Cow

Cow, primer documental de Andrea Arnold, nos cuenta los últimos años de la vida de la vaca Luma en un tambo inglés. La larga sucesión rutinaria de traslados, ordeñes, alimentaciones y otras tareas de mantenimiento en su existencia a ritmo industrial se jalona apenas con los hechos más salientes de este tiempo: un parto, otro embarazo, un nuevo parto —el sexto de esta vaca—. El foco está siempre en Luma, la única vaca del tambo con el privilegio de un nombre propio, aunque el personal las trate a todas de “chicas”. Por momentos seguimos la vida de la ternera que nace en la primera secuencia de la película y entendemos así que Luma es apenas un eslabón de un ciclo interminable, corroborado por la insistencia de la cámara en mostrarnos su número, el 1129, marcado en el anca izquierda —uno de los modos en que la película dialoga con el cine del Holocausto—.

Desde que la fotografía y el video están siempre a mano y al alcance de casi todos, una de las prácticas más frontales de los grupos de defensa de los derechos de los animales ha sido distribuir imágenes de abusos y crueldades de la crianza industrial en granjas, con el objetivo de informar, impresionar, generar conciencia. Su efectividad se comprueba en la frecuencia con que la experiencia de ver estas imágenes figura en las historias de origen de muchos veganos y en las leyes mordaza que se impusieron en algunos sitios. Si bien lo que se cuenta con ellas no es ninguna novedad —a nadie se le puede escapar cuál es el primer paso en la elaboración de los múltiples productos animales de consumo cotidiano—, parece haber cierto poder en la morbosidad de mostrarnos lo que no queremos ver, o no tenemos que ver, o no quieren que veamos. No es esto exactamente lo que hace Cow, pero aun así reflexiona con mucha autoridad y sutileza sobre el acto de ver, como casi todas las grandes películas. Lo hace no sólo al construir con delicada precisión su propia perspectiva (y la del espectador) sino, sobre todo, al imaginar lo que sus sujetos, los animales, ven. Por ejemplo, en el momento en que están siendo ordeñadas en una especie de teatro circular en torno a un escenario vacío, las vacas se ven unas a otras, y no podemos más que preguntarnos si entienden lo que está pasando.

La maternidad traumática es una preocupación central del cine de Arnold. Construyendo situaciones audaces que muestran pobreza y marginalidad en el corazón del Primer Mundo e involucran violencia, abusos y hasta cierta obscenidad, lo cierto es que su cine ha evitado resolver sus conflictos con facilismos, buscando siempre el punto en que los personajes toman conciencia sobre su propia situación —el duelo en Leche (1998), su primer corto sobre el trance emocional de una mujer después de un aborto espontáneo; la responsabilidad en Avispa (corto, 2003); la independencia emocional en Perro (corto, 2001) y varios de sus celebrados largometrajes posteriores—. Es también lo que se propone en Cow, pero con una vaca: registrar una “conciencia no humana”. Arnold confía en que esta conciencia se revelará si sigue a Luma el tiempo suficiente, y así dedica cuatro años al rodaje. Después de ser separada de su cría, Luma mira a la cámara y muge con insistencia. Sabemos que llamar la atención sobre la presencia de la cámara es el modo más eficiente de apuntar al acto de enunciación en el cine, pero esta mirada vuelve a convocar la pregunta por si Luma comprende lo que la cámara, y los trabajadores del tambo, y los cineastas, y nosotros, estamos haciendo. Puestos a elegir el momento que más se acerque a la revelación de esa conciencia no humana, nos quedamos con ese.

Cow (Reino Unido, 2021), dirección de Andrea Arnold, disponible en MUBI.