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En la era de la reproductibilidad técnica, una obra de arte puede caber en una maleta (famosos son los boîte-en-valise duchampianos) o en una ciudad entera (pienso en las megaintervenciones urbanas de Alberto Greco). Si uno se para en las intersecciones de las calles Mendoza y Maipú de la ciudad de Rosario y levanta la vista en dirección al este, puede observar en la medianera de un edificio el cuadro Con los amigos pintores (1930), de Augusto Schiavoni. Lo que hasta ese momento, y sin sobresaltos, podía percibirse como la distribución lógica del trazado urbano deviene museo a cielo abierto. El pasaje de obra de museo a “fresco” de medianera corre el foco de observación y permite al espectador percibir el “convite” desde otro ángulo, es decir, como si el cuadro ahora fuese una ventana gigante que nos invita a dialogar con la escena. Esa atmósfera de diálogo constante se transmite en el libro Augusto Schiavoni: artista visionario argentino.
El compendio, realizado por Maximiliano Masuelli, tiene como objetivo reunir todo lo que se había escrito sobre Schiavoni y su arte y permanecía disperso hasta nuestros días. Catálogos, revisiones biográficas y técnicas e incluso poemas se imbrican para otorgar una dimensión más a su legado y reforzar la figura del pintor.
“Augusto Schiavoni no es raro, es encendido. / Schiavoni tiene algo de mariposa lunar”, recita en unos versos Xil Buffone, y es en esa combinación imposible (una mariposa lunar) donde está la clave del arte de Schiavoni: en su trazo se perciben figuras humanas u objetos, pero revestidos de un aura extraña, encendida. Como bien dice Sabina Florio en su tesis doctoral, la obra figurativa de Schiavoni es reconocible porque en su materialización convive lo autobiográfico con cierto tipo de ficción sobre la figura del artista. Juan Grela G., por su parte, analiza minuciosa y técnicamente dieciséis obras del rosarino, pero nunca menciona que la preocupación que se refleja en los rostros retratados recuerda las representaciones de Bellini, o que los temas a los que siempre vuelve (mujeres o niñas de sociedad, artistas e intelectuales, naturalezas muertas) reflejan el campo afectivo y social de quien retrata: rostros con miradas melancólicas, muecas que delatan cierta percepción de lo ominoso y una paleta bañada por una luz pálida hacen de sus cuadros una razón de estilo.
Emilio Pettoruti lo llama “misterioso obrero del arte” o “artista visionario argentino”; Gustavo Cochet remarca su “intuición plástica” y Juan Zocchi recuerda su ars poética de corte “retórica”, pero es Nancy Rojas quien da en la diana cuando afirma que Schiavoni es “el outsider del siglo de las vanguardias”. Y es que el arte de este pintor contemporáneo —raro, como afirmó Pagano— no se parece en nada al de sus coetáneos, aunque abriga la enrarecida atmósfera de su época, una en la que lo espiritual o ‘espectral’ (en el sentido metafísico que María Gainza le da en El nervio óptico) se escapa de la representación figurativa para dialogar con nosotros; algo que se podría reconocer como un resto hauntológico del arte argentino.
Maximiliano Masuelli (comp.), Augusto Schiavoni: artista visionario argentino. Colección de textos críticos poéticos y biográficos, Ivan Rosado, 2018, 96 págs.
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