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Las comparaciones tienen tanto algo de elogioso como de peligroso, y Ryan Boudinot (Estados Unidos, 1972) las acapara en ambos sentidos. Continuador de la senda maximalista sci-fi ciberpunk norteamericana, Boudinot ha sido asociado al linaje que va de Kurt Vonnegut a William Gibson, de Philip K. Dick a David Foster Wallace, de Donald Barthelme a Neal Stephenson, influencias cuyos destellos resplandecen aquí y allá en Planos del otro mundo, su segunda novela y la primera traducida al castellano. Sátira conspiranoica post 11-S de un mundo donde realidad y simulacro se confunden, la narración se erige efectivamente como un carpetazo aplicado y respetuoso a la tradición nombrada, aunque el saldo sea paradójicamente la propia huella autoral.
Entrar en el juego de referencias implica también dictaminar contrastes, y así la novela adopta la distopía geográfica y las sociedades anónimas de Thomas Pynchon, la irreverencia sociológica pop de Chuck Palahniuk y el retrato estadounidense cruel y deforme de George Saunders, pero en el colador quedan afuera la dificultad del primero, la potencia del segundo y la extrañeza del tercero.
La novela confía en el desarrollo de sus personajes, a los que abandona y retoma en capítulos que llevan sus nombres. Woo-jin es un descendiente coreano de Georgetown (Seattle) que se luce en doble turno como lavaplatos en Il Antro Italiano y es el encargado de recolectar sobras para su obesa y sedentaria hermana Patsy, adicta al serial televisivo Stella Artaud [sic], la Asesina Neohumana. Es en el desértico basural entre el precarizado trabajo y su decadente hogar donde Woo-jin encuentra varias veces muerta a Abby Fogg, una joven-avatar sometida al control a distancia de su novio Rocco, uno de los DJ que diseñan vidas a través de la red biológica Bionet.
También están Al Skinner, un temerario veterano de guerra que se conecta a una consola para revivir bélicos tiempos pasados; Neethan Fucking Jordan, actor estrella que protagoniza su reality show estelar en un Hollywood reconstituido; y el joven prodigio Nick Fedderly, convocado para alimentar el proyecto mesiánico evolutivo de la Academia Kirkpatrick para el Potencial Humano.
Todos reciben la visita de Dirk Bickle, un emisario que responde a las órdenes del señor Kirkpatrick, el superadministrador de todas las realidades, jerarquía similar a la de El Último Nota, un hombre que habita un pequeño campamento donde una heladera, unos animales de peluche, unos libros y un neumático yacen desperdigados alrededor de una hoguera. El destino común conducirá al grupo elegido a Nueva York Alki, una Manhattan virtual que se construye a semejanza de la histórica urbe destruida durante el CAHOS (La Era de las Catástrofes y las Hostias).
Tal maraña de seres y peripecias conviven de manera didácticamente ligera sobre todo gracias a una divertida entrevista en entregas. Las respuestas orales de Luke Piper (amigo de Nick) ofician de oportuno separador de capítulos y precuela ilustrativa de todo lo que está a punto de ocurrir.
Simulacro de un pasado literario glorioso, Planos del otro mundo tiene el mérito de hacer sencillo lo complejo y de sintetizar en sus conexiones imaginarias un grueso de reverencias que servirán de iniciación retrospectiva al recién llegado y cautivarán sin deslumbramientos al lector cómplice.
Ryan Boudinot, Planos del otro mundo, traducción de José Luis Amores, Pálido Fuego, 2015, 427 págs.
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