Un renovador de la literatura dramática: así definen muchos a August Strindberg, el “titán de la moderna dramaturgia”, el “héroe de las letras nórdicas”. El autor sueco fue también un poeta enérgico, de personalidad compleja, frágil. Siempre se sintió inseguro; de ahí, quizá, esa feroz animadversión hacia el ser humano —sobre todo hacia la mujer— que plasmaría en una obra de potencia expresiva y lucidez inusitadas. Strindberg, en cierto sentido, se adelantó a su época y eso le acarreó múltiples problemas con una sociedad que encontraba paradójica y cruel.
Solo es un texto muy personal, una especie de monólogo interior en el cual el dramaturgo escandinavo se pregunta por los beneficios que reporta la soledad, una de las cuatro virtudes, según definió Friedrich Nietzsche en Más allá del bien y del mal, junto al valor, la penetración y la simpatía. No obstante, el propio filósofo alemán, a pesar de considerar la soledad como su patria —“¡Oh soledad! ¡Soledad, patria mía!”, escribe en Así habló Zaratrustra—, también era consciente de que “hay que volver a la muchedumbre, su contacto endurece y pule, la soledad ablanda y pudre”. ¿Forzosamente somos seres sociales? ¿Qué importancia tiene un individuo ajeno a la sociedad circundante? ¿Puede sobrevivir ese ser solitario en el mundo sin la presencia de los otros? ¿Se es alguien de ese modo? Strindberg se consideraba fuera de la sociedad, llega incluso a afirmar que “estar solo es mi destino, lo mejor para mí”. ¿Es así en realidad, o este discurso penitente es fruto de su inseguridad? El propio Strindberg dice que los humanos le dan miedo desde que nació; por eso asume el estado de aislamiento como la mejor opción, la necesaria, hasta el punto de convencerse de que con ello logra ser dueño de sí mismo, de que gracias a la soledad aumenta su libertad.
¿Strindberg odia a la humanidad? ¿Es un misántropo? Nada más lejos. A través de este retrato íntimo y reflexivo advierte, al igual que lo hiciera Nietzsche, de los peligros que conlleva o puede conllevar esa soledad ansiada. “Pero en la soledad, a veces, mi cabeza se sobrecarga y amenaza con estallar”, asegura, al tiempo que reconoce que odiar le hace mal. Sin embargo, en ninguno de los fragmentos que comprenden este texto con tintes autobiográficos deja de hacer patente que la vida social hace que cada ser humano se sienta desprotegido de algún modo, pues expone su persona en la de otros hasta el extremo de hacerla dependiente de su conducta caprichosa. ¿Es Strindberg un amargado? Probablemente, sobre todo si vemos en él a una figura reñida con los preceptos de la sociedad en que vive, como alguien que sospecha de todo y de todos. No obstante, esa supuesta amargura no les resta valor a las reflexiones que comparte en Solo sobre la belleza de un paseo matinal o las injusticias que asolan a un mundo que está repleto de tiranos, viciosos, cobardes e hipócritas. En este sentido, Strindberg se erige como un defensor del valor y la autoestima, de la fe y la justicia. Aislarse es para él una manera de neutralizar aquellos males.
August Strindberg, Solo, traducción de Manuel Abella, Mármara, 2015, 176 págs.
Siempre es atractiva una colección de intervenciones o ensayos de un poeta (en este caso tratan de Auden, Steve Smith, Betjeman, entre otros), sobre todo si se...
El 10 de octubre de 2019 la Academia Sueca otorgó el Premio Nobel de Literatura a la escritora polaca Olga Tokarczuk por su “imaginación narrativa que,...
Que un objeto puede ser portador de propiedades que afectan la duración de un relato (al ralentizar o precipitar la economía de sus intercambios) es algo...
Send this to friend