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Voluminoso descanso de su consagratoria serie dedicada al narcotráfico —El poder del perro, El cártel y una anunciada e inminente tercera entrega—, Corrupción policial supone otra laboriosa incursión de Don Winslow (Nueva York, 1953) en los amorales terrenos del crimen organizado y la perfidia gubernamental. Fruto de indagación documental y recreación espectacular (el libro ya tiene asegurado su pase al cine por obra de James Mangold), la historia adopta como protagonista a la malograda institución destinada a actuar en los poros fluctuantes de legalidad e ilegalidad, la siempre despreciada así como requerida policía, en el escenario hostil, lujoso y salvaje de Nueva York.
Lejos de dejar las drogas a un lado, Winslow hace del tráfico de sustancias el literalmente adictivo motor narrativo de Corrupción policial, con respaldo estadístico: “El setenta por ciento de los asesinatos [de Nueva York] están relacionados con asuntos de drogas”, dice el texto. La novela introduce a su uniformado personaje principal en pleno operativo de allanamiento, despejando cualquier duda sobre la pulcritud de su accionar: el teniente Dennis Malone mata de dos tiros en el corazón al desprevenido dominicano Diego Pena y se queda con parte de su oneroso botín de heroína, la factura informal que el guardián se cobra para asegurar su futuro retiro y el porvenir de su familia.
Romántico y despiadado, generoso y brutal, Malone —descendiente de irlandeses, 38 años, un metro noventa, tatuajes y barba tupida, mirada de pocos amigos— se autoproclama el “rey de reyes”, el que lleva la batuta de la vigilancia urbana al frente de la Unidad Especial de Manhattan Norte frente a la impotencia burocrática de su jefe Sykes y el miedo animoso de los negros, latinos y asiáticos que pueblan las castigadas viviendas sociales del Harlem por donde patrulla. Malone —al que acompañan en sus peripecias armadas la hermandad azul compuesta por el italiano pelirrojo Phil Russo, el vieja escuela Big Monty y el novato Dave Levin— es un foco equívoco para la empatía, un centro de afecto y repulsión a medida de las criaturas inescrupulosas de Francis Ford Coppola y Martin Scorsese. Así, Malone pasa de hacer (in)justicia por mano propia a preocuparse por la salud de su amante yonqui, de acusar a la cúpula de poder del estado terminal del sistema a celebrar una noche orgiástica de juego de bochas, alcohol, marihuana, prostitutas y cantos de hip hop en un patrullero con ventanillas bajas (al son de un irónico y catártico “Fuck tha Police!”, de N.W.A.), de extrañar a su hermano —un bombero muerto en el 11-S— a traicionar vilmente a sus colegas. Corrupción policial expone, ante todo, el ascenso y la caída de un héroe humanamente contradictorio y solitario, y en esa deriva se refleja la ruina de un orden normativo y una sociedad.
Winslow no teme mostrar piedad hacia las fuerzas del orden, cuya ética cruenta se revela más producto de un círculo vicioso general que de un capricho abusivo individual. A modo de confesión de estrado, la conciencia de Malone irrumpe en segunda persona en un pasaje compasivo en que recuerda su exabrupto iniciático juvenil al guardarse la plata de un robo: “Te dijiste a ti mismo que tú eras distinto, pero sabías que te estabas mintiendo. Y sabías que te estabas mintiendo cuando te dijiste que era la última línea que cruzarías, porque sabías que no lo era”. Paradójicamente, la grisura de Corrupción policial surge de la pureza de una fábula íntegra, controlada y responsable.
Don Winslow, Corrupción policial, traducción de Efrén del Valle, RBA, 2017, 574 págs.
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