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¿De qué se alimenta una inteligencia artificial? En primer lugar, y más que nada, de electricidad y mucho trabajo humano. Una vez garantizado el recurso material, puede engullir otro tipo de comida. Martín Bollati hace ingresar en las entrañas digitales de Stable Diffusion cientos de imágenes de estatuillas y esculturas de civilizaciones antiguas. La IA reconoce y procesa estas formas expresivas históricas de modos inesperados (y, en algún punto, incomprensibles) para cualquier usuario humano. Bollati le pide, entonces, que arroje resultados, cruzando los inputs de a pares. La IA responde con nuevas piezas que reflejan tanto la estética antigua como su propia ¿interpretación? de la representación del espacio, de la morfología antropocéntrica y, en definitiva —en términos humanos— de la belleza. Martín Bollati abrió un puente entre el pasado y el futuro.
Esta fusión de datos históricos con tecnología ultramoderna redunda en creaciones extravagantes que pueden desafiar nuestra percepción del arte y la autoría. Las 999 piezas seleccionadas componen una “mezcla narcótica”, como la llama Lara Marmor en su texto de sala, donde también se pregunta por un futuro en el que las máquinas cuiden del legado humano, reapropiándoselo bajo sus parámetros y condiciones de existencia. Si bien en el nivel técnico son imágenes que podrían revelar patrones y estilos recurrentes a través de las civilizaciones, no dejan de presentar combinaciones nunca antes vistas y formas tan familiares y agradables para mirar como aterradoras y siniestras.
La comparación entre el arte producido por humanos y el mediado por IA es un tema que se ha debatido tanto en tan poco tiempo, que ha logrado ser aburrido antes de desarrollarse profundamente. Si el arte humano llevaba consigo una carga intencional, una tonalidad emocional, un valor simbólico o un sesgo subjetivo, las imágenes generadas por IAs pueden imitar todos los estilos y técnicas del pasado, a través de algoritmos y aprendizajes automatizados que están muy lejos de la afectividad en el polo creador, más allá de que puedan activar (incluso más y mejor que sus contrapartes de carbono) el polo contemplativo. Además, aunque carece de la experiencia singular del individuo humano, la IA puede producir obras a una velocidad y en una cantidad que supera cualquier expectativa.
Al entrar en la sala principal de adm, observamos una pantalla de espaldas y la vista del ventanal a la (alguna vez) elegantísima Avenida de Mayo. Al dar la vuelta, nos encontramos con una veloz pasada de la gran colección de íconos digitales que, para una mirada distraída, podrían ser perfectamente fotos de pequeñas piezas de cualquier museo antropológico o de historia etnográfica de Europa, África o incluso Asia (el “patrimonio de la humanidad oficial delimitado por la UNESCO”, como declara Bollati). También podrían ser (porque, en algún sentido, lo son) réplicas de las páginas de los panfletos de la colección UNESCO-Hermes Bolsilibros de arte, que resumían en veintiocho imágenes la educación popular acerca de los íconos rusos o la pintura egipcia, entre tantas otras. El proyecto de la UNESCO surgió en la década de 1960, cuando aún el diseño y la divulgación estaban empapados de una voluntad democratizante. Sesenta años más tarde, Hermes toca nuevamente nuestra puerta para mostrarnos cómo ese imaginario puede hoy ser reprocesado desde nuevas externalizaciones.
Parece claro que estas tecnologías están redefiniendo lo que consideramos como “obras de arte”. En última instancia, las piezas realizadas con dispositivos de IA nos desafían a reconsiderar las nociones de creatividad y originalidad. Pero mientras haya bípedos implumes sensibles al comercio identitario, y mientras el dios Mercurio, en su paso veloz, siga comunicando cosas que estaban separadas para las conciencias, el arte también seguirá siendo un tipo de experiencia que abre el espacio de la confusión, la indistinción y la desfiguración más allá de los actores involucrados y la configuración material de sus soportes.
Martín Bollati, Patrimonio, curaduría de Valeria Pecoraro, ADM, Buenos Aires, 9 de abril – 30 de abril de 2024.
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