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Desde los tiempos más remotos, la institución familiar ha sido objeto de múltiples abordajes, ya para entronizarla como pilar de la sociedad, ya para plantearla como estructura criminal, sede de rivalidades y de odio. En este último sentido, el mito de los hermanos enemigos recorre buena parte de la tradición occidental: Caín y Abel, Rómulo y Remo, Eteocles y Polinices son apenas una muestra de la lucha fratricida que —paradójicamente— los vínculos de hermandad vendrían a propiciar.
El de Tiestes y Atreo no le escapa a esta lógica. La lucha es por el trono, claro está, y la contienda terminará en venganza antropofágica: Atreo hará de los hijos de Tiestes los platos de un banquete que su hermano comerá ignorando que devoraba a su propia descendencia.
Séneca hizo de este mito una tragedia —Tiestes— y puso el foco en la venganza urdida, cabal testimonio del despedazamiento del vínculo fraterno.
Emilio García Wehbi ha tomado la tragedia senecana para reponer aquello que ha quedado opacado, omitido, evitado. La hipótesis de la que parte la obra que se ofrece en el Nacional Cervantes (y esta elección se revela como una audacia del teatro oficial que celebramos) sostiene que en las sociedades falocráticas los hijos terminan siendo víctimas de sus propios padres, de modo que las nuevas generaciones quedan fagocitadas por la tradición.
La ya conocida incorrección política de García Wehbi encuentra su correlato escénico en la elección de un elenco brillante conformado únicamente por mujeres y niñas, cuando en el texto de partida todos los personajes son masculinos. Es realmente un privilegio poder ver a dos actrices como Maricel Álvarez y Analía Couceyro por lo infrecuente de sus registros actorales, por la intensidad de lo que ofrecen como artistas a un público que queda en deuda con ellas, habida cuenta del nivel de la entrega. Y es un verdadero acierto la elección de las niñas para dar cuenta del universo infantil. Se imponen por su propia presencia soslayando cualquier interpretación. Son lo vivo del teatro, de hecho son ellas quienes develan la condición de artificio del espectacular dispositivo teatral.
Tiestes y Atreo plantea dos actos inconexos sólo en apariencia porque en ambos se recupera un territorio en común: la infancia es una república perdida, hijas e hijos están en peligro, la amenaza viene del lado de los progenitores. No en vano una imagen imponente que cita a Saturno devorando a un hijo de Goya se destaca en el espacio escénico para ratificar fotográficamente lo planteado diegéticamente. Como en casi todas las obras de Wehbi, la clave de lectura está en el entreacto. Entonces, en el intermedio musical, el estribillo de un rap desopilante que matiza la discursividad trágica va a aportar la cifra del espectáculo. Ya en el final, el texto de Stig Dagerman “Matar a un niño” es el cierre conmovedor que resignifica todo lo visto y oído. Tiestes y Atreo vino a seguir consolidando el estilo de su director, que a esta altura no es sólo una estética sino una política, sobre todo del teatro.
Tiestes y Atreo, de Emilio García Wehbi, a partir de la tragedia Tiestes de Séneca, dirección de Emilio García Wehbi, Teatro Nacional Cervantes, Buenos Aires.
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