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Hace tiempo que las vanguardias históricas aparecen para la práctica artística como un repertorio de dispositivos formales que pueden ser usados con un relativo desinterés por el universo de referencia original. El vocabulario formal de las vanguardias despliega el espacio de un juego posible: un terreno en el que la invención está atada a un ejercicio combinatorio y de traducción. Para que ese juego pueda advenir como un movimiento en el que se inscribe, de manera consciente, el presente de producción, una condición necesaria consiste en que el cuerpo físico de la obra aloje también las marcas del tiempo que pasó: el que nos separa de la modernidad.
En Hacer un movimiento, la exposición más reciente de Ignacio Tamborenea, las huellas de la vanguardia remiten al impacto que tuvo el uso de naipes y papeles plegados en el espacio compositivo del collage cubista, al uso autorreferencial de la línea sombreada en el lenguaje perteneciente a la tradición constructiva y la pintura de pequeños toques en la línea postimpresionista. Pero resulta improbable que sean esos los motivos que emerjan en primer plano para los códigos de percepción del espectador actual. Constituyen un repertorio sedimentado que sirve de fondo a los procedimientos protagónicos: el uso de la galletita de agua —como pieza aislada o como una unidad de información textural— y el empleo del cartón como soporte pictórico y borde perimetral de piezas que, circunscriptas de esta manera, citan la autonomía de la obra moderna.
La visita al lenguaje de las vanguardias en la muestra de Tamborenea está mediada por el de aquellos estilos que marcan el umbral de la contemporaneidad, en particular y de forma ostensible, al arte povera. Sin embargo, contra toda expectativa, lo que opera en este caso no es la máquina genealógica que en la Argentina podría remitir de forma más o menos directa a experiencias puntuales de los años noventa y dos mil. La obra toma sitio en un desplazamiento donde el povera asume el uso de la repetición y el sistema como dispositivos de producción heredados del minimalismo. Tal vez sea en este juego de distancias y proximidades donde radique en buena medida la fuerza inventiva de la poética autoral: no sólo en el desenfado y la provocación de una imaginación referida a la técnica, sino también en la inteligencia plástica con que el uso de esa técnica administra el ámbito de la tradición. En el intervalo de los tiempos históricos que junta y vuelve a separar, la exposición de Tamborenea hace relampaguear la memoria de sus lenguajes.
Ignacio Tamborenea, Hacer un movimiento, curaduría de Javier Villa, Galería Komuna, Buenos Aires, 20 de abril – 8 de junio de 2024.
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