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Por qué escribir

Philip Roth

OTRAS LITERATURAS

Atados a exigencias que tienen menos que ver con objetivos estrictamente literarios que con propósitos mercantiles, los grandes conglomerados editoriales suelen reunir los restos dispersos de la obra de un autor, aunque eso vaya en detrimento de su potencia creadora. En el mejor de los casos, la tentativa completa y ordena un corpus prolífico y otrora diseminado. La publicación de Por qué escribir de Philip Roth responde en mayor medida a la primera de las causas que a la última.

Dividido en tres partes (“Lecturas de mí mismo”, “El oficio” y “Aclaraciones”), el libro abre con un escrito anfibio, mitad ensayo, mitad construcción distópica, en el que Kafka no sólo no ha muerto a causa de la tuberculosis, sino que ha logrado sortear la Segunda Guerra Mundial y arribado a Estados Unidos, se ha convertido en el profesor de hebreo de un joven Roth e incluso ha entablado un breve aunque accidentado romance con su tía. En este modelo de realidad alternativa, Roth hace lo que mejor sabe hacer: subvertir los valores de su mundo cercano para ponerlos a contraluz, con vistas a una solución productiva. Más adelante, en ese mismo apartado, la escritura cae en ciertas redundancias en torno a los problemas que tuvo el autor de El mal de Portnoy con la comunidad judía. En cuanto a la forma de la escritura y a la construcción de sus personajes, encontramos a un Roth que afirma, para The Paris Review, que “la fluidez puede ser la señal para que me detenga, mientras que estar en la oscuridad entre una frase y la otra es lo que me convence para seguir adelante”.

En el segundo apartado —quizá el mejor del libro—, Roth lee, visita y discute a sus contemporáneos; por estas páginas desfilan Ivan Klíma, Primo Levi (con quien se encuentra en Turín, donde Roth se identifica y se funde con la fábrica del autor de Trilogía de Auschwitz, haciendo suyos “el ruido, el olor, el mosaico de cañerías y cubas”); se escribe cartas con Mary McCarthy (desdoblando al célebre Nathan Zuckerman de su persona); y lleva a cabo un examen exhaustivo de la obra de Saul Bellow (exponiendo la manera en la cual la ciudad de Chicago reconfigura la idea de sí que tiene el autor de Herzog). Roth parece sentirse más cómodo cuando analiza la obra de otros que cuando tiene que hacer un ejercicio de revisionismo personal.

El apartado final está compuesto por piezas de su última etapa (seis de ellas jamás compiladas en el pasado) y de las cuales se podría reforzar lo que se mencionó en un principio: para conocer a un autor no es necesario ahondar en absolutamente todo lo que ha escrito. Un discurso leído en su octogésimo cumpleaños; una descarga contra Wikipedia por las falencias documentales en torno a La mancha humana, Nathan Zuckerman y Operación Shylock, entre otros libros; la posibilidad real de que Lindbergh fuese presidente de los Estados Unidos en 1940 como disparador de La conjura contra América y demás artículos cierran el libro. Al concluirlo, uno queda con la sensación de haber asistido a una sobreexposición de un autor que en verdad no necesita justificar su obra.

Por qué escribir puede llegar a satisfacer ciertas demandas (¿bibliográficas?) de un estudioso de Roth, pero su poder de acción jamás cruza esa frontera. Cabe destacar que la traducción, tripartita en este caso, no perjudica el tono sobrio y consistente del libro; uno que tal vez indique que lo mejor de Philip Roth hay que ir a buscarlo a sus ficciones.

 

Philip Roth, Por qué escribir. Ensayos, entrevistas y discursos (1960-2013), traducción de Ramón Buenaventura, Jordi Fibla y Miguel Temprano García, Literatura Random House, 2018, 576 págs.

2 May, 2019
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