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A mediados de este año, la editorial inglesa Urbanomics publicó Social Dissonance, del artista vasco Mattin. El libro es, al mismo tiempo, un tratado sobre la alienación y un manual de transformación práctica. En este aspecto, Mattin parece insertarse dentro de una línea de artistas que producen a la par de la teoría política, para causar un extrañamiento estético y social en su obra y en su escritura. Esto lo acercaría a una genealogía que parece comenzar a principios de siglo XX con el surrealismo y sus vínculos con el anarquismo, e incluso antes, con el realismo francés, cuya estética buscaba la disolución de los cánones del arte clásico y al mismo tiempo ser un programa estético de la Comuna de París. Estas filiaciones continúan con el formalismo ruso, el teatro de Bertolt Brecht, el situacionismo y el activismo del músico Cornelius Cardew.
En su partitura, Mattin no sólo sigue el legado de estos exploradores de la disonancia tanto estética como social, también continúa con sus propias investigaciones en torno al noise, y en especial, retoma el recurso que comenzó con su trabajo de largo aliento con la improvisación y la búsqueda de momentos de fragilidad despojando a los músicos de sus instrumentos. En este caso se redobla la apuesta, peligrando hacia un acto de sadismo, ya que el público es el instrumento de los ejecutantes. La audiencia debe seguir las instrucciones dispuestas en la partitura, seleccionadas por los ejecutantes, que procuran la tensión entre los participantes desde que ingresan a la sala. Entre estas operaciones para amplificar la tensión, destacan el sampler humano que repite frases dichas por algún incauto en algún momento de distracción, glitchear la voz para hacer incomprensible el discurso, conjugar la impotencia de las convenciones sociales en la performance con la impotencia de cambiar la realidad en un sentido general (realismo antisocial) y compartir momentos de fragilidad.
Social Dissonance debe, pues, ser comprendido como el proyecto que consolida a Mattin como un artista que produce situaciones artísticas desde la teoría y viceversa. Comenzó investigando el noise como género, evitando a toda costa el parentesco con propuestas dentro del arte experimental cuyas operaciones han sido absorbidas por la industria musical. Después de sus actividades y escritos sobre el noise, se dirigió al ruido como un fenómeno epistemológico y cultural. Así, su libro es una densa investigación teórica en la que se analizan y entrecruzan la alienación, el sujeto contemporáneo y las mediaciones de la experiencia estética.
Distintas ramas del pensamiento contemporáneo parecen encontrar en el ruido la posibilidad de imbricar teoría y práctica para alcanzar un cambio radical. La propuesta de Mattin es producir una disonancia social antagónica a la subjetividad y a la alienación. El autor comprende tres estadios del sujeto: el fenómeno neurobiológico, la experiencia de la sapiencia (en la que las experiencias cognitivas de representación se imbrican con reglas y conceptos), y la subjetividad como una autoconciencia social, en la que las reglas y creencias se ponen en juego en su total contradicción.
Si la desfamiliarización se ha convertido en familiar, se requiere pues una nueva desfamiliarización que suspenda las posiciones fijas en las que el extrañamiento puede ser experimentado. Un extrañamiento basado en la incomprensión de la situación concreta diseñada por el artista y puesta en marcha por sus agentes.
Social Dissonance se presentó durante la documenta XIV, un evento marcado por la descentralización, que se llevó a cabo en Kassel y en Atenas. Cinco años más tarde, las performances se pueden ver como una antesala a las situaciones de tensión y fragilidad que enfrentó la documenta XV.
La edición de documenta de este año fue curada por Ruangrupa, un colectivo de artistas de Yakarta, Indonesia, que decidió reorganizar la estructura de invitaciones y convocatorias y hacer un llamado a distintos colectivos fuera del Norte hegemónico y los circuitos globales habituales. El resultado ha dejado un sabor agridulce. Por un lado, uno de los eventos más importantes de la institución artística contemporánea quedó desprovisto de los centros comunes y se permitió una libertad de expresión y la incorporación de agentes fuera de los circuitos establecidos, pertenecientes a países que no hace mucho dejaron de ser colonias o que aún pasan por procesos políticos violentos. Por otro lado, es interesante y angustiante observar cómo la documenta, punta de lanza en el sistema artístico contemporáneo, pasó de las ya acostumbradas políticas de visibilización y representación de los últimos años a ceder el control a agentes no centrales. Al existir una explícita pérdida del control por parte de la institución central, la disonancia social entra en marcha y se pone al descubierto la xenofobia de los medios de comunicación y de un sector conservador de la opinión pública que instrumentalizó el antisemitismo para cancelar la participación de varios artistas críticos procedentes de comunidades afectadas por las políticas contemporáneas de los Estados-nación hegemónicos.
Así, el proyecto de Mattin parece un vaticinio, y su libro no sólo es un documento de su proyecto en la documenta pasada, sino que aparece en el momento correcto, como un recordatorio de la construcción del sujeto neoliberal a partir de la alienación, que produce discursos, identidades y juicios que posteriormente se ponen en circulación por políticas neoliberales. ¿Cuáles son entonces las posibilidades de la disonancia para desmantelar estos discursos?
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