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Una gotita en suspensión

Jorge Pomar

ARTE

Según una leyenda popular, la historia de la violencia es en realidad la historia de la cultura. El relato del ascenso del hombre se erige sobre la invención de un artefacto letal. Desde piedras afiladas destinadas a despellejar, cortar y penetrar la carne de propios y ajenos hasta sofisticadas e impersonales pistolas de rayo láser, el origen de la evolución del héroe se funda en el refinamiento de la tecnología armamentística. Pero la simpleza de este cuento empaña el cinismo que envuelve las prácticas humanas. La naturaleza de la violencia contiene un entramado con tantos matices y sutilezas que ni el ojo humano ni el instinto ancestral son capaces de distinguir con certeza.

Allí reposa la conciencia ingenua, y en esa paradoja se sostiene inquieta Una gotita en suspensión. La exposición de Jorge Pomar articula un teatro de la violencia, aunque su puesta en escena no desnuda el barroquismo denunciante de los desastres de la guerra, sino que ensaya una trama anterior: la triangulación fantasmagórica entre el mercado financiero, la geopolítica y el poder.

A primera vista se instala una gran narrativa: diez banderas esperan en ronda, caen suspendidas del cielo mientras proclaman su elegancia oficial. Con la rebeldía de un adolescente, el artista emparcha estos trapos de primera categoría con logos y emoticones en apariencia de marcas de consumo masivo. Pero la magia publicitaria disfraza de insignia popular lo que en realidad son empresas productoras de armas a escala mundial, porque al final de cuentas el mercado es el mercado. Acompañan estos parches noventosos un grupo de emojis sonrientes. El artista explica que son los cientos de ceros de las cifras que se gastan anualmente en la compraventa de armas y servicios militares. Será que el malestar de la existencia sí puede explicarse desde la estética emoji.

Pero si atendemos más allá de los grandes relatos, si observamos la tragedia de lo minúsculo, la ingenuidad entonces adquiere una potencia mordaz. La crueldad de nuestra especie no es una práctica exclusiva de las grandes naciones: la ronda es un juego de niñxs y como tal es un juego perverso, porque detrás de su ficcional algarabía se esconde un sistema de pertenencia impenetrable. En la ronda se traman estrategias, alianzas y exclusiones, se intercambian miradas encriptadas con códigos secretos. Nadie escapa de la mirada vigilante del conjunto. Entonces, aunque nos ubiquemos dentro o fuera de la ronda de Pomar, éticxs e ingenuxs o lloronxs y minúsculxs siempre quedamos sometidxs. Contempladorxs de un cielo encantador, olvidamos que el único destino de la gotita en suspensión es la caída.

 

Jorge Pomar, Una gotita en suspensión, Pasto Galería, Buenos Aires, 13 de febrero – 28 de marzo de 2021.

 

25 Mar, 2021
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