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Habitaciones

Emma Barrandéguy

LITERATURA ARGENTINA

En su largo itinerario como uno de los secretos mejor guardados de la literatura nacional, a Habitaciones se le han colgado medallas de los más variados colores. Fue en su hora —y sigue siéndolo, hoy más que nunca, al reaparecer en un escenario favorable a su predicamento, vigorizada por esta nueva reedición y a casi setenta años de haber sido creada— una novela ardorosamente feminista, el desgarro confesional de una sexualidad a medio desencadenarse, un modelo a escala de la batalla que todavía se libra entre centro y periferia en el campo cultural argentino, una autoficción precoz y un documento impresionista de la Buenos Aires que se devoraron los tumultos de mediados del siglo XX.

Sin embargo, si nos guiamos por sus mejores momentos, puede argumentarse que Habitaciones es lo mencionado y más, un libro con la ambición de decirlo todo a partir de una subjetividad abierta. Aunque a veces los convenios narrativos le aminoran el pulso —entre ellos, muy especialmente, la promesa de una revelación que termina dilapidándose en un final más estridente que fecundo—, no se puede negar que sus páginas, en particular las del nudo, donde la palabra de Barrandéguy fulgura sola, sin escudarse en enredos de novela menor, están electrizadas por una amplitud de encuadre que ya nos hemos resignado a considerar como “de época”.

En el corazón de Habitaciones hay una deriva entre personas y personalidades. La narradora se erige a sí misma a través de lo que da y recibe de los personajes que la rodean: es por turnos maestra, sucedánea de madre, amor imposible, proveedora, pareja enigmática y contraparte intelectual. El comercio con su plantilla de intereses románticos —José, Angélica, el marido americano, Florencia y Alfredo, receptor del descargo entre culposo e irónico que carga la anécdota y que cada tanto es interrumpido por alguna voz exterior o postergado, en olvidos siempre felices, por capítulos donde lo que se relata es poco y lo que se siente es mucho— le otorga papeles y distracciones que le permiten huir del misterio que anida en su propio adentro.

De la identidad se trata, de una identidad que incluye la sexual sin limitarse a ella, que no parpadea ante los sinsabores del diagnóstico, pero a la que forzosamente va a faltarle tiempo para aspirar a conclusiones definitivas, como si la narradora se dijera: no sé quién fui, no sé quién soy, anduve viviendo. Lo que perdura es la atmósfera de la experiencia. Barrandéguy protege sus recuerdos con las paredes que alza su prosa. Cada persona amada y perdida es una habitación que se anexa a las demás. Y muchas habitaciones forman la casa de una vida entera.

 

Emma Barrandéguy, Habitaciones, La Parte Maldita, 2020, 230 págs.

15 Oct, 2020
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