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Pocas veces un debut literario exhibe las marcas de madurez en la escritura y la formulación de ideas literarias sólidas. Es el caso de El gran despertar, un conjunto de cuentos con el que su autora ganó en su país, Gran Bretaña, el reconocimiento inmediato de la crítica.
Sus relatos transitan ese borde donde el realismo se enturbia hasta fundirse en una atmósfera fantástica en la que los personajes podrán devenir zombis, fantasmas, muertos vivos, mujeres lobo o monstruos marinos. Criaturas de la noche como adolescentes en fuga, cuyos cuerpos son el territorio de una guerra popular y prolongada. Como la que lleva adelante un grupo de colegialas católicas contra esa “doble falla” que es la propia imagen, y que el despertar sexual potencia hasta hacer de la experiencia de un beso un tsunami de piel desbordada y del crecimiento, un relato ovidiano de metamorfosis.
En el cuento que da título al libro —una reformulación en clave contemporánea de las historias de zombis—, los sueños se desprenden de unos personajes insomnes que deambulan por una ciudad fantasmal y, como mimos molestos, los ponen frente a un espejo donde anidan todos los malestares de la cultura, minando la vieja ilusión de la unidad del yo.
Una “fogata de novia” con los recuerdos de un novio traidor es el disparador de un experimento que una joven despechada lleva adelante para construir al Hombre Perfecto y que, en forma aterradora, va convirtiéndolo en una suerte de Frankenstein. Y algo que pareciera formar parte del ADN de la cultura inglesa, la referencia paródica a la monarquía (desde Lewis Carroll y Martin Amis hasta la música progresiva), a la que esta autora —gran lectora de su tradición— también le dedica un pequeño homenaje.
Toda la literatura maravillosa y su monstruosidad están funcionando en estos relatos, como aquel en el que una loba domesticada resulta la compañera fraterna de una niña que ha quedado separada de su refinada hermana, una “grieta” de la que elige el lado material y salvaje, frente al artificio de la civilización. O aquel en que la gira de una banda pop de mujeres desata la furia de sus fans que, como una horda de lobas aullando a la luna, atacan a los hombres en una escena de utopía violenta. O el cuento donde una perturbadora vecina, como una vieja bruja, lanza un maleficio que transformará al amado en piedra.
Literatura maravillosa en tiempos de Lastesis o Pussy Riot y de puesta en cuestión total de las formas que adoptan los lazos amorosos, mientras las teorías sobre el amor inundan las charlas entre mujeres como salidas de un libro de autoayuda.
Hay una pregunta por el cuerpo en estos textos que se responde desde el arte: los cuerpos femeninos, sangrantes, exasperados y al límite de la destrucción no serán imagen, sino volumen, forma significativa. Quizás en esto resida su potencia feminista, y no en el mensaje, tal como reclaman hoy quienes reescriben los cuentos de hadas en clave antipatriarcal.
Julia Armfield, El gran despertar, traducción de Marcelo Cohen, Sigilo, 2021, 224 págs.
Imagen: Pedro Mancini, 2021.
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