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ARTE

Reflujo, la instalación que presenta Eduardo Basualdo en la gran sala-galpón del ex predio de la ESMA, pone en escena, ya desde el título, una serie de interrogantes sobre la pesada carga del pasado. En una primera mirada sesgada, la obra escenifica un relato imaginario de suspensión temporal y fantasías de escape, de la vida en cautiverio y la despersonalización de las que pudo haber sido víctima un detenido durante los “años de plomo”. Sobre el suelo, se distribuyen aleatoriamente doscientos relojes de pared, todos idénticos en su factura anónima; sin los números correspondientes a las horas y los minutos, las manecillas parecen girar erráticamente, apuntando en todas las direcciones, como un campo minado de brújulas desconcertadas en un espacio-tiempo alterado e inconmensurable. Devorada por la inmensidad de la sala, una solitaria cuerda negra pende en el aire, a la manera de una serpiente hipnotizada por una melodía silenciosa, sólo interrumpiendo su verticalidad en un gran nudo, una oscura nube enmarañada que recupera su tensión hasta alcanzar el distante techo del hangar.

En la multiplicación del módulo, en la estandarización industrial de sus materiales prefabricados, en sus superficies pulidas y en la mínima manipulación manual, la obra replica con obstinación algunos de los yeites de ese subgénero del arte instalacionista donde el artilugio de la serialización fabril y la repetición de un objeto hasta el mareo constituyen un efectista punch dramático que golpea debajo del cinturón.

Una mirada más atenta, en tanto, deshilvana la trama narrativa que enlaza la obra con su contexto (un ex centro clandestino de detención y tortura, un espacio que de por sí sugestiona emocionalmente), para inquirir sobre otra forma de enclaustramiento: la que provoca en un artista joven la herencia de las filiaciones a las que suscribe o con las que confronta.

Ante la disyuntiva que monopolizó los debates en la década de 2000, entre el grupo asociado al Centro Cultural Ricardo Rojas (la reivindicación de la subjetividad, el ornamento y la laboriosidad artesanal frente a la relamida inteligencia de los lenguajes canónicos del arte globalizado) y los reclamos de un arte que ilustrara ampulosamente los avatares sociales y políticos, la obra de Basualdo apunta a disolver ese dilema primordial del arte argentino más reciente mediante una fuga tan metafórica como literal. Así, Reflujo opera a través de la espectacularización del gesto poético y los recursos propios del conceptualismo blando (con Félix González-Torres como estandarte), proponiendo un paradójico populismo sofisticado; una obra autoconsciente, que problematiza su espacio y su medio a la vez que es digna de ser fotografiada y subida a Instagram por algún neófito desprevenido.

En este sentido, puede leerse en el título (Reflujo: el descenso de la marea, el retroceso de una tendencia) tanto una referencia al agotamiento de la batería de soluciones formales propias del neoconceptualismo como una observación sobre la retracción del modelo dicotómico que separa los modos en que una obra es leída y percibida, sugiriendo en su lugar un prototipo oblicuo, entre el entretenimiento y la erudición, la accesibilidad y el hermetismo.

 

Eduardo Basualdo, Reflujo, Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Buenos Aires, 21 de junio – 10 de agosto de 2014.

31 Jul, 2014
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