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En La verdad, cuatro actores —Héctor Da Rosa, Teresita Galimany, Juan Lepore y Martina Carou— asumen el desafío de presentar historias que se cruzan, se superponen y confluyen como variaciones de un mismo tema. El mito de Antígona y su recreación en la tragedia clásica conviven con referencias a distintos hechos históricos, como la Semana Trágica de 1919 en Argentina. Los límites entre distintos tiempos, espacios e identidades, y entre relato mítico, literario, teatral y periodístico se desdibujan, y lo aparentemente inconexo se vincula a la manera de algunos cuentos fantásticos. Quizá se trate de un solo hombre, el inmortal, que es todos los hombres; tal vez haya una continuidad fatal de distintos niveles de ficción dentro de la ficción; quizás sólo haya un par de historias (la de Odiseo y la de Cristo) y el resto sean sólo versiones. Es posible que cada gesto del “azar” sea sólo una letra de una historia preescrita, o tal vez todo sea un juego de ecos y reflejos en una puesta en abismo al infinito. La obra de Apolo y Toronchik, como ciertas historias fantásticas, nos propone el ejercicio de poner en duda los límites como forma de acechar “la verdad”.
Para comprender esta pieza, el espectador debe realizar una labor de montaje de fragmentos, repeticiones y simultaneidades que pone a prueba su entrenamiento en la vida contemporánea de zapping vertiginoso y polifonías constantes. Quizás la sensación de que algo se escapa sea un efecto buscado y parte esencial en la reflexión sobre la construcción de la verdad y los relatos. Lo cierto es que, ante esta obra, se siente la hermosa intuición de que la re-presentación teatral es un hábitat propicio para indagar analogías y continuidades a la vez insospechadas y familiares, escalofriantes y conmovedoras.
“Sin las Antígonas, los Creontes serían simples jefes de policía”, afirma uno de los personajes de esta obra en la que se despliegan adecuados recursos de puesta en escena y actuación. Texto, trabajos actorales, escenografía, vestuario y otros elementos del espectáculo se suman a la cadena de “ecos” que ofrecen las historias, al igual que los espejos ubicados en distintos ángulos del escenario, en los que actores y público son reproducidos al son de la presentación fragmentaria de las historias y de la insinuación de la parcialidad de las miradas. Hay metáforas también en los muebles, tres piezas de madera rectangulares, escritorio, ataúd y caja de archivos; hay actores que encarnan personajes de espectadores, o de actores y directores practicando juegos teatrales de variaciones. Estamos ante el teatro dentro del teatro, la tragedia que persiste bajo cambios superficiales, y el perfume de “la verdad” en representaciones sin fin.
La verdad. Variaciones sobre un manual de estilo, dramaturgia de Ignacio Apolo y Alejandra Toronchik, dirección de Ignacio Apolo, Celcit, Buenos Aires.
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