de soluciones adoptadas para problemas de traducción bien definidos, toda la producción de un traductor, escuela de traductores, período, género literario, etcétera. En ese ítem translacional se analizan varios niveles textuales: “léxico, sonoridad, sintaxis, ritmo, versificación, parágrafos o estrofas, personajes, nivel de lengua, estado de la lengua”.

Los estudios descriptivos orientados a la función se interesan en la descripción de la interacción de la literatura traducida con la producción vernácula de la cultura receptora: es un estudio de contextos más que de textos, conectado con una sociología de la traducción; de hecho, los trabajos más recientes e interesantes en esta área introducen algunas nociones de la sociología de Bourdieu. Campo, agente, habitus, illusio, son conceptos que han servido a los sociólogos de la traducción para ver de qué modo la incorporación de textos que entrañan variantes genéricas modifica el campo literario en el que vienen a insertarse; o, también, para ver de qué modo la intervención como traductores de ciertos agentes especialmente legitimados puede facilitar esa incorporación.

Es evidente que el enfoque descriptivo a ultranza exige el trabajo conjunto de grupos de investigadores: los protocolos de análisis son complejos y los corpora de traducciones terminan siendo inmensos; por ejemplo, todas las traducciones publicadas en Francia entre 1800 y 1850; o todas las traducciones teatrales realizadas en Quebec entre 1968 y 1988. A partir de esas descripciones que constituyen un mapa doble –de los procedimientos del original y los de la traducción– se han caracterizado poéticas de traducción propias de un período específico en una cultura determinada.

Aquí es necesario reponer cierto saber sobre la historia de los estudios de traducción. La posición inductivista, descriptiva, empírica permitió superar la impasse en la que estaba encerrada una reflexión centrada en el problema de la equivalencia (semántica, estilístico-pragmática) y, sobre todo, en la tendencia a fijar concepciones de la traducción inmutables, eternas. En este sentido, el inductivismo constituyó un avance, una superación. Sin embargo, es posible formularle algunas críticas.

La más atenuada de ellas cuestiona la posibilidad de que las hipótesis sobre la traducción literaria en determinado sistema cultural, formuladas sobre la base de los datos empíricos que aportan los estudios descriptivos, sean realmente predictivas. Una segunda crítica posible es que no se puede ver la traducción únicamente como un hecho empírico; que están los textos, sí, pero también hay una red de relaciones, hay configuraciones de fuerzas en un momento determinado. La traducción como práctica tiende a resistirse a los enfoques totalmente sistemáticos: siempre hay un residuo que queda fuera del descriptivismo. Otra crítica es la que plantea un teórico al que se ha clasificado como “especulativo” (no empirista): Antoine Berman. Berman afirma que el inductivismo sitúa en un plano de igualdad todas las traducciones, pues todas son ítems observacionales, olvidando que algunas de ellas, como el gran arte, tienen una relación privilegiada con la verdad.

Eso es lo que piensan los especulativos: la ejemplaridad es lo que importa, y no la exhaustividad. Para ellos, la traducción, aun cuando sea realizada maquinalmente, ni es cuantificable ni es predecible y, por tanto, no puede ser estudiada objetivamente, como en las ciencias empírico-experimentales. Cuando analizan los datos recogidos de manera no exhaustiva, los teóricos especulativos exhiben siempre la subjetividad de sus observaciones. Obviamente, sostienen que una teoría unificada de la traducción no es ni deseable ni necesaria y, sobre todo, no debe pensarse en función de su inmediata aplicabilidad a la práctica, pues terminaría imponiendo estándares de traducción. (Sin embargo, en su oposición a los estándares actuales de traducción, muchos especulativos terminan cayendo en la pura prescripción…) Los especulativos suelen ser ellos mismos traductores, y suelen partir de esa experiencia de traducción para reflexionar sobre la naturaleza de la traducción y sobre el impacto que sus versiones pueden tener en la literatura receptora. Idiosincrásicos, impresivos y, muchas veces, extremadamente individuales en sus juicios, algunos de estos especulativos han publicado textos de gran circulación: Jorge Luis Borges, traductor de Faulkner, Octavio Paz, traductor de William Carlos Williams, Lawrence Venuti, traductor de Tarchetti, y Antoine Berman, traductor de Roberto Arlt. Esta corriente es, desde luego, la que produce verdaderos ensayos críticos, alejados de la aridez que vuelve por momentos ilegibles algunos textos empírico-analíticos.

Plantearse una alternativa tajante, absoluta, no es conducente, sin embargo. Y, desde luego, antes de optar, es necesario comprender qué existe detrás de cada opción. La lectura de textos teóricos y críticos sobre traducción demuestra que hay casos de síntesis en los que el rigor de la observación que tiene validez intersubjetiva se suma a la escritura virtuosa; tal, el caso de Annie Brisset y su ensayo sobre la traducción teatral durante los años de apogeo del separatismo quebequense. Como sucede con los términos de la disyuntiva lukacsiana, malgré Lukacs, algunas descripciones no sólo intervienen en la evolución del estado del arte –o de la disciplina, en este caso–: también constituyen hitos críticos y ensayísticos.

Pero sobre todo, es necesario comprender lo siguiente: la producción de discurso teórico sobre la traducción no puede estar escindida del saber ya construido sobre la práctica en su dimensión histórica. Pienso en el saber construido sobre “la traducción en la Argentina”. Aunque el objetivo último sea la crítica, o aun el ensayo especulativo, lo cierto es que está aún pendiente el trabajo de repensar, desde la perspectiva de la traducción, la circulación de la literatura extranjera en la literatura nacional, desde los orígenes mismos, desde los coloniales. En una palabra: en la Argentina no se ha armado todavía un corpus de traducciones. Los datos por recopilar no sólo se referirían a las traducciones propiamente dichas, sino también a los modos en que el aparato editorial ha tendido a modelar lo foráneo. La literatura en traducción en la Argentina debe ser objeto de algún tipo de descripción que permita establecer periodizaciones, tendencias, debates en el seno de la literatura nacional. Si bien son válidas las reflexiones aisladas sobre casos puntuales, a la manera de los especulativos, es necesario ubicar esas intervenciones en un campo, en un contexto, cuyo conocimiento contribuirá a dar sentido –ejemplaridad– a lo ejemplar.

 

 

Imágenes [en la edición impresa]. Hiroshi Sugimoto, Ana Bolena, p. 10.

Lecturas. La cita de James S. Holmes pertenece a “The Name and Nature of Translation Studies” (1972), incluido en Translated! Papers on Literary Translation and Translation Studies (Amsterdam y Atlanta, Editions Rodopi, 1994). Otras lecturas recomendadas: Antoine Berman, “La traduction et ses discours” (Meta, XXXIV, 1989), Lawrence Venuti, The Scandals of Translation (Londres, Routledge, 1998), Theo Hermans, The Manipulation of Literature (Londres, Croom-Helm, 1985) y Translation in Systems (Manchester, St Jerome, 1999), Annie Brisset, Sociocritique de la traduction. Théâtre et altérité au Québec 1968-1988 (Longueil, Éd. du Préambule, 1990), Gideon Toury, In Search of a Theory of Translation (Tel Aviv, The Porter Institut for Poetics and Semiotics, 1980).

Patricia Willson es profesora de Literatura Argentina en la Universidad de Buenos Aires y de Traducción Literaria y Teoría de la Traducción en el Instituto Superior en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández”. Ha publicado recientemente La Constelación del Sur. Traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX (Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2004).

1 Sep, 2004
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    Por una ética de la reciprocidad

    Annie Brisset
    1 Sep

     

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