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Polvo de pared

Carol Bensimon

OTRAS LITERATURAS

Carol Bensimon (Porto Alegre, 1982) va armando cada uno de sus tres cuentos o novelas apretadísimas con capítulos en tercera persona, en primera, con saltos de décadas hacia adelante o hacia atrás. Avanza segura, a bloques ordenados. No pretende borrar las costuras, no se avergüenza de ellas; al contrario, son vigas. La literatura es para ella un artificio de concreto. Esta idea no es casual porque los escenarios de cemento y ladrillo que Bensimon construye delicadamente (una casa, un barrio privado, un hotel) son tan importantes como los personajes. Incluso más que ellos, porque les irán torciendo la psiquis.

En “La caja”, una chica sufre no sólo a sus padres hippies sino a la casa excéntrica y futurista que mandaron edificar, donde se la pasan haciendo fiestas con otros bohemios. El espacio que dejan dos generaciones incapaces de entenderse (la de los sesenta y la de los noventa), ella lo rellena con humor y tristeza: “Sobre esas personas se posaba una nube tóxica de nostalgia. […] No era enérgica como ellos. Prefería ser tranquila, desconfiada, un poco precoz en la tristeza. Sin que lo supiera todavía, estaba intentando sobrevivir. Lograr que todos nosotros sobreviviésemos. Como si yo pudiera evitar que la casa explotase, de un momento a otro, en un arcoíris de energía hippie. Tenía once años y esa clase de obligaciones”.

En el segundo relato, “Falta cielo”, el ambicioso proyecto inmobiliario de un barrio privado (“Golden River Banks, todo lo que necesitás es lo que vos nunca creíste que ibas a necesitar”) altera la modorra de un pueblo chato. Ya no hay nostalgia por un pasado soñador sino perplejidad por el futuro del mercado, que llegó demasiado rápido y se impone con eslóganes marketineros. Y lo hace con violencia, porque todo cambio de paisaje y cultura sólo puede hacerse con violencia: “Una retroexcavadora estaba luchando con un gran árbol que no podía mover. La máquina se puso más ruidosa y fue con todo. Dejó el tronco astillado, y fue una vez más. Rico olor. A savia. A tierra removida. […] El árbol da de cabeza en el amarillo de la máquina, cargado sin modales, como una princesa llevada de los pelos”.

En el último, “Capitán Carpincho”, una muchacha de veinte años con pretensiones literarias abandona la casa pudiente de sus padres para buscar una juventud de privaciones y experiencias originales. Su primer empleo es hacer de peluche gigante en un lujoso hotel, en la cima de una sierra, donde a veces ni llegan las nubes, que quedan abajo. Todos los días debe ponerse el disfraz y la cabezota. No la ven. Tampoco puede hablar (“Noté que el disfraz de Capitán Carpincho asordinaba completamente mi voz, y ni siquiera yo misma oí lo que pregunté, lo que me causó un pánico instantáneo”). En el hotel se hospeda un escritor de best-sellers que el gerente contrató para que escriba una novela que transcurra en esa locación, un modo de publicidad encubierta.

Bensimon maneja una lírica contenida, concentrada, que a veces coquetea con la ironía. Se arriesga a metáforas y comparaciones audaces, muy bien logradas. Es una poética de cemento aún líquido donde giran los personajes, que irán creciendo, mutando, solidificándose, para luego, irremediablemente, caer escombro por escombro.

 

Carol Bensimon, Polvo de pared, traducción de Martín Caamaño, Dakota Editora, 2015, 120 págs.

11 Feb, 2016
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