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En las pocas entrevistas que concede, Don DeLillo suele repetir una frase magnífica: “la escritura es una forma concentrada del pensamiento”. Sus novelas, desde la magistral Submundo hasta Mao II, sin olvidar esas pequeñas joyas en torno al arte contemporáneo que son Punto omega o Una artista del cuerpo, llevan al límite esta intuición al esbozar grandes tapices conceptuales sobre los cuales el pensamiento cristaliza en imagen. No se trata, simplemente, de una escenificación de ideas independientes del texto, sino de la puesta en escena del pensamiento como imagen conceptual. Confrontado con su último libro, Cero K, el lector debe preguntarse entonces: ¿qué se piensa en esta novela? ¿ Qué puente se tiende entre el pensamiento y la ficción, entre el concepto y la imagen? Basta adentrarse en los laberínticos pasillos de su estructura, basta pasear entre los corredores del remoto complejo de La Convergencia, entre los cuales los clientes se mueven sigilosos buscando burlar la muerte, para comprender que Cero K intenta pensar ya no sólo la muerte, sino con ella todas nuestras ficciones del fin. De la mano de Jeffrey Lockhart y su padre, el billonario Ross Lockhart, accedemos a un mundo en el que la posibilidad misma del final como horizonte de sentido queda suspendida, como parte de un proyecto científico de criogenización que busca suspender la muerte.
“Todas las tramas tienen tendencia a avanzar hacia la muerte”, sentenciaba ya hace más de treinta años el narrador de Ruido de fondo, la novela que finalmente consagró a DeLillo como uno de los grandes escritores contemporáneos. Cero K retoma esta temible intuición y la invierte: todas las tramas buscan eliminar la sospecha de que tal vez, algún día, tal final no exista. Toda escritura, por así decirlo, busca trazar sobre la arena del desierto un falso horizonte. Como el gran arqueólogo de obsesiones que es, DeLillo ha sabido pensar la obsesión contemporánea con la figura del final. Con su ya usual y maravillosa mezcla de arte conceptual y ficción, de pensamiento y escritura, el escritor se ha dado a la tarea de elucidar la pesadilla kafkiana de una sociedad para la cual la muerte no significa necesariamente el final. Una sociedad que se afana desesperadamente en buscar ficciones del fin —bajo imágenes de terrorismo, de fuegos, de plagas y demás catástrofes—, sólo para encontrarse frente a una pantalla que refleja cada una de sus fantasías escatológicas con el más despiadado humor. La mala suerte de DeLillo fue, sin duda, poder seguir escribiendo después de escribir una obra como Submundo. Si no, Cero K hubiese sido claramente considerada una obra maestra. Una obra que recuerda las ficciones conceptuales de Ricardo Piglia y las ficciones especulativas del gran J.G. Ballard. Pero a veces es mejor olvidar que nos hallamos ante un genio de larga carrera y rendirnos ante cada obra suya como si se tratase de su primer gran libro. Cero K sin duda lo es.
Don DeLillo, Cero K, traducción de Javier Calvo, Seix Barral, 2016, 320 págs.
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