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En la oscuridad de un amanecer invernal, un chofer y su auto esperan en la entrada de un edificio sencillo de dos plantas en una callecita de Astoria, en Nueva York. Una joven se sube al auto para dormir un poco más, mientras recorren las calles atestadas por el tráfico. Ella es la primera que llega a la oficina, enciende las luces y las computadoras, lava los platos, prepara los papeles del día, ordena el escritorio y hasta limpia el sofá del jefe; pronto resulta evidente que todavía está pagando su “derecho de piso”. Es una relativamente nueva integrante del equipo de asistentes del líder de una gran compañía de producción cinematográfica.
A priori, una película que se anuncia basada libremente en un caso real de tanta difusión mediática como el de Harvey Weinstein puede parecer previsible. La guionista y directora australiana Kitty Green toma una primera decisión acertada para enfrentar semejante desafío desde la ficción: el sujeto en cuestión está fuera de campo, pero todo gira alrededor de él. Así, este punto ciego de la película se configura como una posición que resulta de una enorme acumulación de capital económico y simbólico, de una aleación de poder y machismo, aglutinados y potenciados por una personalidad psicopática. La asistente es un personaje lateral ―por momentos es como si fuera casi invisible para los demás―, que no es víctima directa de los abusos sexuales del jefe.
La compañía se presenta como una estructura vertical en la que todos y todas callan y sostienen las rutinas abusivas de “él” (him y he son pronombres que a fuerza de repetición susurrada se van llenando con las manipulaciones, arbitrariedades, manías y caprichos del capo máximo). Los otros dos asistentes, varones, le enseñan a Jane (hay que googlear para saber que se llama así, dado que nunca nadie la nombra) cómo tiene que pedirle unas disculpas tipificadas por mail al jefe luego de un desliz que ella comete. En un duelo actoral de alto voltaje, el clímax llega en un encuentro con el gerente de recursos humanos (notable Mattew Macfadyen, actor que brilla también en Succession), quien somete a la asistente a una serie de “sutiles” y disciplinarias humillaciones, que se construyen sobre todo con lo no dicho.
La extraordinaria Julia Garner ya se había revelado en un personaje de reparto como uno de los puntos más altos de la serie Ozark. Los primeros planos convierten su cara en la gran protagonista de La asistente; en sus ojos y sobre todo en el gesto de su boca vemos cómo pasa del estupor al miedo, de la tensión a la franca angustia. La jornada de trabajo se extiende desde la oscuridad de la madrugada hasta la oscuridad de la noche; en medio de la vorágine de tareas (desde divertir a lxs hijxs del jefe y contener a la esposa porque él le bloqueó las tarjetas hasta organizar la cargada agenda de un viaje a Los Ángeles), un llamado de la madre la golpea con el aviso de que se olvidó del cumpleaños de su padre.
La Nueva York que apenas se ve en algunas escenas es la de la protagonista, la de quienes trabajan sin límite horario, la del tráfico desbordado, la de las cafeterías nocturnas, muy lejos de la ciudad glamorosa, refinada y cool que se puede ver, por poner un caso reciente, en On the Rocks, la comedia de Sofia Coppola de 2020. Acaso en las antípodas de la estridente y celebrada Promising Young Woman, la película de Green propone una rigurosa mirada sobre el complejo entramado social, económico y cultural que rodea y avala a una figura como la de este empresario cinematográfico estrella. El rictus angustiado de Julia Garner contiene en sí toda la tensión y la tristeza que genera ese fuera de campo agobiante y opresivo.
The Assistant (Estados Unidos, 2019), guion y dirección de Kitty Green, 87 minutos, disponible en Amazon Prime Video.
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