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Yo sé lo que sé

Kathryn Scanlan

OTRAS LITERATURAS

Cuando en la línea histórica se indican las rupturas que la humanidad le ocasionó a su propio presente estático (invención de la escritura, caídas de imperios, descubrimiento de un continente, revoluciones de algún tipo), se deja de lado uno de los hechos más trascendentes y sin el cual nada puede explicarse: la domesticación del caballo, hace cuatro mil doscientos años, por tribus nómades, en el norte del Cáucaso. Desde entonces, nada fue igual. El caballo se usó para aliviar el terrible trabajo rural, para comunicar a poblaciones aisladas y como una maquinaria fenomenal de guerra. Pero también con fines deportivos: en los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, ya en el año 776 a.C., se incluía la carrera de caballos entre las competencias.

En Yo sé lo que sé, se indaga en el mundo de las carreras hípicas a partir de fragmentos de las entrevistas que Kathryn Scanlan (Iowa, Estados Unidos) le hizo a Sonia, una entrenadora de caballos pura sangre. Cada uno de los fragmentos funciona como un minicuento. Algunos, de un párrafo nomás. Valga de ejemplo el titulado “Lo veía todos los días”: “Una noche, hacia el final del verano, me desperté en mi casa rodante con un hombre encima. Se había metido a hurtadillas mientras yo dormía y me apuntó a la cabeza con un arma. Terminé violada. Él tomaba pastillas. Era un jockey que trataba de perder peso. Me dijo que acababa de matar un perro de un disparo. No conté nada porque, si hubiera dicho algo, me habrían sacado del hipódromo. Mis papás habrían ido a buscarme. El tipo se despejó; yo lo conocía, lo veía todos los días; sabía exactamente quién era, pésima situación, pero bueno, sobreviví. Después de eso, me corté el pelo bien corto”.

Con una precisión tan delicada como la de los caballos cuando corren (“durante el galope, el caballo pasa gran parte del tiempo suspendido en el aire, volando de verdad, o sobre un solo pie. Cuando el pie toca el suelo, caen quinientos kilos de presión sobre esa única pierna delgada, sobre ese casquito del tamaño de un cenicero de mano”), la fuerza oral del relato se impone, y por ella desfila un sinfín de personajes extraños, algunos al margen de la sociedad, que encuentran en los caballos un motivo al que aferrar su existencia a veces tan nómade como la de aquellos lejanos habitantes del Cáucaso de hace cuatro mil doscientos años. Mientras tanto, sucede la vida de Fran: su infancia esforzada en los suburbios de Iowa, con su deseo de ser jockey a cuestas; las jornadas tan vertiginosas como agotadoras en el hipódromo; los caballos que cuidó (“apenas crees que conoces bien a un caballo, él te demuestra lo idiota que eres”); rodadas que la dejan en coma (“oía cada palabra, pero no podía contestar. Entraban y salían compañeros que hablaban con médicos y enfermeros: ¿Va a salir de esta? Dicen que el oído es lo último que se pierde; creí que me iban a enterrar viva”); el cambio brusco de vida cuando su pasión se evapora e ingresa al servicio penitenciario como guardiacárcel.

Tracemos una línea, caprichosa como la histórica, pero de personajes sorprendentes de la literatura. Ubiquemos en un extremo psicológico a Ulises y sus ardides y epopeyas contra humanos y seres mitológicos. Y en el otro extremo, a la sirvienta Felicidad, de “Un corazón sencillo” de Flaubert, en su periplo errante cuando el mundo que la sostenía se derrumbó de golpe. Fran une a ambos. Por su cuerpo, tironeado entre las batallas del día a día, a lomo de caballos tan increíbles como aquel de madera, se recorre una odisea real, difícil y maravillosa.

 

Kathryn Scanlan, Yo sé lo que sé, traducción de Daniela Bentancur, Fiordo, 2023, 168 págs.

7 Dic, 2023
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