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“Escenas para muestras o muestras para escenas”, escuchamos según arranca la función, con el escenario vacío, en la oscuridad. Es la voz de Denise Groesman, protagonista de Animal romántico, la nueva obra de Agostina Luz López. Su discurso, más una confidencia entre amigas que una arenga, reflexiona sobre las pasiones de una vida repartida entre las artes visuales y el teatro. Es el relato de una vida documentada con pinturas, objetos e instalaciones, como una retrospectiva que el espectador recorre desde una secuencia de muestras que aparecen sobre el escenario, articuladas por paredes giratorias, como los módulos que los museos usan para separar obras.
Los decorados recrean exposiciones que tuvieron lugar en estos años y que ahora, como un remake barroco, multiplican los puntos de vista y ambientan cada acto de la representación. Y también de distintos episodios de una biografía que bien podría no ser tal. El pasado como farsa, trayendo una serie de fantasmas, encuentros alegres y tragedias con amantes, amigos y familia. Sin embargo, la relación entre obras, escenografía y personajes trasciende toda lógica decorativa, al retomar una narrativa testimonial en la que los objetos se comportan como sujetos y viceversa. Activan la acción y encierran una forma de erotismo muy literal, táctil. Actúan como los detonadores de un estallido en ciernes, por momentos delirante, que no se agota en el acoplamiento y las caricias que se reparten los cuerpos desnudos, ni en los diálogos aberrantes, ni en las ambiguas imágenes de Denise, la puerta de acceso a un universo de conflictos de apariencia familiar, que dejan entrever un área deforme por fuera del Edipo, la posibilidad de una familia más allá de la sangre.
Animal romántico podría ser una obra sobre Denise Groesman, y a la vez una investigación sobre cómo hacerse adulto, cuando uno no quiere conciliarse con la infancia ni puede curar sus heridas. Pero sobre todo, Animal romántico es una obra con Denise Groesman. Personaje y persona: cuerpo hiperactivo, saltando sobre el escenario, al ritmo de malestares, del temblor producido por el sexo al llanto y la frustración que acarrea la incomprensión paterna. Podría, de nuevo, tratarse de una encarnación del mito del artista. Y sin embargo, el trabajo de Agostina Luz López no se enreda en las trampas de la hagiografía, armando un relato polifónico en primera-persona-compuesta: un yo difuso marcado por el vínculo y el intercambio. El famoso “yo soy otro”, que Flaubert luego transformó en “Madame Bovary soy yo”. Una frase que podría no ser suya; en todo caso, útil para referirse a cómo solemos confundir vida con obra. Más hoy, con la capacidad de la imagen técnica para producir avatares que nada saben de autoría o de qué es o no original. La acción avanza mientras se dejan atrás lugares comunes, explorando un campo de fuerzas despersonalizantes que hacen de toda identidad una alegoría, un singular/común. Son simulaciones y pliegues, como los textiles y cavidades de la Denise artista en su particular colección de órganos autónomos. Imposible no pensar en la noción de extimidad, en las distancias y proximidades que median entre lo interno y lo externo. La intimidad está siempre afuera.
Como evidencia el elenco de exuberancias que giran alrededor del escenario del Teatro Sarmiento, todas las vidas son perpendiculares. Se cruzan en forma de abanico. Multiplican y dividen posibles, según la obra desdibuja los códigos teatrales. Porque a veces el público puede terminar sobre el escenario, dentro del drama, mientras participa de una inesperada inauguración. Componer y descomponer para explorar devenires inéditos, a veces por medio de gritos, otras de gemidos o espasmos. ¿Cómo cuidar de los otros para sobrevivir a uno mismo? ¿Cómo hacerse cargo de todos los yo que no soy yo mismo? Cuando el deseo te extravía como un viento, surge la necesidad de establecer un territorio. Un teatro de operaciones. Mejor si sus límites funden artes escénicas y artes visuales. Es como confundir un desierto con un laberinto. La producción artística, al final, puede aspirar a ser ese lugar híbrido, ese trabajo que es forma de vida. También forma de terapia: salud para anormales, sostenida en una gimnasia de memoria y desmemoria que se enrosca en el trauma y la crisis permanente para poder producir lo nuevo y lo intempestivo.
Animal romántico, dramaturgia y dirección de Agostina Luz López, Teatro Sarmiento, Buenos Aires.
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