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Ben Lerner entiende la literatura como un espacio de convergencias donde el lenguaje se dobla sobre sí mismo, a veces con ensañamiento, en busca de un contacto con la manera de ser de la realidad. Fragmentos de acontecimientos, de imágenes, de discurso político, científico-técnico o teórico y de cháchara común moldeada por el publiperiodismo se yuxtaponen como señales en un noticiero digital rodante sin centro emisor localizable. Cada poema de Lerner es a la vez la constancia plana, puntual, de una totalidad polimorfa (con su primer plano de actualidad desquiciada), y la emanación de otro poema, latente, siempre irrealizado. De la exuberancia de Whitman al escepticismo recombinante de Susan Howe o Charles Bernstein, la poesía norteamericana es pródiga en objetos que resultan de una búsqueda sin fin. Como otros de su generación, Lerner (1979), que también es novelista, ha asimilado la escéptica hiperconciencia verbal de la posmodernidad pero se aleja de la ironía absolutista, y del miedo al ridículo, hacia el pertinaz espíritu de las vanguardias. Se ha creado una forma de montaje. Tanto la alegoría como el montaje suponen que del horror no hay nunca una imagen sino pedazos, trizas; que algo se ha perdido y sólo pueden ofrecerse indicios de esa pérdida. Lerner sabe que hoy la crítica de la imagen se ha enrarecido porque el público embelesado por el entretenimiento está a años luz de la teoría, y el arte y la crítica no saben cómo lidiar con el dominio de la inmediatez figurativa. Lerner no se resigna. En su segundo libro —Ángulo de guiñada (Angle of Yaw), un término técnico que designa la escora de un avión respecto del eje vertical— hay un poema turbador, “Elegía didáctica”, que no escatima ni debatir con Adorno con tal de entrar en la maraña de cuestiones que embotaron la vivencia del horror cuando el atentado a las Torres Gemelas: “La imagen de las torres al caer es una obra de arte / y, como toda obra de arte, puede ser rechazada / por contaminar aquello que visiblemente representa. Como regla general, / si una representación de las torres al caer / puede ser repetida, carece de realismo. //…// El formalismo es la creencia de que el ojo ejerce violencia sobre el objeto que aprehende. / Todo formalismo es en consecuencia triste”. Ezequiel Zaidenwerg sugiere que en la comedia de la expresión típica, en la crítica del condicionamiento, el arte, los artistas y la poesía, Lerner canaliza una moral. De acuerdo, y es una moral gruesa. Pero graciosa y de arco muy abarcador. Títulos de libros cercenados, eslóganes, ráfagas de citas teóricas, placer del victimismo, supercherías de la opinión, todo puede llegar a resolverse en preguntas que tanto atañen a la soledad de las vanguardias frente a la entronización del público como a la pérdida crítica, no del juicio de valor, sino del valor del juicio, y también a la ansiedad del arte por encontrar las imágenes que recuperen al público. Pero el público está muy ocupado: “Voy a matar al presidente. / Te lo juro. Me rindo. Perdoname. / Soy gay. No estoy embarazado. Me estoy muriendo. / No soy tu papá. Estás despedido. / Despedidas. Me olvidé tu cumpleaños. / Vas a perder la pierna. / Ella se lo buscó. / Se tiró abajo del auto. / Parecía un revólver. / Es contagioso. / Ella ya está con Dios. Auxilio. / Yo no tengo un problema. / Me tragué una botella de aspirinas. / Soy médico. Me quiero separar. / Te amo. Andá a cagar. Voy a cambiar”. La poesía de Lerner alterna verso y prosa, circula de la frase estúpida a la tesis filosófica, de la cocina al cielo, del laboratorio al manual técnico, del subte a la galería, del drama de culebrón a la cadena de tropos surrealistas. El precio de esta ambición de simultaneidad es que muchas veces uno no puede seguirle el paso, ni siquiera acompasarse. Es una poesía algo arrogante; pero de tal abundancia de mundo fugaz que resulta en un compuesto disonante de perplejidad, admiración y monotonía melancólica que sólo chisporrotea cuando Lerner se irrita con la incapacidad de la crítica para captar sentimientos inarmónicos. Uno de los logros de la traducción de Ezequiel Zaidenwerg es haber plasmado la abundancia, la tímbrica y las chispas de los originales. Elegías doppler es una selección de los cuatro libros de poesía que Lerner publicó hasta ahora, más varias piezas inéditas y un ensayo de Zaidenwerg, “La lírica negativa de Ben Lerner”, que instruye, abre caminos y estimula a leer estos poemas y otros.
Ben Lerner, Elegías doppler, selección, traducción y prólogo de Ezequiel Zaidenwerg, Kriller 71, 2015; Zindo & Gafuri, 2015, 160 págs.
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