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La ópera prima de Sarah Daggar-Nickson se estrella contra la tradición del cine de “vigilantismo” (de Taxi Driver al renovado The Equalizer, con Denzel Washington) para atravesarla como una bala perdida. Incómoda, gélida, de una precisión sorprendente en todos y cada uno de sus planos, A Vigilante abomina del placer catártico de la repartija de justicias particulares por mano propia y se acomoda con delicadeza y extremo pudor en el interior de la mente de su protagonista, una mujer traumatizada, especie de ángel vengador mezcla de la Mrs. 45 de Abel Ferrara con los desequilibrados personajes femeninos de John Cassavetes, que se dedica a defender a otras mujeres y niños víctimas de violencia doméstica. La premisa es extraña y la ejecución lo es aún más: Daggar-Nickson filma primeros planos de mujeres que exhiben y hablan de su dolor, las rodea y las contiene con un respeto abierto y antipanfletario inusual para estos tiempos de feminismo confrontativo, y resuelve las escenas de violencia (tremendas) con una sequedad y un rigor espartano, exhibiendo (literalmente) la cara radical de un empoderamiento sin matices. La toma de posición ideológica es tan extrema como libre de culpa alguna e hiela la sangre por la inusitada contundencia de la puesta en escena. Tematizar de esta manera el ánimo determinante de la época del #MeToo es una opción arriesgada, más aún cuando la construcción emocional y psicológica de la protagonista no se muestra en ningún momento permeable a la coyuntura con la que la película tiene que lidiar y, por el contrario, se carga de sentido en ella sin renunciar al propio misterio de su personaje principal. El mérito insoslayable de Daggar-Nickson radica precisamente en esa habilidad para evitar que la película se convierta en reflejo de su época, asumiendo claramente el horror pero sin señalarlo ni gritarlo. Aproximación sofocante a un cuerpo marcado de mil maneras, retrato de un espíritu roto, A Vigilante es —junto con la casi inaprehensible En realidad, nunca estuviste aquí (2017), la de ese esquizofrénico Joaquin Phoenix en la piel de otro vengador extrañísimo dirigido por otra mujer, la inefable Lynne Ramsay de El viaje de Morvern (2002)— un intento estremecedor de desalojar a las víctimas del lugar que históricamente les ha reservado el cine, construido casi exclusivamente sobre el martirizado, sufriente, bellísimo rostro de Olivia Wilde.
A Vigilante (Estados Unidos, 2018), guion y dirección de Sarah Daggar-Nickson, 91 minutos.
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