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La Compañía Buenos Aires Escénica, dirigida por Matías Feldman, viene desarrollando hace cuatro años un trabajo sostenido de investigación teatral que aborda diferentes aspectos de lo escénico: desde el lenguaje y la percepción hasta las convenciones y los modelos de representación. Lo singular es que estas reflexiones, que podrían haberse resuelto como especulación teórica en el marco de lo íntimo, propio de un laboratorio de experimentación, cobraron formato escénico, y el resultado ha sido el Proyecto Pruebas, que ya va por su quinta edición. El ritmo (Prueba 5) conjuga con precisión infrecuente dos niveles de lectura. Por un lado, es una interrogación por los alcances, efectos y posibilidades del ritmo en el entramado de una puesta en escena; y en ese sentido, la obra se vuelve autorreferencial haciendo de sus principios de construcción la razón de su funcionamiento. Al mismo tiempo, El ritmo es una indagación sobre el impacto del capitalismo financiero y las nuevas tecnologías en la vida de los hombres. Lo interesante de la realización escrita y dirigida por Feldman es que la problemática planteada busca resolverse desde aquello que la compañía decidió poner a prueba, esto es, desde el ritmo. En este sentido, el cuerpo de los magníficos actores que en ella intervienen (Angelelli, Muras, De Marco, Pérez de María, Pichersky, Perpoint y Zubiri) es la sede que aglutina los niveles de lectura que hemos planteado. Los actores experimentan ritmos y velocidades que ensayan y ponen a prueba en el espacio de una empresa de incierto perfil donde se suceden las situaciones. Es evidente que el pulso del capital viene signado por la lógica de la aceleración en un diseño que hace de la repetición su movimiento más estable. Lejos de explicarlo teóricamente (aunque Marx y Baudrillard forman parte de una extraña y bella escena pedagógica dentro del espectáculo), los actores se ponen al hombro la tarea y lo hacen físicamente, en una entrega que deslumbra por el compromiso y la eficacia. Y es más interesante aún porque al tempo arrasador propio de los personajes jóvenes que integran ese centro de distribución de logística se le opone el de la larga duración, el obsoleto, el del recuerdo y la invisibilidad asumido por la presencia de la empleada vieja y viuda, en un contraste hilarante que no hace sino ampliar la brecha existencial tecnofílica-tecnofóbica. Lejos de cualquier solemnidad, El ritmo encuentra su tono en el humor y el gag. Basta con escuchar la cadencia monocorde de los audios de WhatsApp que se emiten en escena para reírnos (¿qué nos queda, si no?) de nuestro propio patetismo.
El ritmo (Prueba 5), dramaturgia y dirección de Matías Feldman, Teatro Sarmiento, Buenos Aires.
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