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La amistad, como otra forma del amor, está atravesada por las palabras, o tal vez incluso construida por ellas: las que se dicen como invocación, las que se intercambian en la conversación, las que tejen el suelo de un sentido compartido, las marcas de las divergencias como hitos. Con estas palabras, con las resonancias particulares que componen versos o se intercambian como poesía, está escrito este libro “(porque para qué sirve saber cosas / si no es para charlar entre chicas)”.
Hay algunas particularidades: en primer lugar, la siempre enigmática escritura de a dos. Como este es un texto sobre el amor y la amistad, las voces se unen y se separan sin sellar nombres, los poemas se suceden o alternan sin que sepamos quién escribió cada uno, o si están escritos entre dos. Por momentos la estructura semeja la de unas cartas en verso, sin fecha ni locación ni firma, pero con un juego de pregunta y respuesta, o de intervención y réplica. Otras veces parece surgir de una búsqueda en común, o de un vaivén de ecos y asociaciones. Al final las dos voces se espejan y divergen a la vez en los retratos que cada poeta hace de su amiga. En el medio, la expansión. No sólo aquella que recorre los territorios comunes, el mito de origen del amor o el lugar de encuentro, que se abre hacia el espacio propiciatorio ya de una lengua de mujeres o hablar entre chicas, que fue el laboratorio Máquina de Lavar (espacio de lectura, pensamiento, escritura, coordinado por Marina Mariasch), sino también otros lenguajes, otros textos (Agota Cristoff, por ejemplo, a quien se le dedica una sección) y los temas: lxs hijxs, la amistad, la poesía, el trabajo, el amor, las vacaciones, la escritura, la vida misma.
En estos cruces, el texto se escribe como una libertad (dice “a veces escribir es una cárcel de compañía / en la que nos metemos para salir / del encierro mayor”) y se plantea como una desobediencia. Desde ahí elige estilo, largo de verso, tono, oscila entre cierta modulación pop y las desilusiones, los aprendizajes que trae, no sin dolor, la vida en su transcurso (se podría pensar en un postpop, o en un pop no ingenuo: “y más me quiero y te quiero porque fue pesado / sobreponernos a todo aquello”). Prima el tono festivo, el reconocimiento de una alegría que proviene de dos fuentes que aquí manan juntas; la poesía y la amistad, como si fueran inseparables. Y tal vez lo son. Porque si la amistad, y la amistad entre mujeres, se hace de conversaciones infinitas, de palabras que van y vienen y buscan el sentido como lugar de encuentro, de consuelo, de presencia, lugar de amor, las palabras también festejan el encuentro como posibilidad de dejarse de ir, de jugar con los límites del sentido hacia la pura chispa del encanto de la trouvaille, esa que acá dice, se puede escribir poesía como una conversación entre mujeres, se puede escribir poesía desde la alegría que da lo compartido, así sean dificultades, y dice, sobre todo, que no hay por qué cargar con la dura herencia sacrificial de la poesía escrita por mujeres (“la poesía no sirve para quejarse” y “sólo admite / vida” decía Mirta Rosenberg en Cuaderno de oficio, y Diana Bellessi en El jardín soñaba con una poesía que fuera como si “una mujer hablara a otra / en un cruce de aguas profundas y claras”). Ese es un regalo, y es la causa política que abrazan estas voces.
Este es un libro, además, que da ganas de tener amigas así.
Flor Monfort y Noe Vera, Las mejores amigas, Caleta Olivia, 2023, 84 págs.
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