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En un depósito de Tokio, Ryōsuke —protagonista de Cloud (2024), el último film del japonés Kiyoshi Kurosawa— compra treinta cajas de instrumentos terapéuticos a un productor desesperado. Los lleva a casa, les toma fotos y los sube a su plataforma de reventa con el título “Milagroso aparato de terapia”. Vende todos el mismo día. Así, con poco esfuerzo, multiplica exponencialmente su inversión. Ryōsuke opera bajo el seudónimo de “Ratel”, vendiendo productos dudosos desde el anonimato de internet. Corte. Ryōsuke en una fábrica de ropa trabajando frente a una máquina. Lo llama su jefe y le ofrece un ascenso. Él lo rechaza y renuncia. Tiene un plan: mudarse a una casa aislada en el campo para seguir con el negocio de la reventa. Con este punto de partida, Kurosawa se pregunta: ¿qué pasa cuando alguien decide abandonar el trabajo formal para vivir de la reventa digital?
El trabajo que Ryōsuke abandona no es sólo un empleo. Rita Segato distingue dos realidades paralelas del capitalismo contemporáneo. La primera comprende todo lo visible y regulado por el Estado: trabajo formal, impuestos, protección policial y judicial. La segunda opera como estructura especular de la primera: trabajo informal, zonas grises de legalidad, economías sin registros oficiales. Entre estas dos realidades existe un espacio ambiguo donde millones operan: ni del todo legales ni del todo criminales. Inicialmente, Ryōsuke habita ambas realidades. En la primera es obrero de fábrica, con nombre propio y contrato. En la segunda es Ratel, oscuro revendedor que ofrece productos legítimos pero también fraudulentos. Su plan no es moverse del todo a la segunda economía del capitalismo, sino vivir en esa zona gris del trabajo informal digital, abandonando la protección —y el control— de la fábrica.
El castigo por esta transgresión no tarda en llegar. Cuando su ex jefe descubre su ubicación en el campo, se convierte en uno de sus perseguidores. Así revela algo fundamental: renunciar a la primera realidad no es un acto neutro sino una traición al pacto capitalista. El trabajador que rechaza un ascenso y abandona la fábrica desafía la lógica del sistema, amenaza el orden productivo. Pero el trabajo informal tampoco le ofrece un refugio seguro. Los clientes engañados por Ratel organizan su propia cacería. Kurosawa parece señalar así que no hay escape. El trabajo formal lo persigue por traición, el informal por engaño. Y en ambos, la violencia deviene la única solución posible.
Tal vez por eso el espacio donde se desarrolla la segunda parte de Cloud resulta tan significativo. Desde Serpent’s Path (1998), Kurosawa utiliza fábricas abandonadas como escenarios de tortura y venganza. Estos espacios funcionan como ruinas simbólicas del capitalismo industrial. En su cine, la fábrica donde operaba la disciplina productiva —donde los cuerpos se convertían en máquinas bajo vigilancia constante— se vuelve cámara de tortura. Los perseguidores de Ratel lo llevan ahí con el plan de torturarlo y transmitir su suplicio en tiempo real. Así, la misma estructura arquitectónica que antes disciplinaba cuerpos para producir mercancías ahora los destruye para producir contenido digital. El capital abandonó estos espacios físicos, pero su lógica persiste. Continúa extrayendo valor a partir del consumo de los cuerpos.
En una entrevista, Kurosawa declaró que Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971) funcionó como referencia para Cloud. Pero más que homenaje cinéfilo, la referencia sugiere algo estructural. En ambos filmes, hombres ordinarios —que nunca sostuvieron un arma— descubren que la violencia es el último idioma legible. Ratel tiembla la primera vez que sostiene un arma. No sabe accionar el gatillo y dispara a cualquier parte. Sin embargo, aprende rápido. Así, la última parte se convierte en una película de acción “a la americana”, según el propio Kurosawa. El tiroteo final no es una ruptura con el capitalismo sino su continuidad. El ex jefe, los clientes engañados y Ratel terminan hablando el mismo idioma: armas, sangre y muerte.
La economía digital contemporánea promete autonomía. Nos vende la ilusión del trabajador independiente, sin jefes ni horarios. Como Ratel, millones operan hoy bajo seudónimos digitales, vendiendo y revendiendo en internet. Ryōsuke/Ratel materializa esta promesa y su colapso. El trabajo formal intenta disciplinarlo como obrero-máquina. El informal lo condena como revendedor perseguido. Es curioso que Kurosawa señale que deseaba que su protagonista mantuviera, a pesar de todo, “un sentido de esperanza” que reflejara “la condición contemporánea de la gente en el Japón actual”. En una película tan oscura, ¿dónde habita esa esperanza? Tal vez sólo en el deseo de seguir adelante. Sin importar la realidad en que se encuentre, Ratel parece condenado a seguir produciendo valor bajo la lógica del capital. Inclusive si esto significa revender desde el infierno.
Cloud (Japón, 2024), guion y dirección de Kiyoshi Kurosawa, 124 minutos.
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