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Un hombre se muere en una cama de hospital y lo que queda de él, en la voz y en la memoria de su hijo, son los materiales —los cables y bujías y motores— de los que estuvo hecha su vida. Las máquinas ponen en marcha el recuerdo y el relato sale a recorrer las autopistas de la memoria: caminos sinuosos, llenos de curvas y cruces que desvían al narrador y lo llevan a lugares inesperados; después de todo, como se dice a poco de comenzado el texto, “es tiempo de abrir de par en par los portones de esos hangares oscuros de antaño, y dejar que se rehaga la memoria a partir de esos nombres […] sin saber en absoluto a dónde te puede llevar eso”.
Sólidamente anclado en la superficie de las cosas, Mecánica es el retrato materialista de la vida de un trabajador francés. Son los objetos los que convocan los recuerdos; el paisaje industrial el que determina el fluir de la memoria. El catálogo minucioso de marcas y modelos de automóviles, sus características técnicas descriptas hasta la extenuación, ocupan largos pasajes del texto, pero para el lector no especializado esto no es más que música de fondo, puntos de apoyo que, a la manera de la famosa magdalena de Proust, traen consigo fragmentos del pasado. En consonancia con el desorden que reina en el taller mecánico (ambiente donde transcurren, en su mayor parte, la vida del protagonista y la infancia del narrador), la evocación no es lineal. Pero Mecánica no es exactamente una novela realista, por lo que no hay necesidad de intentar seguir atentamente detalles de tiempo y espacio; es más bien una caja de herramientas llena de recuerdos que convoca la atención del lector mediante la memoria emotiva, las resonancias poéticas y un magistral manejo de la lengua, excelentemente vertido al español por su traductor. Es la música de los motores, y no las piezas que los componen, lo que realmente importa; análogamente, los detalles del relato se pierden en favor de una sensación envolvente causada por la potencia de la voz del narrador.
El hecho de que el disparador del relato sea la muerte del padre confiere al libro un aire de elegía no sólo por un hombre sino por una etapa —la del capitalismo industrial— que toca a su fin. El protagonista y el período mueren al unísono, como si estuviesen tan imbricados que cada uno fuese incapaz de sobrevivir en ausencia del otro. La perspectiva tiñe el texto de una irremediable nostalgia: la de un paisaje que, al desaparecer, se lleva con él a sus pobladores, al igual que la extinción de los bosques acaba con las especies que los habitan. El desamparo que implica la pérdida de estas coordenadas personales e históricas le sirve a François Bon para construir un relato extraordinario, que revela a los lectores de lengua española la existencia de un escritor francés cuya obra merece la atención de editores, traductores y público.
François Bon, Mecánica, traducción de Ariel Dilon, Mardulce, 2014, 128 págs.
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