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Los testimonios y recuerdos de experiencias extremas —tanto individuales como colectivas— suelen despertar especial interés. Situaciones complicadas, peligrosas, al borde de la muerte, se transforman en historias, en relatos: en formas de la literatura. Como señaló Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas, un momento de fuerte confluencia entre enfermedad y literatura —y del nacimiento de la “personalidad moderna”— fue el romanticismo; por entonces, a fines del siglo XVIII, Friedrich Schlegel afirmaba que las personas sanas no eran interesantes y que las enfermas, las aquejadas, sí. Y eso fue lo que hizo el prolífico dramaturgo, poeta y novelista húngaro Frigyes Karinthy en Viaje alrededor de mi cráneo: la crónica —escrita en tiempo real, en entregas para la prensa que luego reelaboró para ser publicadas como libro— de un grave padecimiento: un tumor cerebral.
Karinthy, un reconocido periodista en la Budapest de mediados de la década de 1930, comienza a sufrir males y, tras un periplo por varios consultorios y análisis, se determina lo que tiene. Sólo hay un médico, en Suecia, con la capacidad de realizar una operación tan delicada y arriesgada, y Karinthy viaja a ponerse en sus manos; decide no sólo afrontar la situación, sino también narrarla. Y lo más verídicamente posible. Asegura: “Me interesa más que al lector poder recordar todo clara y nítidamente, libre de toda deformación efectista”.
Detallista, minucioso y al mismo tiempo fresco, Karinthy entabla un diálogo franco, de cierto desparpajo y crudeza: (nos) cuenta meticulosamente cada “momento médico”, los diferentes trances por los que pasó, acompañado de su mujer, colegas y amigos. Hay en él cierto “realismo desencantado”, no exento de histrionismo, parecido al se puede encontrar en autores no tan asociables como Shklovski, Dovlátov, Vonnegut, Gombrowicz o el brasileño Nelson Rodrigues. Por supuesto, un punto alto del relato, de prosa intensa, candente, es el episodio de la operación misma, en la que Karinthy estuvo —hasta donde cree poder reconstruir— consciente. De este modo aumentaba el porcentaje de sobrevida a la operación, según recuerda que oyó en alguna charla previa entre su esposa y el médico.
En la Hungría autocrática de Horthy y con el fascismo expandiéndose por Europa, Karinthy se conecta con la ciudad, forma parte de ella: en momentos dramáticos, de desasosiego, no la reconoce, no se halla, deambula y se lamenta; en otros, por ejemplo durante las tertulias cuasi permanentes alrededor de su cama que mantiene con buena cantidad de gente durante las semanas de análisis previos a la operación, la siente de algún modo viva, recreada en la charla con colegas y hasta con los desconocidos que a veces los acompañan. Así puede observar y describir a los otros y a sí mismo —con espíritu crítico e ironía—, asumir comportamientos prestablecidos, obligados por las circunstancias.
Karinthy no sólo estuvo cerca de la muerte, sino también de la ceguera, lo que lo llevó a preguntarse avant la lettre, borgianamente: “¿Cómo será la noche, lograré diferenciarla?”. Cultor de una prosa incisiva, curiosa, ilustrada, repleta de matices —del autoexamen y la introspección psicológica a la exposición como “ejemplar” de la fauna humana (y urbana)—, en vida llegó a impresionar a amplios públicos, a amigos y conocidos —Sándor Márai, entre ellos—; y a posteriori, entre otros, a “autores médicos” como Oliver Sacks.
Frigyes Karinthy, Viaje alrededor de mi cráneo, traducción de F. Oliver Brachfeld, Tusquets, 2017, 240 págs.
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