Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Un silencio largo y, tras las últimas despedidas, bajo las escaleras que conducen de la galería Mite a la avenida Santa Fe. Todavía lo ignoro, pero Marisa Rubio y su La Mujer de Negocios que se Lamentaba de No Vivir en el Campo van a tenerme varios días con una expresión bien odiosa dentro de la cabeza. La “zona de confort”: pocas cosas me resulten tan nefastas como esa fórmula de reciente y neoliberal elaboración. Creo entender lo que significa y, sin embargo, algo muere en mí cada vez que la escucho, cuando esa marca de clase cool se desliza en la conversación, avanzadilla de un modo de hablar lleno de frases hechas y comillas imaginarias, que parasita los poderes del lenguaje hasta la mismísima afasia.
Pero ¿qué es la zona de confort? ¿Y por qué la sala de espera que Marisa Rubio ha montado en Mite me hizo pensar en eso? Sobre la muestra, su clima y decoración te transportan, con todo lujo de detalles, a la consulta de algún tipo de terapia entre esotérica y new age. En el perímetro, sillas y mesas de madera oscuro-depresiva, como del living de tus abuelos, varias esculturas kitsch y una alfombra muy linda. Presidiendo, un escritorio con una agenda abierta y un bolígrafo. Costumbrismo y ornamento, la tumba de la clase media. En las paredes, por supuesto, no faltan las reproducciones de obras maestras de la historia del arte que, sin fantasía alguna, la artista ha perpetrado con la mano izquierda y en menos de siete horas. O eso escuché en la inauguración. Hay, también, un vídeo con secuencias de estética tutorial que, de manera perversa, mezclan recetas de cocinas con diversos pasajes grotescos. Quisiera, de hecho, borrar de mi mente a ese hombre en musculosa, con la playa detrás y un saxo tenor entre las piernas. Para colmo, suena una de esas siniestras melodías de sala de espera. Muzak o Music for Businesses: música de fondo y sin personalidad que, a partir de los ochenta, ha sido utilizada para colonizar el alma de los consumidores o, según sus cínicos creadores, para amenizar las vidas que discurren entre shoppings y barrios privados.
Pero ¿qué tiene que ver la muestra con la zona de confort? Desde su mismo título, puede percibirse un algo ácido y triste que remite a las desventuras del artista-empresario-de-sí-mismo. Un ser humano deprimido pero eufórico, que ha dejado de reclamar un salario a cambio de su hacer. La persona creativa y resignada, que fracasa más y mejor, dando por bueno que su trabajo no es trabajo y que su subjetividad afectada nada tiene en común con el precario que trabaja, por ejemplo, en un call center. En uno de sus cuentos, Osvaldo Lamborghini retrata a los artistas como “los únicos que no teniendo que mendigar, de todos modos, mendigan”. Frase tan incómoda como lo es, supuestamente, salir de la zona de confort, sobre todo a la luz de otra que puede leerse líneas antes en el mismo cuento: “los que no tienen que trabajar igual trabajan”.
Porque si no está fuera de lugar pensar que, en el análisis, el analizado pudiese recibir dinero por su tiempo y sus verdades, no es descabellado pensar que los artistas recibiesen un dinero por el rol que desempeñan en las inauguraciones, a la vez protagonistas y extras con frase, animadores socioculturales de eventos vacíos de otro público que no sean ellos mismos. Sería cuestión, por lo tanto, de recibir unos pesos a cambio de su alegría y su elocuencia, de las sonrisas y los abrazos que se mezclan con comentarios sobre la simbiosis de los hongos o citas literales de grandes novelas americanas, en inglés. Esta renta básica para artistas pagaría la voluntad a prueba de bombas, las horas en la sala de espera, confiando en la pronta y mesiánica llegada del éxito en forma de una nueva muestra o de ese contacto que te hará reconocido y respetado por tus pares.
“Es una manera diferente de estar en una inauguración. Interaccionas de otro modo con la misma gente”, dice uno de los artistas presentes. Mientras aguardan que algo pase, todos coinciden en señalar el carácter performativo de la obra, es decir, la puesta en acto de otra realidad que es sospechosamente idéntica a la habitual. Alegres de verse una vez más, celebran cómo el decorado solipsista y transparente que ha diseñado María Rubio, donde la ficción es la verdad, abre un campo por fuera del arte, al transformar el espacio de la galería en el mundo y hacer posible comportamientos más libres, menos reglados. Por arte de magia, se olvidan del arte y exotizan la sala de espera. Esforzados y pacientes, los artistas y las artistas les buscan ventajas a esos aeropuertos del malestar. Afuera de la galería, aunque muy adentro de la zona de confort, se arma una conversación. Charlamos sobre lo lindo que sería viajar a la naturaleza. Planeamos alquilar una camioneta el próximo enero y lanzarnos a conocer Paraguay.
Marisa Rubio, La Mujer de Negocios que se Lamentaba de No Vivir en el Campo, Mite, Buenos Aires, 8 de noviembre – 14 de febrero de 2020.
En toda la obra del artista español Marcelo Expósito (Puertollano, 1966) se entrelazan el arte y el activismo, y un constante interés por construir, de manera complementaria...
La historia de la pintura del último siglo se podría escribir como la historia de sus modos de lidiar con la expectativa de permanencia. Trastocar la voluntad...
Al entrar en la sala, nos recibe una placa con un dato histórico sobre el espacio: antes de ser un centro cultural municipal, fue el...
Send this to friend