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Ad Astra comienza con una reprimenda paterna en forma de tormenta cósmica, y esa secuencia extraordinaria, de una potencia cinematográfica inusual, nos avisa que el oscuro universo de relaciones padre-hijo sobre el que se afianza casi toda la filmografía de James Gray ha cambiado de escenario. De los sombríos interiores de Brooklyn en Un cuestión de sangre (1995) a la lejanía de un espacio estrellado e inabarcable; de las lluviosas calles de Nueva York en Los dueños de la noche (2007) a un infinito de planetas inexplorados, la tristeza define esa constante autoral, y esta no es la excepción. El astronauta Roy (Brad Pitt) acepta encabezar la expedición espacial que pretende hallar a su padre mucho tiempo después de su misteriosa desaparición en los confines del sistema solar, pero lo que en realidad pretende es restaurar su fe en un vínculo dado por la sangre y desgarrado por esa distancia celestial. El viaje a las estrellas refleja otro tipo de alejamiento dado de otra manera y en otro lugar, mucho tiempo atrás, porque padres e hijos siempre estuvieron separados en el cine de Gray, pero ahora, tratándose de una familia de astronautas, esa brecha es la del espacio sideral y todo se vuelve mucho más oscuro, irresoluble, angustiante. El miedo infantil de Roy, imposible de situar en la inmensidad del espacio profundo, es la cifra de lo que pudo o puede hacer ahora, ya transformado en adulto, con ese revoltijo de afectos heredado muy a su pesar y que la película trata con las variables de la space-opera. Coloreada de manera sombría, ahogada en una quietud de mausoleo a cielo negro y abierto y salpicado de estrellas, la odisea espacial de Roy es una proeza genealógica, un intento desesperado por situarse dentro del orden total de la naturaleza aun a costa de la conciencia de las fechas y los parentescos. Del Kubrick de 2001 (1968) al Tarkovsky de Solaris (1972), pasando, incluso, por el Soderbergh que se atrevió a releer la novela de Stanislav Lem (y obtuvo, casi con culpa, una versión mejor que la del creador de La infancia de Iván), James Gray interviene la tradición del último género cinematográfico que le restaba abordar (difícil que algún día lo veamos filmar una comedia, pero nunca se sabe) y lo hace con esa confianza en sus herramientas y oficios que le permite liberarse del tiempo y la causalidad cuando lo juzga necesario, filmar astronautas y naves espaciales como si fueran juguetes de la infancia perdida de su protagonista, y registrar una voz en off como la delicada muerte de una nota musical en la profundidad de la galaxia.
Ad astra (Estados Unidos, 2019), guión de James Gray y Ethan Cross, dirección de James Gray, 124 minutos.
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