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Federico Roldán Vukonich es un artista sensible al encanto del eucalipto. La malla cubierta con cientos de hojas de este árbol que tendió en altura, apenas debajo del techo de la galería Casa Proyecto, produce que el aroma intenso del eucalipto se cuele a través del pasillo. Memoria involuntaria activada. Se ingresa erizado en eras geológicas de imágenes que circulan en un carrusel.
Si algo intenta esta escena de la muestra Perspectiva de cura, es horadar la tierra debajo de los pies para acercar el recuerdo de lejanos mundos que reclaman pertenencia o supervivencia. De ahí el extraño aire familiar que respira el living de esculturas que compuso Vukonich. Sobre las paredes cuelgan cruces griegas hechas de cartón, aunque su aspecto herrumbroso engañe. Enfrentadas a estas, o dispuestas a su alrededor como bancos de plaza, pequeños dólmenes confeccionados con pulpa de papel simulan superficies pétreas. Cruz y dolmen: las dos formas supieron ser globales, icónicas. A lo largo y ancho de las culturas más variadas se encuentran estos desarrollos silvestres. Constituyen una suerte de geometría humana preconfigurada, de fábrica. La íntima proximidad de ambos elementos induce un vértigo antropológico que se salva sólo en un espacio despojado y armonioso.
Vukonich crea remolinos en la historia natural de las cosas, manipulando sus materiales con genio, acelerando procesos químicos y geológicos. Las cruces de cartón, oxidadas con ácido, parecen artefactos recuperados en una excavación; las piedras se empastan y se moldean al cabo de un instante, si se compara con la demorada duración milenaria de las formaciones que inspiran. Aunque al sentarse sobre ellos los bancos de piedra suenen huecos, la ilusión se mantiene firme. Los espíritus afiliados a estos símbolos ya fueron conjurados.
En el montaje de esta muestra, por incongruentes que sean sus fuentes, todo encaja. Y si no encaja, se incrusta. Las esculturas vaciadas de su forma de cruz hacen de pequeñas repisas o altares vernáculos en negativo. Sobre los brazos de las figuras ahuecadas hay cáscaras de pomelo y latas. Leves descansos de la vida cotidiana. Sobre su exterior rugoso se enquistan piedritas o clavos de resina fosforescente. A modo de provocación, hay una cruz dentro de otra cruz, sostenida en su lugar por taquitos de monedas. Una operación idéntica quita a los dólmenes de su pasado intacto: en su interior conservan una lata con agua, como un cacharrito que junta lluvia al costado de la ruta.
Encima de una genealogía va otra; encima de un material va otro. El procedimiento de Vukonich es barroco, mas no previsible. Acumular, sí, pero construyendo un templo de prolija tensión. La descarga está contenida en la sala contigua. En la pared del fondo cuelga una chapa lisa de contorno elíptico, con perforaciones de bala. La obra, “Ciego”, insiste en el desprestigio de la mirada y abre una paradoja dentro de la muestra: ¿qué perspectiva puede ofrecer un ojo pinchado, no ya con uno, sino con decenas de puntos de fuga?
De regreso al eucalipto, eu-kalyptos: lo “bien escondido”, lo invisible son aquellos profundos procesos subterráneos que la desmemoria y el trajinar de los siglos han convertido en materia de secreto. Urge la arqueología. Todo es un sobrenombre: mottlecah, dwutta, wandoo, moich, jarrah, entre otros. Así llamaron los primeros pobladores del territorio hoy conocido como Australia al árbol que, a la par de ellos, toleró el maltrato del clima. Infusionaron sus hojas, mascaron su resina, inhalaron el humo de sus vainas, untaron sus aceites, se recostaron a soñar bajo su sombra. Luego, Occidente puso al eucalipto de moda: crecen rápido y derecho, aun en desiertos (reales o imaginados). En 1858, Sarmiento acusó recibo oficial del primer paquete de semillas que ingresó al país. Echarían raíz en la pampa y la Mesopotamia, para suplir la demanda de madera nacional. Con los años, también se volverían uno de los principales insumos en la manufactura de cartón y papel.
Los males de nuestra época no tienen cura. Apenas hay teorías, perspectivas llenas de agujeros. No hay consuelo para la experiencia conmovedora que ofrece Vukonich en el espacio de esta muestra. El ensamblaje de restos remotos y vagamente impropios libera el tiempo en que todos los pueblos fueron paganos, en que las prácticas fueron indígenas. Para hacerse cuerpo de esta emoción, alcanza con permanecer entre las esculturas un momento, hasta que el último rastro del eucalipto sea imperceptible.
Federico Roldán Vukonich, Perspectiva de cura, Galería Casa Proyecto, Buenos Aires, 19 de julio – 13 de septiembre de 2025.
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