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Mi maestro el pulpo es la historia de un documentalista que deviene documentalista luego de una crisis. De cómo se reconstruye después de quebrarse, pero también de cómo se encuentra a sí mismo y llega a ser lo que ya era. Ecce homo documentalis.
El film comienza cuando Craig Foster ーprotagonista y productorー regresa a la casa de su infancia en busca de eso que muchos perdemos casi cotidianamente: el sentido de la vida. Para recuperarlo se impone un régimen de inmersiones diarias en el Cabo de las Tormentas, un lugar de agua helada, vientos inclementes y olas descomunales, también conocido como Cabo de Buena Esperanza. Curioso cambio de nombre que cuesta no interpretar como una clave del relato. Según dicen, “crisis” en chino se compone de dos ideogramas, uno que significa peligro y otro, oportunidad. Precisamente, la tempestad personal le da a Foster una tregua en ese paisaje inhóspito. Tiene la forma de un apacible bosque submarino y el ritmo de la naturaleza, con sus rutinas y sus crueles tragedias, exentas de toda moral.
Allí descubre a un pulpo, con el que se obsesiona y al que visita durante un año, todos los días; lo rastrea, lo estudia en su entorno y en artículos científicos. El documental está hecho con los registros de sus encuentros, en los que el documentalista captura, en imágenes de impactante belleza, los hábitos y comportamientos del animal, curioso e inteligente. Mi maestro el pulpo es también la biografía de la extraña criatura, desde que Foster la descubre hasta que muere.
Foster contiene la respiración para interactuar con el pulpo de manera inmediata, sin ser invasivo. Entre zambullida y zambullida conquista su confianza y despierta su interés. Y al vencer las infinitas diferencias que los separan, logra ser mucho más que un simple espectador: el animal estira un tentáculo inquisitivo y lo toca o se adhiere a él y pasean juntos por el lecho marino. En este sentido, Mi maestro el pulpo documenta algo inverosímil: una conexión silente e inaudita que va más allá de toda diferencia.
Es común que los documentales de divulgación científica apelen al sentimentalismo para despertar conciencia ecológica. Mi maestro el pulpo es un híbrido entre ese género, el documental de temática expedicionaria y trabajos más contemporáneos que evidencian –alla Farocki, por ejemplo– la inevitable manipulación en el tratamiento de los materiales. Como si la exitosa fórmula de Jacques Cousteau, que mezcla ciencia con aventura y espectáculo, fuera insertada en un marco autobiográfico y mostrara a un protagonista que bucea en su propia interioridad. El recurso permite una mirada distanciada de la naturaleza primitiva e idílica, a la que presenta sin perder autenticidad y dramatismo.
La película respeta los parámetros tradicionales del género pero también los desborda. Se resiste a ellos como se resiste Foster a humanizar al cefalópodo. Decisión que se vuelve un verdadero desafío cuando su ondulante amigo escapa de sus predadores en persecuciones aterradoras. Estas situaciones extremas le recuerdan a Foster la condición efímera de la existencia y la fugacidad de toda relación. Y compartir una experiencia tan intensa con un animal que la mayoría sólo conoce servido en un plato le devuelve algunas certezas. Quizás porque solamente explorando lo impropio es posible acercarse a lo propio.
Mi maestro el pulpo (Sudáfrica, 2020), guion y dirección de Pippa Ehrlich y James Reed, Netflix, 85 minutos.
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