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Tierra de la noche

Louis Owens

OTRAS LITERATURAS

Si la historia la escriben los que ganan, hay más de una razón para argumentar que la literatura es un asunto de los que pierden. A veces antesala de la disolución y otras una especie de carnet que valida el pathos, la impostura del malogrado irresistible, la derrota ha sido desde siempre el combustible favorito de muchos escritores. Algo hay que hacer con los despojos, a final de cuentas, y novelarlos no es ni por asomo el reciclaje más indigno que puede haber. Sin embargo, ¿qué pasa cuando la derrota es tan lejana que ya no quema, cuando el vencido empieza a cubrirse con las mismas ropas que el vencedor? En el fondo, lo que se agazapa ahí es un problema de forma, uno del que libros como Tierra de la noche nunca salen indemnes.

Louis Dean Owens lo publicó en 1996, pocos años antes de suicidarse, dato que fulgura en cualquier solapa y que en este caso pareciera enfatizar una capitulación sin atenuantes, tanto histórica como estética. Ensayista y profesor experto en temas amerindios, Owens produjo cinco novelas e incontables artículos donde investigó las contradicciones de la sangre cruzada que él mismo, descendiente cheroqui, choctaw e irlandés, cargaba en sus venas. Tierra de la noche quizás sea el triunfo más resonante de esa excursión: la historia de dos nativos a los que les cae un millón de dólares del cielo —sinopsis literal— le valió premios rutilantes y buenos comentarios, ninguno de ellos estrictamente inmerecido.

Armada como un thriller impenitente, la novela se permite reposos donde la perplejidad sobre los futuros de los pueblos cobra espesor y relevancia, casi siempre gracias a la intervención de un abuelo milenario que juega al ajedrez con los muertos y reconoce las almas que alojan los pájaros. El vínculo con la tradición no es una molestia para él, sino para Will y Billy, los amigos que dan con una valija de un cartel mexicano y cuestionan sus raíces mientras se reparten fajos de billetes. “¿Por qué seguir tratando de recordar algo que todos los demás están olvidando?”, le pregunta uno al otro, ambos vestidos con pantalones de jean y sombreros de cowboy, mientras recorren un valle sobrexplotado en la pickup maltrecha que el maná del dinero transformará en una pickup reluciente.

Por el modo en que Tierra de la noche ritma sus pasos, la sensación que cunde es la de obediencia a un sistema eficaz. El primer capítulo ofrece todos los empellones sensoriales de un tanque de superacción —un cuerpo se desploma en la tormenta, hay una muerte brutal, llueven tiros desde un helicóptero, seguirán explosiones— y a lo largo de la novela casi pueden oírse las sugerencias murmuradas por un editor conjetural: ahora una escena de sexo, ahora un flashback de vida rota, que aparezca la mujer enigmática, introduzcamos a los villanos con un diálogo tarantinesco, más violencia ahora, retomemos los debates amerindios. Y así.

El resultado es virtuoso, nada suena fuera de la tonalidad recomendada, pero queda levitando la duda de si las rendiciones que señala la novela no la incluyen también. A diferencia de las rapsodias producidas de este lado del mapa a partir de temas aledaños —Macunaíma, Eisejuaz: ejemplos de rebeldía hecha lenguaje—, Owen no propone otra manera de contar, ni siquiera dentro de los límites que ya empujaron autores más o menos excéntricos de la deriva anglosajona. Siendo gráficos: Tierra de la noche sobrevuela el país de Cormac McCarthy, pero aterriza en el de Lee Child. Ningún problema con eso —leer a Child cada tanto es tan placentero como zamparse una hamburguesa con todo y papas—, aunque tampoco nada de suma gravidez.

Resta, por supuesto, la posibilidad de que Owens haya usado el género, que la exactitud de la réplica sea una medida de denuncia, una perpetración en espejo para decir algo nuevo o importante sobre el mundo. Tal vez haya un examen legítimo desde ese ángulo, pero cada lector sabrá por qué lado se decanta. Leer es elegir, después de todo, y con Tierra de la noche nadie se aburrirá mientras lo hace.

 

Louis Owens, Tierra de la noche, traducción de Márgara Averbach, Selva Canela, 2024, 280 págs.

12 Sep, 2024
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