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Las obras de Silvina Grinberg tienen una característica no demasiado habitual en la danza contemporánea porteña: logran en el espectador una mueca en la que se mezcla la sonrisa con la amargura de la desolación. En muchas de sus piezas, como Rolando y María, Los esmerados y El escondido, el automatismo de la risa esconde un desasosiego que queda repicando cuando se abandona la sala. Es en esa serie de obras donde se ubica su última creación, ya que la inevitable resonancia con la historia social y política del mundo en que vivimos consigue que la poética se haga crítica.
El universo de El escape del gusano se construye en torno a una “grupalidad” en la que los cuerpos y la palabra construyen una ficción sobre la relación entre un líder carismático y los individuos de una sociedad posible. La estética futurista clase B, en la que todo artilugio escénico es intencionalmente de mala calidad, se mezcla con el vestuario retro y la pantalla con matriz de puntos que recuerda el imaginario soviético o nazi.
Las corporalidades siguen órdenes simples; los intérpretes (Mariela Acosta, Josefina Balmaseda, Marina Brusco, Diego Gómez y Ollantay Rojas) bailan haciendo series casi de boliche, como autómatas alienados por el opio de la música electrónica que acompaña las apariciones del líder. Y más aún, cuando este no está presente, el grupo parece tener a ese Gran Hermano orwelliano ya dentro sus cuerpos. No hay escenografía; es la austeridad de los regímenes totalitarios, y la obra pone el foco en el grupo y en la posibilidad de un escape.
La fuga, la chance de otra vida, siempre está como un murmullo de fondo. Estos seres hacen de gusanos, son gusanos, esos bichos invertebrados y blandos que se arrastran y contraen, cuya capacidad motora es reducida al mínimo. ¿Se puede huir entonces? ¿Hay otra vida posible? ¿Existe la ilusión de renacer una vez que se es parte de un cuerpo putrefacto?
“Esto no es ciencia ficción”, nos dice la pantalla. No se trata de un futuro distópico, sino de una versión posible del mundo del que fuimos y somos parte. Sin embargo, el asunto que moviliza El escape del gusano es el interrogante sobre la vida en sociedad, la política y sus personajes y la posibilidad de emancipación, la chance de un movimiento liberador cuando bailamos desde el cementerio. Así, cuando se enciende la luz de la sala, uno aplaude, quizás sonríe, a la vez que traga una saliva densa, con sabor amargo.
El escape del gusano, dirección de Silvina Grinberg, El Portón de Sánchez, Buenos Aires.
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