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Exterminio: la evolución

Danny Boyle

CINE y TV

“Mira, hijo mío, aquí el tiempo se convierte en espacio”, le dice el caballero Gurnemanz a un joven e inocente Parsifal en el primer acto de la homónima ópera de Richard Wagner, cuyo argumento traza el arco de redención espiritual de los Caballeros del Grial por medio del aprendizaje ritualístico en que se embarca su protagonista. Se podría pensar que el cine ensaya el procedimiento inverso: transforma un espacio concreto en tiempo, y la manipulación de ese tiempo a través de decisiones de técnica y montaje se convierte en forma.

Para André Bazin, el cine tiene la capacidad de ejercer “la paradoja de modularse en el tiempo del objeto y también de captar la impresión de su duración”, en otras palabras, la imagen de las cosas es también la imagen de su duración. Obsesionado con su concepción ontológica del realismo cinematográfico, que buscaba imbuir de densidad y presencia a lo representado, Bazin sugería que el cine es más auténtico cuando se permite que la acción se desarrolle de una sola pasada, con pocos cortes y gran profundidad de campo.

Si el ejemplo paradigmático de lo deseable en términos bazinianos eran las películas de Jean Renoir (como La regla del juego o La gran ilusión) y si podíamos encontrar su antítesis en el montaje de películas como La pandilla salvaje (Sam Peckinpah, 1969), que en su modernidad agresiva incluso se atrevía a congelar o repetir fotogramas, la flamante Exterminio: la evolución lleva esta manipulación al extremo al valerse de ciertas triquiñuelas técnicas para darle una espacialidad múltiple a un instante determinado —justificadas por el ethos pretendidamente rupturista de la saga— y ser quien le dice al espectador: “aquí es donde el tiempo se convierte en espacio”. La pregunta, tal vez, sería en pos de qué.

En esta oportunidad, el argumento nos transporta a una sociedad asentada en una pequeña isla mareal frente a la costa de Gran Bretaña, que lleva casi tres décadas conviviendo con las secuelas del virus de la ira, en cuarentena indefinida, mientras la Europa continental se encuentra completamente desinfectada. Dentro de esta nueva normalidad, Jamie (Aaron Taylor-Johnson) decide llevar a su hijo Spike (Alfie Williams) al territorio en una misión iniciática: aprender a usar el arco y darle muerte a su primer infectado. A todo esto, su madre Isla (Jodie Comer) sufre de una extraña enfermedad imposible de diagnosticar dadas las precarias condiciones de la comunidad.

Para disgusto de Jamie, el viaje tiene un efecto secundario no deseado: su hijo vislumbra una fogata lejana que pertenece a un misterioso médico y, tras un accionar de su padre que interpreta como traición al núcleo familiar, no tiene mejor idea que llevar a su madre enferma hasta allí, valiéndose más de la esperanza que del ingenio o la fuerza. Al igual que en Parsifal, la salvación (o la redención) parece exigir la aceptación del sufrimiento y de la muerte. 

Como era de esperarse, Exterminio: la evolución sostiene el leitmotiv visual de la saga que consiste en la utilización de tecnologías accesibles de su tiempo con el fin de suscitar cierta urgencia cruda y cercana, pero el problema es que en este caso el resultado es el opuesto. Danny Boyle intenta recuperar el efecto que había logrado con el registro en mini DV que en Exterminio (2002) dialogaba explícitamente con la estética televisiva y los códigos visuales propios de realities o noticieros, y que se había disuelto en su secuela Exterminio 2 (Juan Carlos Fresnadillo, 2007) por esa inocua y forzada mixtura entre digital y fílmico.

Puede que el hecho de que hoy tengamos la cámara doméstica en el bolsillo y a disposición haya llevado a Boyle a pensar a gran escala, razón por la que terminamos con soportes que sostenían entre ocho y veinte iPhones para darle una sensación “más inmersiva” a las escenas de acción. La tensión generada por el grano digital del mini DV, esa oscuridad imperfecta desde donde podía surgir cualquier pesadilla, es reemplazada por una sobreexposición en alta definición y desde múltiples ángulos a la vez. Un dispositivo que nada oculta y que echa luz sobre lo que debería permanecer en tinieblas, ya que en la ambigüedad habita, en potencia, lo genuinamente aterrador.

Aquí el tiempo se hace espacio para mostrar encuadres ligeramente distintos de un mismo instante que sólo colaboran a un gran collage donde la obsesión por la forma relega el contenido a un segundo plano. Así, asistimos a una exhibición más técnica que narrativa que no logra acercarse a la verosimilitud ríspida de la primera entrega. 

No se trata de cómo acomodar los iPhones en el soporte, sino de poner la cámara al servicio de la historia, y no al revés.

28 Years Later (Reino Unido / Estados Unidos, 2025), guion de Alex Garland, dirección de Danny Boyle, 115 minutos.

17 Jul, 2025
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