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Giordano Bruno escribió en De magia: “en la base de la escalera están la materia, las tinieblas, pura potencia pasiva que puede convertir todas las cosas desde abajo”. Allí mismo, menciona que las imágenes, principio operativo de la magia, son un “modelaje adecuado de una muestra de materia” destinado al maleficio o a la curación. Podríamos preguntarnos: ¿en qué medida la construcción de signos oscila hacia uno de estos dos términos? En El demonio de la analogía, exposición curada por Alfredo Aracil con obra de Nicolás Gullotta y Ailín Grad en la Fundación Andreani, se nos presenta un desafío a la imaginación planteado como un problema de escala al medir esa oscilación entre maleficio y curación: ¿cómo podemos pensar las agencias que se encuentran entre lo no humano y lo humano como potencias transformadoras del mundo si ni siquiera las podemos figurar, mucho menos representar?
Así, la exposición nos presenta un minimalismo torcido, porque en su interior hay algo que es macroscópico, inabarcable: un rectángulo de papel verdoso sobre una pequeña tarima blanca. Se trata de una acumulación de microplásticos pigmentados en la forma de una alfombra. Estas partículas tóxicas están por todas partes, son producto de la industria pero también totalmente ajenas a lo humano, están en nuestro interior y en todo el planeta. Por eso el demonio: el de los mil nombres y los mil rostros. Solamente podemos acceder a ellas a través de sus análogos, por comparación con otra cosa, por color, por forma. De allí que el arte sea la única opción para darles un cuerpo concreto dentro de categorías más o menos comprensibles; de allí que sea uno de los modos más mágicos de conocer el mundo, porque nos permite, a través del modelado de la materia, convertir todas las cosas desde abajo, desde los umbrales microscópicos. En el ensayo que acompaña la exposición, escriben Hernán Borisonik y Alfredo Aracil: “tanto las imágenes como el plástico son elementos sutiles que se propagan por el aire, así como los virus”.
La alfombra de plásticos de Gullotta es acompañada por una pieza sonora de Grad: acusmática, sonidos analógicos sintetizados de manera tal que la fuente se distorsione y que su origen nos parezca extraño. Quizás allí sea posible encontrar el pasaje que se abre entre lo material y lo inmaterial, como lo hace el pensamiento, una serie de impulsos químicos eléctricos que no se pueden ver.
Pero hablemos de escalas. El demonio, lógica de disyunción o separación, diábolo. Esto se parece a esto, pero no lo es. Del otro lado, el Dios que se encuentra en el detalle, lógica de la conjunción o unión, símbolo. El problema de la analogía es que tiende siempre a buscar lo que se parece a sí misma. A su imagen y semejanza. Lo que culmina en el antropomorfismo, en imágenes que podemos comprender y que podemos aceptar justamente porque encajan en las categorías que nos hicimos. Las del arte, en este caso. Pero ¿eso es realmente un problema? La tensión se encuentra en los abordajes filosóficos de los llamados nuevos materialismos sobre el arte cuando se realiza el cambio de escala. Estos derivan hacia la abstracción casi absoluta, a la búsqueda de lo más alejado de nuestra humanidad; se preguntan, como Borisonik y Aracil, cómo evitar la negación humana ante las materias anónimas que construyen el mundo. El arte, por su parte, nos sigue recordando que, incluso en lo más mínimo, yendo hasta lo más microscópico, seguimos siendo demasiado humanxs; todavía en lo más nimio encontramos el terror de nuestro final existencial, ese horror que mencionan los autores al hablar del impacto que hemos tenido sobre una Tierra que ahora viene a vengarse.
El fantasma que acecha a los nuevos movimientos filosóficos que posan su ojo sobre las artes es, acá también, el del solipsismo, en este caso intelectual. Borisonik y Aracil escriben que la muestra es un pretexto para su ensayo. Y así corre el riesgo de ser leída: un mero ejercicio mental ilustrado a color. Nuevamente, el pensamiento por sobre la materia, otro demonio de mil nombres y mil rostros.
Nicolás Gullotta y Ailín Grad, El demonio de la analogía, ciclo Desafíos III, curaduría de Alfredo Aracil, Fundación Andreani, Buenos Aires, 8 de julio – 21 de octubre.
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