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Antonio di Benedetto dedica Zama (1956) a las víctimas de la espera. A través de sus páginas, teje un entramado en el que las palabras dan forma a un tiempo único en la literatura, un tiempo al que cobijan y que corresponde a la subjetividad de un burócrata alejado de todo centro. Hay algo de esa angustia existencial en Color municipal, la muestra de Florencia Caiazza en Hilo. Ella se construye a sí misma como un personaje atento, a la espera de revelaciones que, en verdad, induce con su actitud de trabajo. La curadora, Jimena Ferreiro, acompaña con un texto preciso en el que narra parte de la travesía de Caiazza durante este proyecto. Ganadora del premio Kenneth Kemble del Municipio de San Isidro con la propuesta de ocupar un espacio gubernamental, a Caiazza le abren las puertas de la Casa de la Cultura de Boulogne, aprende a transitar sus pasillos-escuela-hospital, decide trabajar diariamente allí de 9 a 13, se deja impregnar por la arquitectura silenciosa y recontraconocida de azulejos y colores pasteles, opta por tejer como modo de habitar esa institución en la que le exigen que guarde todo en un armario al finalizar cada jornada. Ferreiro cierra el texto hilvanando el tiempo del tejido, “entre el letargo y la inmediatez”, con la vibración particular del color municipal.
En los seis textiles de idénticas proporciones, esos verdes pálidos, amarillos infectos y lilas mortecinos suscitan una multiplicidad fértil de asociaciones. Enmarcados en cuadrados de pintura verde sobre la pared, en algunas superposiciones promiscuas de forma y color sintetizan las experimentaciones de Josef Albers, mientras que las perdidas líneas curvas de Caiazza invocan tímidamente las de la maestra Anni Albers. Los textiles, tensados hasta quebrar los ángulos rectos, se visten también de trapo doméstico a la distancia, y me transportan a la imagen hogareña de mi padre secando sus pañuelos recién lavados mediante la técnica de estirarlos contra los azulejos beige de la cocina. Un gusto por la manualidad a escala íntima porta el legado siempre vivo de la tradición del Centro Cultural Rojas. De cerca, la dificultad de seguir el patrón de los hilos —irrumpen los desvíos abruptos— produce una percepción del tejido como si presentara manchas, aunque la artista no realizó teñido alguno. Proyecto oleajes, cartografías y, en la gama seleccionada y en la indefectible articulación en dos direcciones de los hilos, me aparecen texturas olvidadas de videojuegos de MS-DOS producto de una infancia en los noventa. Son formas inferiores del tiempo, de hacerlo pasar, las que se dan cita en esta obra en la que la artista intenta pintar con hilos la huella de su recorrido por la Casa de la Cultura.
Para quien sigue su trabajo, se reconoce en ese gesto el impulso característico de Caiazza de pedirle peras al olmo. Los materiales son continuamente empujados por ella al abismo de sus posibilidades con una simpleza radical de herencia povera. Le demanda al papel, por ejemplo, que actúe de encofrado para el cemento o que constituya una arquitectura estable en la cual actúe de soporte de sí mismo. Ahora empuña las agujas con el objetivo de tejer unos modestos paños monstruosos y retratar, a través de ellos, su premiado tránsito por la casa municipal. Si el formato cuadrangular tiene una vida contemporánea ubicua gracias a Instagram, que se asocia fácilmente a sus escenas instantáneas y exhibicionistas de éxito, los retratos textiles de Caiazza presentan, a contratiempo, la monotonía de su propuesta ganadora sin caer en un nihilismo millennial. Sus seis piezas conforman un imaginario sugerente y menor, carente de grandilocuencia. Cuando le comento a Caiazza que la exhibición se me figura como un anticipo auspicioso, me pregunta por qué. Le respondo que sus tejidos de tiempo me convierten en víctima de la espera por más entregas de su narrativa sutil pero punzante.
Florencia Caiazza, Color municipal, Hilo galería, 27 de julio – 27 de septiembre de 2019.
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