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Llegada la fecha de estreno, a Federico León le toca “preceder” a sus obras, y las sinopsis que aparecen en las notas previas que se imprimen en el programa son vagamente indescifrables. Uno tarda unos minutos en advertir el código en que están formuladas y en aceptar que no serán entendidas, refugiado en esa idea de sinopsis como allanamiento de sentido, de golpe mortal que se aviene a develarlo todo. Afortunadamente, nada de eso pasa con las explicaciones de León; lo que aparece en el papel suele ser un racimo de jirones, de ideas en combustión e imágenes autoportantes que él ha hecho circular en su cabeza –probablemente carriles para gestar la obra– y que ha mantenido suficientemente inestables como para que el tránsito hacia ella no las domestique y para que la obra no admita más justificación que la contundencia del hecho escénico mismo.
Las multitudes transcurre entre el vértigo y la desazón de unos corrillos escénicos en los que niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos, agrupados por sexo y edad y expresados por alguien que habla en su nombre, se pierden y se encuentran una y otra vez como si emularan el circuito de una inexorable dramática humana: el recorrido amoroso que la especie ha puesto a su disposición por sus solas características de rango genérico y etario. León no se detiene demasiado en los adultos y es sumamente interesante esa decisión: que justo sea esa franja, que la sociedad real no vacila en colocar en una posición de prevalencia por su carácter de productividad, madurez y eficacia, la que quede desatendida; y que en cambio sean los adolescentes y los viejos –edades que la sociedad no ha resuelto porque no sabe del todo qué hacer con ellas– las que obtengan el foco.
Es particularmente emocionante el momento en que León reúne a todas las mujeres en una danza tenue y circular –una deliciosa coreografía de Luciana Acuña– que rememora un rikud hebreo ralentado.
En la obra las decisiones son taxativas, desde el “aspecto contable” –ciento veinte actores en escena– hasta la no menor cantidad de linternas en mano. Pero ¿cómo? ¿Las linternas no habían sido erradicadas del teatro? Pues no. León no sólo las reflota sino que construye con ellas una esencialísima “escenografía”: un sistema de ligeros haces de luz que se asientan tenuemente en uno u otro punto, en uno u otro rostro, sugiriendo eventuales focos de atención; al mismo tiempo son una trama atmosférica y sensorial que alguna puesta de Sueño de una noche de verano hubiera podido soñar para sí.
Las multitudes es una mirada personalísima y poética, cargada de opiniones sobre la especie humana y sus extravagantes figuraciones individuales y societarias; una magnífica isla de sentidos en la que es posible reposar durante el tiempo que dura la obra y la persistente estela de su reverberación.
Las multitudes, dramaturgia y dirección de Federico León, C.C. General San Martín, Buenos Aires, hasta fines de agosto de 2013.
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